miércoles, 20 de octubre de 2010

El conejo y el coyote

En los últimos días me he topado con varias adaptaciones de este cuento, algunas en libros, revistas, páginas de internet, referenciadas por otras personas, etc., pero indudablemente la que ahora presento es la que cuenta mi papá a mis hijas y sobrinos cada que se lo piden, pero también es la versión que, aunque un poco cambiada por mí, le contaban cuando era niño… no hace mucho.


El granjero estaba furioso porque desde hace días su huerta estaba siendo atacada por alguna plaga que se comía sus verduras, y por más trampas que instalaba no había podido atrapar nada, sino que también se comía la carnada. Alguien le aconsejó cercar el huerto sin dejar hueco alguno, pero tampoco funcionó; después le recomendaron hacer un monigote de cera y ponerlo en la salida de lo que parecía una madriguera.

Esa noche asomó sus bigotes el conejo que había estado comiendo a costillas del granjero; su sorpresa fue ver que un pequeño hombrecito inmóvil cuidaba atentamente la salida de su madriguera. Con mucha cautela se acercó al fiel guardián pero notó que éste no se inmutaba por su presencia.

‑“Buenas noches amable señor”, habló el conejo, “¿podría hacerme el favor de dejarme pasar para que pueda comer algo esta noche?”

No recibió respuesta…

‑“¡Hey, señor! Déme chance de cenar, tengo hambre y no quiero que se me haga más tarde…”
Otra vez nada, sólo silencio…

‑“Si no se mueve me veré forzado a darle un golpe de conejo marigüano y no le va a gustar… No es una amenaza, pero su grosería de no contestar, se ha ganado mi grosería también.”

Cuando el conejo no recibió respuesta, en su desesperación dio un manotazo al monigote, pero su sorpresa fue mayor cuando su puño quedó atrapado en el cuerpo inerte del vigía.

‑“Señor, no fue mi intención molestarlo, ¿podría soltar mi mano?”, pero el monigote de cera no contestó, “Si no me suelta”, dijo el conejo, “sabrá lo que es la furia de un conejo” y dio otro golpe al guardián con el mismo resultado.

‑“Señor, le voy a patear hasta que me suelte las manos ¿eh?”, y sus patas quedaron atrapadas; intentó morder al cuidador inanimado pero su hocico quedó también atrapado en la cera.

El granjero lo encontró en esa postura incómoda y lo encerró para comérselo más tarde; pero mientras esperaba el conejo su sacrificio apareció el coyote que le preguntó el motivo de su estancia en ese lugar.

‑“Fíjate amigo coyote que estoy esperando al tonto granjero que me invitó a cenar, pero el terco me quiere dar a cenar gallina, y eso no me gusta; yo prefiero verduras o algo así… ¿quieres quedarte en mi lugar? Yo ya me voy a mi casa, no estoy dispuesto a comer algo que me puede hacer daño…”

‑“Si me gustaría conejito, pero ¿qué pensará el granjero?” contestó el hambriento coyote al mismo tiempo que abría la pequeña jaula en la que se encontraba el conejo.

‑“¡Ah! No te preocupes por eso, es muy amigo mío y le pienso avisar que ya me voy y que te quedas en mi lugar.” Y se fue el conejo aguantando la risa.

Cuando el granjero volvió y encontró al coyote cómodamente sentado, no pensó en darle otra cosa que una paliza que dejó al pobre animal con la carne viva, medio muerto, igual de hambriento y muy enojado con el conejo, por lo que salió huyendo de la hacienda y dispuesto a encontrar al tramposo que le provocó tanto dolor.

Unos días después encontró el coyote al pendenciero roedor distraído mientras removía un pozo con una vara.

‑“¡Ah, maldito conejo tramposo! ¡Por fin te encuentro y te voy a comer!”, pero el conejo no le puso atención y seguía con su tarea, lo cual llamó la atención del coyote. “¿Qué haces con esa vara en ese pozo?”

‑“¡Ay, coyote! Me enteré de lo sucedido, pero no fue mi culpa”, decía el conejo sin interrumpir su movimiento, “lo que pasó es que no alcancé a avisarle al granjero y creyó que me habías comido; pero escucha, acerca tu oreja al hoyo que estoy meneando, estoy preparando chicharrones para ti; acéptalos como muestra de mi vergüenza por lo antes sucedido.”

El coyote acercó su oreja al orificio en la tierra, y efectivamente escuchó el ruido que hacen los chicharrones en el aceite hirviendo.

‑“Oye coyotito, hazme un favor. Cuida los chicharrones mientras voy a preparar la salsa, pero no los dejes mucho tiempo. Yo creo que en cinco o diez minutos estarán listos, ¿los sacas?”

El coyote aceptó la disculpa del conejo y esperó paciente los cinco minutos para sacar los chicharrones del pozo, pero cuando asomó la cabeza dentro del agujero vio un hervidero de serpientes que lo mordieron una y otra vez en el hocico hasta dejarle apenas un pedacito de nariz y la lengua hinchada. Cuando por fin pudo librarse de las víboras, salió corriendo en busca del conejo hasta que lo encontró llorando en la orilla del rió.

‑“¡Ahora sí, conejo! ¡No me importa lo que digas, te vas a morir!”

