domingo, 20 de octubre de 2013

Sueño compartido

La tensión de saber dónde estaba era creciente. Su compañera de vida, quien muchas veces le dio el aliento para seguir en el camino y que muchas otras le clavó los zapatos al piso, y sus hijos, exhalaban la incertidumbre del momento. Ninguno quería levantarse del lugar bajo la amenaza de perderle en el intento. El clima frío calaba en los huesos de unos y provocaba la somnolencia en otros.

El recinto poco a poco tomó cuerpo con las figuras de otros cuerpos que ocupaban las butacas que quedaban sin marcar por una bolsa, un saco, o algún nieto. La pregunta seguía latiendo diferente en cada cabeza: ¿Dónde está? ¿Por qué tarda tanto? ¿Qué hora es? ¿Cuánto falta? Uno cruzó la puerta y lo vio de lejos, frente a las cámaras robadas por la palabra del anfitrión del evento… Nada se podía hacer. Ya faltaba menos.

Cuando el reloj marcó la hora, la estridencia del anunciador sonaba exigiendo el aplauso para el líder, para el que robó con su palabra y su actitud la atención del evento ante las cámaras que minutos antes lo rodeaban. Detrás de él, el séquito; más atrás los festejados, y entre ellos uno, el que queremos unos cuantos de los que estuvimos allí como mudos testigos de la algarabía que reflejaba en sus ojos de niño travieso.

Intentaba disimular el asombro entre los aplausos y los gritos de quienes estiraban su mano para tocar la suya alzada en un puño sobre su cabeza en señal de triunfo. La sonrisa se mostraba amplia y sus pasos firmes donde otros han tropezado y caído, avanzando y retrocediendo para saludar y abrazar a sus amigos, sus compañeros de jornada, sus cómplices en diferentes circunstancias, sus hermanos, sus nietos e hijos. La tarde sería suya, nunca la compartiría con los otros tres homenajeados -¿Quiénes eran los otros?-.

Ocupó el lugar asignado y, como es su costumbre, comenzó a girar instrucciones mientras en el pódium se cubrían las formas en medio de tautologías y formas farragosas. Durante los honores a la bandera, por ser un acto solemne, mientras muchos intentaban adivinar si los del estrado cantaban el himno o sólo movían los labios, él miraba la bandera sostenida entre los dedos firmes de una niña que parecía dispuesta a ofrendar la vida en defensa de ese lienzo tricolor si hubiera sido necesario. Después, de nuevo las voces redundantes en mil saludos y agradecimientos por demás inútiles en la práctica, pero ineludibles en el protocolo por demás arcaico.

La sala entró en suspenso cuando la luz disminuyó su intensidad. En un momento un rayo de luz se convirtió en imagen y el aire transformo sus ciclos en sonido; en la pared le vimos repetir la misma fórmula de los otros tres -¿cuáles tres?-: su nombre, los agradecimientos y el cebollazo al anfitrión; lo diferente fue, y eso le dio cierta verosimilitud al discurso, que varias veces dijo en distintos tonos que se va, que se jubila, que ya termina su tarea, que su esposa lo exige, que la familia lo reclama, que es su siguiente sueño… ¿Qué tan cerca han estado de tocar un sueño? Él lo ha hecho más de una vez.

Entre voces lo llamaron al estrado para recibir su constancia de Maestro distinguido, la que le permite ingresar a la Galería del Educador Neoleonés, por su ruta, por su camino, por su tarea y su visión, por su esfuerzo. Nosotros sabemos que es más que eso; sabemos que sí es Maestro de aula, de patio, de escuela, de casa, de vida y que enseña siempre con sus manos, ahora temblorosas, abiertas.

Terminada la ceremonia, saltó de un grupo a otro saludando a todos, porque todos eran sus invitados, ninguno era ajeno o desconocido. –“Profe, una foto”; –“Aquí, todos con el profe”; –“Ahora la familia”; –“Felicidades”; –“Otra foto”… siempre otra y otra más. Los que en principio tenían frío, lo olvidaron; los que se dormían, despertaron; todos los demás se fueron, y para cerrar la puerta, como muchas veces, él.


En silencio, después del barullo, su familia, la deadeveras, la de la casa, la de siempre. Mañana seguirá otro sueño… pero ahora, Oscar Mario Benavides Sánchez, compartiremos el tuyo.

Hasta luego.

9 de octubre de 2013, en el marco del Día Mundial de los Docentes. SNTE. Sección 21.

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