‑“¡Sí, amigo coyote, merezco la muerte!”, dijo desconsolado el conejo, “Pude ver cuando las serpientes entraron al pozo para comerse los chicharrones, pero no pude avisarte porque del susto solté el queso que te llevaba y se me cayó al fondo del río… ¡Mátame! ¡Soy un tonto al que no le sale nada bien!”

‑“¡Qué queso ni qué ojo de hacha! ¿Dónde está? ¿A ver? ¿Dónde está?”

‑“Allí, en el fondo del río”, dijo el conejo mientras señalaba el reflejo de la luna en el agua. “Sácalo coyotito y será todo para ti; ¡es más! Deja que te ayude atando a tu cuello una piedra que te lleve al fondo del río para que no batalles.”

Y el coyote aceptó.

Moraleja: Hay que ser conejo, no pendejo.
Benavides S., O. M. Hacienda Sta. Engracia. Hidalgo, Tamps. Primavera 

lunes, 27 de septiembre de 2010

Una bandera para el cambio

El siguiente texto fue escrito por Carlos, ex-alumno de mi escuelita que ahora cursa tercer año en algún lugar de Veracruz, para el concurso de símbolos patrios. Creo que vale la pena dar un vistazo al sentir de un chavo que apenas empieza a entender de qué se trata esto de ser mexicano, sobre todo en estos días de furor bicentenario. Va pues...

Cuando era pequeño admiraba mucho los colores y el escudo de nuestra bandera; me parecía tan bella que cada vez que volteaba a verla mi corazón palpitaba tan fuerte, que parecía se me saldría del pecho sin entender por qué. Cuando comencé a estudiar y aprendí sobre ella: de dónde vino, y cómo se ha transformado en su imagen propia y en la imagen que la gente tiene de ella, logré admirarla más que al principio.

Muchas noches sueño que viajo en el tiempo y que soy testigo del momento en que los aztecas encontraron a esa águila majestuosa posada sobre un nopal mientras devoraba a la serpiente. Tengo la idea de que hoy no seguimos el espíritu de ese acto, siento que no hacemos lo mismo que el águila: enfrentar lo que daña a nuestra patria sin importar en qué situación estemos, un águila que con su vuelo simboliza la libertad de un pueblo, libertad que sobrepasa cualquier crisis y que nos impulsa a seguir adelante sin importar los errores cometidos por nosotros y nuestros gobernantes; águila plasmada en nuestra bandera como escudo que nos legaron nuestros antepasados.

Me emociona escuchar la historia de los niños héroes, sobre todo la parte de aquél que murió envuelto en la bandera para salvarla de las manos enemigas; aunque me apena que en nuestra historia se haya derramado tanta sangre y que mucha de ella se estampara en nuestro lienzo tricolor para dar esperanza de paz a cada mexicano y mexicana, cuando era suficiente el respeto, el diálogo y la tolerancia.

Nuestra bandera es hermosa y aprenderé a defenderla a toda costa, con la vida si es necesario, pues no por nada es la más bella del mundo, y aunque nos encontremos sumidos en la corrupción, el vandalismo y el crimen organizado, y aunque los países vecinos nos vean como un país inestable o poco seguro, y aunque nosotros mismos nos demos de zancadillas para hacernos caer, nada se puede interponer entre ese sentimiento que crece en el fondo de cada compatriota con sentido común, amor a su familia y a su nación.

Cuando en la escuela hacemos honores a nuestros símbolos patrios, me enorgullece la bandera que me hace soñar, que me inspira a seguir preparándome que me lleva a escribir estas líneas con la idea de que dejen algún día de ser un relato simple y se conviertan en la inspiración de otros como yo, o de aquellos que han olvidado el dolor y el sufrimiento de quienes dieron la vida para que pudiéramos tener la nuestra.

Como mexicanos necesitamos ponernos la pilas, alimentar la esperanza y el valor para seguir adelante, para unirnos en una sola lucha contra lo que daña a nuestro país: drogas, miseria, injusticia, impunidad, corrupción. Lo importante es trabajar para que nuestra patria sobresalga y sobreviva como tal, para no volver a vivir la guerra entre iguales; para no dividirnos por causa de la ideas, sino para reunirnos en torno a ellas y discutir las que mejor nos convengan; para no perder la vida de niños inocentes, ni de mujeres maltratadas, ni de hombres que trabajan por mantener vivo su sueño, nuestro sueño y el de nuestros antepasados, el de nuestros hijos y nietos.

Dejar huella para el futuro depende de lo que hagamos en nuestro presente, y hacerlo como aquellos que lucharon bajo la sombra de nuestra bandera será nuestra tarea, antes de que se siga destiñendo por la maldad y la inseguridad en este México que parece romperse y que resucita cuando las manos se unen con un mismo fin. Tenemos mucho trabajo por hacer, tenemos mucho por qué luchar, nuestro México es grande y su gente lo demuestra con la bondad y la confianza que comparte. Ahora es el tiempo de luchar por ti mi bandera, por ti mi México. En nuestras manos está hacer el cambio.

Hasta luego.

sábado, 26 de junio de 2010

Susana

49.8°C marcaba el termómetro. Nadie caminaba en las calles tan solas como terrosas, sólo nosotros. El sol reclamaba su espacio e invitaba a caminar de prisa para que las plantas de los pies no sintieran lo caliente del asfalto; la brisa quemaba la piel y no había gota de agua que aliviara la resequedad de las gargantas.

Esta ciudad que figura en el mapa, en mi mapa, como una ciudad importante del noroeste de México, no cuenta con un servicio de transporte cómodo y digno de sus pobladores ¿será que los únicos jodidos de a pie éramos nosotros? ¿Todos en ese desierto tienen carro? Una señora que caminaba hacia nosotros que descansábamos a la sombra de un árbol de fuego (vaya ironía) me sacó de la duda.

Cuando llegamos a nuestro destino, gracias a un Taxi tan jodido como mis zapatos, el calor se incrementó de tal modo que el sudor, escaso hasta ese momento, tal vez porque el mismo sol lo evaporaba, parecía lo único que podría refrescar ese mediodía. El aire del ventilador era insuficiente y el agua helada que nos regalaron en pocos minutos dejó de serlo.

Junto al sillón estaba la foto del grupo, en la que aparecía sonriente junto a otras niñas. No teníamos certeza de quién era, pero le corazón apuntó a la cara de pingo de la primera fila. Los cabellos muy restirados y recogidos en un chongo escolar rematado con un discreto moñito; el uniforme a cuadros era igual en todas las que posaban en tres hileras, como en las típicas fotos de escuelita. Las calcetas llegaban apenas debajo de las rodillas y los zapatos brillaban a mediados de septiembre, un año atrás.

Todas se presentaron y cantaron algo sobre ángeles, no entendí exactamente qué, pero gracias al revolotear de sus alas el calor desapareció y la estancia se refrescó hasta desaparecer el sudor y la piel ardiente minutos antes. Rosa, Itzel, Génesis, Karla, Cristina, Susana y otras más, se preguntaban a sí mismas quiénes éramos y qué queríamos; se veían temerosas unas a otras con sonrisas de complicidad, esperando algo que no podíamos darles a todas, aunque queríamos hacerlo.

Susana se quedó al final, nadie se lo pidió, sólo lo hizo. Suspiró y sustrajo de nuestros corazones, susceptibles en ese momento ante el sustancial suceso que nos era sustantivo, la sustancia suscrita que suscitó un susurro dirigido a ella. La susodicha lanzó una suspicaz sonrisa chimuela, suspendida en el suspenso, que sustentaba la suscripta del susto que le provocaba la idea de no agradarnos y que eso nos llevara a sustituirla.

Eso no pasará. Es ella la elegida y quien nos eligió, al menos hasta que nos conozca. Ese día se graduó del Kinder y estaba feliz por ello; ahora es probable que esté feliz por la posibilidad de que estos extraños la lleven a casa algún día próximo y le regalen una familia con papás, abuelos, hermanas, tíos y primos. Así que no importa qué tanto calor haga y qué tanto queme el sol o haga sed, cuando lleguemos con Susana el calor y la sed se irán porque, como mis hijas, será agua y brisa fresca.

viernes, 25 de junio de 2010

Un tal Urdimalas (continuación y final)*

El tío Pedro continuó la historia que había quedado interrumpida con su llegada; era lo menos que podía hacer después de aparecer tan tarde, después de la cena. Nos sentamos frente a él, encendió su cigarro, dio un sorbo a su café y dijo:

-“Mira”, le dijo Pedro, “al otro lado de este río viven unos parientes míos. Espérame tantito mientas voy por comida, sirve que descansas un rato".

-“No olvides la maldición de mi madre”, le recordó la bella Blanca Flor.

-“Si ya sé; nadie me va a abrazar. No lo voy a permitir”.

Blanca Flor se tendió a la sombra de un árbol mientras Pedro cruzó el río. Cuando llegó a las primeras casas salieron a recibirlo sus primas, ahora mayores y muy bonitas, y sus tías que lo habían reconocido tan pronto lo vieron. Todas querían abrazarlo, tocarlo y llenarlo de besos de felicidad, pero Pedro no se los permitió con el pretexto de sentirse mal, estar hambriento y además sucio.

-“Ahora no, tías. Sólo pasaba por aquí y pensé que tal vez podrían darme algo de comer para mí y la mujer que amo, que me espera al otro lado del río”.

Su familia entendió la situación.

-“No te preocupes”, le dijo su tía Eloísa, “te daremos de comer; pero mientras preparo las chochas y el asado que tanto te gustan, recuéstate un poco para que descanses”.

Pedro aceptó y cerró los ojos; no se dio cuenta que la menor de sus primas, María de Jesús, entraba a hurtadillas para sorprenderlo con un abrazo. Pedro abrió los ojos feliz de ver a su prima a quien regresó el abrazo, mientras alzaba la voz diciendo:

-“Denme algo de comer. Tengo mucha hambre”.

-“Toma primo, aquí está tu comida y la de la mujer que dejaste al otro lado del río. Llévasela antes de que desmaye del cansancio y el hambre”.

-“¿Cuál mujer? ¿Cuál río?”, respondió Pedro. “Estás loca prima. Esto me lo como solo pues traigo el hambre de mil demonios”. Su familia sabía que Pedro era bromista y pensaron que la historia de la mujer al otro lado del río se la había inventado para comer doble, así que no le dieron más importancia y pasaron la noche escuchando las últimas aventuras del primo por el que los años no habían pasado.

Blanca Flor esperó paciente toda la noche, pero Pedro nunca regresó. Pensaba, y tenía razón, que su amado la había olvidado porque seguramente no pudo evitar que lo abrazaran. Por la mañana, muy temprano, cruzó el río buscando, pero sólo encontró comida, trabajo y alojamiento. Varias semanas después, la joven escuchó que Pedro de Urdimalas se casaría con una tal Rosita, noticia que la entristeció.

Unos días previos a la boda, Blanca Flor tuvo la idea de regalarle al novio un par de pajaritos que cantaban cosas que sólo podría entender Urdimalas. Cuando Rosita los vio, le rogó a Pedro que los llevara su boda, pues se verían hermosos junto a la mesa principal.

Al día siguiente Pedro se sentó junto a los animalitos y llamó su atención que el canto de estos parecía más bien una plática siempre orquestada por la hembra:

-“¿Te acuerdas cuando te pusiste a jugar con mi papá el diablo y te ganó la vida?” le pareció entender Pedro a la pajarita.

-“No, no me acuerdo”, creyó que le contestaba su pareja, motivo por el cual recibió un aletazo.

-“¿Te acuerdas cuando llegaste al infierno y mi mamá te puso la prueba de sembrar un puño de trigo y al día siguiente debías hacer un pan y llevárselo a su cuarto?”

-“No, no me acuerdo”. Y recibió otro aletazo de la pajarita.

-“¿Te acuerdas cuando mi mamá te ordenó cambiar la laguna al llano, y el llano a la laguna, de la noche a la mañana?”

-“No, no me acuerdo”. Y un aletazo más fuerte que el anterior cayó sobre el emplumado desmemoriado.

-“¿Te acuerdas cuando mi mamá te pidió que amansaras una mula vieja que tenía y que no te pude ayudar porque la mula era mi mamá la diabla, la silla era mi papá, los estribos eran mis hermanitos y yo era la cuarta?”

-“No, no me acuerdo”. Y otro más.

-“¿Te acuerdas cuando te pedí que trajeras el caballo el pensamiento para poder escapar del infierno y tú te equivocaste al traer el caballo llamado tragaleguas?”

-“No, no me acuerdo”. Y los aletazos comenzaban a dolerle a Pedro.

-“¿Te acuerdas cuando mi mamá nos venía alcanzando y yo le lance un puñado de hierva que se convirtió en un espeso monte de hortiguilla en el que se le atoraban los cuernos y mejor volvió a regresar al infierno?”

-“No, no me acuerdo”. Y los aletazos eran cada vez más fuertes.

-“¿Te acuerdas cuando mi mamá nos venía alcanzando y yo le lance un espejo que se convirtió en una gran laguna en la que se reflejan los pensamientos y nos lanzó una maldición?”

-“¡Sí, sí me acuerdo!”, gritó Pedro poniéndose de pie y exigiendo conocer a quien le regaló aquellas aves. Se disculpó con Rosita y le explicó que Blanca Flor era su verdadero amor, que tendría que encontrarla y también pedirle perdón.

Salió a buscarla gritando a todo pulmón el nombre de aquella que lo salvara del infierno hasta que la encontró para casarse con ella y vivir felices por siempre.

Colorín colorado este cuento se ha acabado y el que no se levante se queda pegado.

-“¡Por eso tío! ¡¿Y qué pasó con Rosita?! ¿A poco se quedó muy tranquila? ¿Y los papás de Blanca Flor?”, dijo uno de los escuchas.

-“¡Por eso no me gustan los cuentos! Siempre cuentan cosas incompletas”, dijo otro.

Pero igual, por si las dudas, todos nos levantamos y nos fuimos a dormir.

Benavides S., O. M. Hacienda Sta. Engracia. Hidalgo, Tamps. Primavera 2010.

*El nombre del personaje llamó mi atención porque hace poco escuché a un tipo decir que lo había inventado para un libro que aún no sale a la luz pública.

sábado, 15 de mayo de 2010

Juan Garza Garza

Juan Garza Garza fue un maestro de esos que ya hay pocos. Fue mi director en la secundaria donde estudié hace más de 25 años. Recuerdo que todas las mañanas debíamos formarnos para entrar a la escuela mientras él, uno a uno, revisaba que el uniforme estuviera completo, el cabello cortado, los zapatos limpios; pero lo que me sorprendía realmente era que a cada uno nos llamaba por nuestro nombre: “Buen día Carlos; cómo sigue tu papá Carolina; qué pasó con tus zapatos, límpialos Eduardo; ándale Teresita, qué esperas;…”

La secundaria donde estudié no era pequeña, ni tenía pocos alumnos. En cada grupo éramos alrededor de 50, y había seis grupos de cada grado por la mañana, y otro tanto por la tarde. Como se pueden dar cuenta la tarea de aprenderse los nombres de todos no era algo sencillo. Y aquí hago un paréntesis para confesar que con mucho trabajo me aprendo los nombres de mis alumnos en la Normal que son pocos, mucho menos me aprendo los de la secundaria…

Recuerdo que el día de la inscripción me acompañó papá, no para inscribirme, sino para ver a quién conocía, lo cualresultó contraproducente: Juan Garza había sido su compañero de trabajo en otra escuela y otro tiempo, por lo tanto, después de identificarme, me aplicó marcación personal y subieron sus expectativas sobre mí, cosa que debo agradecer por ponerme en la jugada de lo realmente importante en la escuela, no sólo en las clases, ni en el patio, sino en los concursos de oratoria, poesía, redacción, en la banda de guerra, la estudiantina, el coro, las competencias de atletismo, basket o volei y cualquier cosa que pudiera sacarme del salón para aprender cosas de verdad.

Todos los días, antes de terminar la primera clase, los prefectos le hacían llegar un reporte de asistencia; armado con éste, y juntocon el trabajador social, recorría las casas de aquellos que se habían atrevido a faltar para verificar si realmente la inasistencia valía la pena: si tenían temperatura de pollo –así le llamaba él- los subía a la camioneta para llevarlos a clases; si iban a consultar con el médico, era capaz de cambiar la cita para otro turno, y si andaban de pinta, los encontraba y los obligaba a regresar a la escuela. Nadie se escapaba, ni los padres de familia, de una buena regañada si era necesario; lo curioso es que nadie se enojaba con el Direy la mayor parte de la comunidad lo quería por francote, derecho y dedicado a su trabajo.

Durante mi estancia en esa escuela pasé muchas mañanas en la dirección por distintos motivos, casi siempre por contestarle a los profesores o por organizar revueltas en contra de lo que consideraba injusto en el plantel, o simplemente porque me sacaban del salón por expresar que la clase me aburría; siempre me gritaba cuando entraba a su oficina: “¡’Ora qué hicistesmuchacho del demonio!”, y bajaba la voz apenas a un susurro, “te voy a gritar un poquito pa’ que no crean que no te digo nada. Acomódate; ‘orita termino. ¡¿Cuántas veces tienes que venir con alguna queja?! ¡¿Por qué no vienes nomás a saludar?! ¡¿qué te crees que nomás estoy pa’ tus fregaderas?!... ¡Lupita! ¡Vengapa’cá!” y mandaba a la secretaria a comprar tacos, pan, galletas, leche o soda para desayunar o almorzar, según la hora del castigo.

Nunca supe si la deferencia era sólo conmigo por conocer a mi papá, pero sé que a mis compañeros, y algunos profes, lestemblaban las piernas cuando el Dire les llamaba, seguramente por lo gritón y lo golpeado en su tono al hablar, para mí era un viejo bonachón que no tenía miedo de llorar con su único ojo cuando algo le conmovía. Una vez me enteré que iban a correr al maestro Aurelio, de electrónica, mi taller; a este profe le apodábamos “El indio” por los rasgos tan marcados que tenía y el color cobrizo de su cara, así que incité a mis compañeros y los de otros grupos a salir a protestar en la plaza cívica para que se quedara en la escuela. Desconozco los motivos para correrlo en el supuesto que haya sido cierto, pues a esta distancia del tiempo la memoria no me ayuda mucho, pero en su momento me pareció que era injusta su salida por ser el único profe de taller que enseñaba -esa era mi opinión entonces porque en los demás talleres no hacían nada, siempre estaban afuera jugando-.

Ante la situación, Juan Garza, que en un principio echaba chispas por la poca capacidad de los prefectos y de los profes más gritones para regresarnos a los grupos, no tuvo más remedio que escuchar nuestras peticiones, y fue él mismo quien nos sugirió hacerlo por escrito. Cuando le entregué las hojas de libreta firmadas por más de un centenar de compañeros, él, en su oficina sentado en elenorme sillón tras el escritorio con la puerta abierta, frente a mí, cinco compañeros y muchos másojos que se asomaban curiosos por las ventanas de la dirección, derramó lágrimas al tiempo que nos auguraba un buen futuro si seguíamos defendiendo aquello que creíamos correcto en beneficio de los demás. Su augurio falló conmigo, ahora soy profe… (es broma; me gusta lo que hago).

Debo confesar que en esa escuela aprendí buena parte de lo que soy, no de lo que sé, por los maestros con los que compartí muchos días: Mario “el sapo” y su esposa Yamile Abugaber, Felícitos, Alma Irene Alejandro, Irma Nelly Martínez, Oscar “la mosca”, Humberto Saucedo, Ernestina de la Garza, y tantos más, buenos y malos, cómplices y verdugos, barcos y cabrones; pero sin duda alguna fue de mi director de quien aprendí a sostener las palabras y la mirada, pues si él con un solo ojo podía hacerlo, fácilmente puedo hacerlo con dos.

viernes, 7 de mayo de 2010

Puras madres.

Para que la lectura del presente texto funcione, debes leerlo mínimo tres veces: la primera, como va; la segunda, casi a gritos, como queriendo llamar a alguien o enojado y, la tercera, casi entre dientes, como cuando quieres que te descubran diciendo algo, pero simulando que no, para poder negarlo después sorprendido.

Madre. Ma’. Mamá. Mami. Mi mamá me mima. Comadre. Macita. Mamá gallina. Mamá cuervo. Madrastra. Madre pelas. Madre tierra. Mamacita. Mamiringa. Madreado. Madreo. Madres. Madriza. Me caga la madre. Me vale madre. Mi madre. Ni madre. Ni madres. No me rayes la madre. No me chingues la madre. No tiene madre. No tienes madre. Por tu madre. Porque soy tu madre. Pura madre. Puta madre. Se dio en la madre. Se la madrea. Sin madre. Su madre.

Te madreó. Te voy a dar en la madre. Tu madre. Tu pinche madre. Tu puta madre. Vales madre. Valiendo madre. Viejas madres.A la madre. A toda madre. U…‘ta madre. An’ ca’ su madre. Chinga tu madre. Chingada madre. Chingas a tu madre. Chingo a mi madre si no. Con madre. Con toda su madre. De a madre. Desmadrado. Desmadre. Echa madre. Echando madres. En la madre. Hasta la madre. Hecha madre. Hija de su madre. Hijo de su pinche madre. La madrean. ¿Quieres? ¡Madres!

Lo importante no es que lo leas bien o mal; lo realmente importante es que no olvides cuántas madres echamos en el año y cuántos días la festejas, así que escoge la tuya…

lunes, 19 de abril de 2010

Feliz cumpleaños para mí.

Con frecuencia olvido mi edad por aquello de estar rodeado de gente joven, casi siempre más joven que yo; sin embargo, este año será difícil pasarla por alto una vez más porque estoy rayando, como dijo mi papá este fin de semana, “en los cuarenta, la mitad de la vida, que ahora sigue cuesta arriba”.

Desde hace algunos meses en mi escuelita comenzaron a preguntar sobre mi cumpleaños, a tomarlo como pretexto para almorzar todos juntos en la biblioteca como se ha hecho desde hace años con el mismo motivo pero con diferentes protagonistas. Me negué a ser partícipe de tal cosa, no por hacer desaire, sino porque me parece incómodo y poco honesto de mi parte prestarme para esta práctica particularmente en mi cumpleaños.

Poco honesto porque, siendo Secretario General me pongo de pechito para que se digan cosas que he evitado –o quiero evitar- entre mis compañeros; es decir, si no estuve de acuerdo en cooperar con las cantidades que se solicitaron para los festejos de la Subdirectora y Directora, porque me parecieron excesivas, mucho menos permitiría que se solicitaran cantidades similares para mi festejo, cosa imposible (aquí parte de lo incómodo) porque ese mismo día se festejaría a un amigo que tiene más don de gente que yo, y no hubiera sido justo que él pasara a segundo plano, sólo por ser yo el delegado, como pude apreciar cuando se me preguntó qué quería de convivio. Otro motivo que me incomodaría, argumenté en aquella ocasión, sería el hecho de recibir felicitaciones de aquellos con quienes no me llevo bien, de aquellos a quienes evito y me evitan; ¡Vaya! Me incomoda incomodar.

Este viernes se preparó un almuerzo para los festejados en abril y me fui. Hoy recibí felicitaciones contadas, pero creo que honestas de aquellos a quienes estimo y considero me estiman… eso me gustó más que cualquier almuerzo. Claro que me hubiera gustado departir con ellos, pero fuera de la escuela, en un ambiente más personal y menos presionado por el tiempo de continuar con el trabajo pero no se pudo. Ya habrá ocasión, aunque sea con otro pretexto.

El sábado mi familia preparó una reunión rápida. Inicialmente yo había comentado que quería mi fiesta en Plaza Sésamo para bailar con Elmo, Beto, Enrique, Big Bird y el come galletas, acompañado de mis amiguitos –casi todos mayores que yo-, pero no se pudo por cuestiones de tiempo; después una de mis hermanas consiguió un salón de fiestas que incluía el show de “Platanito”, pero no quise por el gasto que implicaba; así que la opción fue esa fiesta rápida con mis tíos: Mirthala, Orfelio y Tuto; dos primos: Ricardo y Patricia; sobrinos, y mi padrino, a quien no veía desde hace un chingo.

Platicamos todos a medias, promesa de continuar después cada tema inconcluso; recibí muchos mensajitos; y hoy vi en mi correo-e y Face Book más mensajes de alumnos y amigos. ¡Mucho pedo!

Feliz cumpleaños para mí.

martes, 13 de abril de 2010

Un tal Urdimalas

Nos sentamos en torno a mi Tía Elodia, una ancianita de 83 años que tiene el vigor de 38. La plática era rica en recuerdos que lograban despertar las imágenes evocadas de quienes la escuchábamos. Un nombre salió a relucir: Pedro, Pedro de Urdimalas. Dicho personaje es el protagonista de un cuento que mi tía contó esa tarde-noche en su cocina y que ahora me atrevo a transcribir sin tantos vericuetos.

Pedro de Urdimalas era un joven jugador al que nadie quería enfrentar porque siempre ganaba las partidas. Un día, desesperado por no hallar un contrincante que tuviera el suficiente valor para apostar, retó al mismo demonio que lo despojó de su fortuna. -“¡Te apuesto la vida contra todo lo que me has ganado, en una sola carta!”, dijo Pedro desesperado.

El demonio aceptó la apuesta y ganó la vida de Urdimalas; lo ató a su caballo y lo llevó casi arrastrando por muchas horas, siempre al oeste, donde el paisaje cambia de verde vivo a café seco, con tierra colorada y piedras puntiagudas. Llegaron a la boca de una cueva oscura y entraron. En las paredes, como si estuvieran labradas, se veían los rostros de personas con muecas indescriptibles: algunos mostraban sus dientes filosos, otros la lengua colgando entre los labios lodosos, los menos grotescos no tenían ojos o mejillas, pero eso sí, todos veían fijamente a Pedro de Urdimalas que ya sangraba de los pies por la caminata tan larga. -“Aquí te esperas”, dijo el demonio, “voy por mi esposa para que decida qué hacer contigo”. Lo amarró a una tranca y entró a su casa.

Pocos minutos pasaron cuando un par de diablillos comenzó a tirar piedras calientes contra Urdimalas; uno de ellos le picaba las costillas con una rama y el otro decidió escupirle la cara con su ácida saliva. Pacientemente Pedro se dejó castigar hasta que tuvo la cola de uno de los pequeños al alcance de su mano y tiró tan fuerte que la arrancó de tajo. El chillido del diablito fue tan violento que de la tierra nació el Paricutín. Cuando la madre de los engendros se dio cuenta de lo sucedido enfureció tanto, que decidió acabar de una vez con la vida de Pedro; pero el demonio la convenció de castigarlo con tareas imposibles para un humano.

-“¡Está bien! ¡Pero si no logra lo imposible en una noche, mañana mismo te deshaces de él! Presta atención humano maldito… ¿vez aquella laguna? Pues bien, deberás traerla aquí, frente a mi casa, y este llano deberás llevarlo a ocupar el lugar de la laguna. ¡¿Entendiste?!”

-“Si entendí”, contestó Urdimalas, “¿pero cómo haré eso que me pide?”

-“¡Ese es tu problema!” dijo la diabla y se fue empujando a su marido y consolando al diablito sin cola.

Escondida entre los matorrales una joven escuchó el alboroto; con cautela se acercó al desafortunado humano que buscaba con la mirada una pala para cambiar de lugar el llano y una tinaja para acarrear el agua de la laguna, mientras maldecía su suerte y la del pobre demonio con la esposa tan fea que le había tocado.

-“Ya, sal de allí. ¿Crees que no te he visto? ¿Quién eres y qué haces escondida?”

-“Mi nombre es Blanca Flor y soy hija adoptiva de quienes te impusieron el castigo. ¿Te puedo ayudar?”

-“Sólo que sepas cómo cambiar de lugar el lago y el llano; de otro modo no sé cómo podrías…”

-“Pues sí lo sé, pero necesito que te vayas a dormir y que lo hagas pensando en mí… Digo, si quieres que te ayude, claro.”

Pedro se fue a dormir y ni en sueños pudo dejar de pensar en la muchacha que era muy bonita: ojos grandes y profundos como el cielo de la noche, enmarcados con unas cejas y pestañas perfectas; su piel era blanca como la luz de la mañana y toda ella olía a flores y frutas desde lejos. Era imposible no soñar con ella.

A la mañana siguiente Urdimalas despertó con el grito maldiciente y escandaloso de la diabla, que sorprendida buscaba una explicación para lo que veían sus ojos: el lago y el llano habían cambiado de lugar. La furia no la dejaba pronunciar palabra clara, le salía espuma por la boca y humo por las orejas y nariz; del coraje se sacó los ojos que le volvían a salir para volverlos a sacar; se mordía la lengua cada vez que intentaba juntar los dientes, y cuando ésta caía al suelo emitía ruidos incomprensibles para el oído humano y el de su esposo que asustado se cubría la cara. Cuando logró calmarse un poco llamó a Pedro para darle una nueva tarea.

-“Toma este puñado de trigo. Siémbralo en el llano y mañana temprano quiero que hagas pan con la primera cosecha. ¡Más te vale obedecer porque ya sé qué haré contigo si no cumples maldito!”

Pedro sabía que la tarea era imposible, por eso tomó una cuerda dispuesto a quitarse la vida él mismo; con lo que no contaba era con que su vida ya no le pertenecía y, por más que lo intentó, no logró suicidarse. Cuando Blanca Flor se enteró de los intentos de Urdimalas, acudió una vez más en su ayuda.

-“Ve y duerme Pedro. Cuando despiertes todo estará resuelto.”

Pedro no pudo negarse pues era ella, Blanca Flor, su único motivo para sentir ganas de vivir, además que era la única forma de mantenerse vivo. Esa noche, antes de quedar profundamente dormido, Urdimalas prometió no apostar jamás en ningún juego de azar. Cuando despertó lo hizo por el aroma del pan recién horneado que también despertó a la diabla de la casa.

La escena del día anterior se repitió, con la diferencia de que ahora el demonio no alcanzó a esconderse de la furia de su esposa que escupía víboras, rayos y centellas por su boca; también recibió los golpes que sobraban, así como los gruñidos que le destemplaban el oído y le provocaban la caída del cabello por el fétido aliento de su mujer que calló repentinamente y, con una diabólica risotada, dio cuenta de una prueba más para el maldito humano, la prueba definitiva, la que le ganaría una eternidad de torturas o la salvación.

-“Mañana temprano”, dijo la diabla, “tendrás que domar a una burra bronca que encontrarás en el corral; si no lo logras serás sujeto de los más perversos castigos que puedas imaginar…”

-“Pero si lo hago”, dijo Pedro de Urdimalas, “¿Me dejarás libre?”

-“Lo pensaré…”

Pedro no sabía lo que le esperaba, hasta que la bella Blanca Flor le confesó que la burra era su madrastra transformada; que la silla que debía montar, era su padrastro; que la rienda y los estribos, serían sus diabólicos hermanitos, y que ella sería la fusta con la que debía dominar el carácter salvaje de su madre. Todo estaba dispuesto para que el maldito humano no pasara la prueba decisiva y esta vez la joven no podría ayudarle de ningún modo posible. Urdimalas no quería hacer uso del chicote pues eso le provocaría un gran dolor a Blanca Flor que tanto lo había ayudado y de quien se había encariñado mucho en los últimos días.

Llegada la hora Pedro entró en el corral y con un palo que había escondido entre sus ropas le soltó un buen golpe en la cabeza a la burra que, sorprendida, no supo esquivar; después del primero siguieron muchos más, pero no sólo contra la testa del animal, sino contra la montura y sus estribos, hasta que, cansados de tanto golpe dieron de sí y cayeron de bruces en medio del infernal patio. Blanca Flor recuperó su forma y le pidió a Urdimalas la llevara consigo, aunque eso le costara la inmortalidad; ella también se había enamorado y estaba dispuesta a todo con tal de seguir el impulso de su corazón.

-“Ve al potrero grande. Allí encontrarás dos caballos muy parecidos, toma al más noble, Pensamiento, y regresa por mí. Yo prepararé todo para que mis padrastros no descubran que me he ido contigo”.

Pedro corrió al potrero como se lo indicó la joven, mientras ella escupía en una vasija una y otra vez; cuando estuvo frente a los caballos no pudo distinguir cuál de ellos era el más noble, pero sí el más brioso. Lo ensilló apresuradamente y galopó hasta la puerta de la casa en la que Blanca Flor lo esperaba angustiada.

-“¡Tomaste el caballo equivocado! ¡En este nos darán alcance rápidamente! ¡Pero ya no queda tiempo, vámonos ahora mismo!”. Ambos montaron y enfilaron hacia la cueva de las caras lodosas.

A los pocos minutos de haber partido, la diabla despertó adolorida y aún mareada por la golpiza recibida; trastabillando se encaminó a la casa y desde la puerta gritó a su hija:

-“¡Blanca Flor!”

-“Mande…”

-“¡Blanca Flor! ¡Ven aquí!”

-“Mande…”

-“¡Que vengas te digo! ¿Qué no entiendes muchacha del demonio?”

-“Mande…”

La voz de Blanca Flor poco a poco se hacía más débil, perdiéndose como un lamento en el silencio del infierno, cuando su madrastra descubrió el truco de la vasija, para después correr al potrero y descubrir que se habían llevado al Traga Leguas, un caballo veloz, sí, pero no tanto como el Pensamiento. Cuando la diabla lo montó, lo único que tuvo que hacer fue pensar en dar alcance a su hija y al mal nacido de Urdimalas, para que el animal supiera qué camino tomar y llegar así, de inmediato, a donde estaban los fugitivos.

-“¡No voltees Pedro!” gritó Blanca Flor desesperada, “¡Mi madre casi nos alcanza!” De entre sus ropas sacó un puño de hierba que arrojó al paso de Pensamiento, convirtiéndose en un tupido monte de hortiguilla y espinos que detuvieron momentáneamente el paso del penco, pero no fue suficiente. Sólo bastó con que la diabla pensara de nuevo en su hija para que el corcel retomara el camino.

Una vez más la muchacha buscó entre sus ropas y encontró un espejo que arrojó también al paso del potro, para convertirse en un lago que reflejaba los pensamientos de quien allí se hundiera; por ello, cuando la diabla se dio cuenta que nada podía hacer para alcanzar a su presa, lanzó la siguiente maldición:

-“¡Por el mismo Dios te juro que habrás de sufrir cuando ese hombre te olvide; sólo bastará que alguien lo abrace para que suceda! ¡No lo olvides Blanca Flor! ¡Cuando alguien lo abrace, se olvidará de ti, y sufrirás por ello!”

Lo grave de la maldición es que la había hecho en nombre de Dios; eso la hacía doblemente efectiva: primero por jurar en su nombre, y segundo porque no había forma de evitarla. Pedro no entendió la amenaza en las palabras de la diabla, y por más que Blanca Flor le explicó lo que su madre quiso decir, no se percató de la preocupación en su voz.

Cuando llegaron al pueblo todo estaba cambiado para Pedro, las calles eran las mismas pero no los lugares, ni los tendajos; los que eran baldíos, ahora estaban ocupados con pequeñas y grandes construcciones. Muchos rostros le parecían conocidos, pero estaban viejos y cansados. Fue entonces que entendió lo que pasó: para él apenas pasaron unos días, pero en su mundo, el de los humanos, habían transcurrido años enteros.


-“Espérame aquí, déjame buscar un lugar seguro para escondernos y comer algo porque seguro ya tendrás hambre ¿verdad?”, comentó Pedro de Urdimalas a Blanca Flor que asintió con un gesto tranquilo y más confiado que minutos antes, durante la carrera.

La narración de mi tía Elodia se vio interrumpida por un gran alboroto en el centro del patio; algunos pensamos que había sucedido algún accidente o algo por el estilo, pero no: el tío Pedro había regresado y todos corrimos a abrazarlo.

Benavides S., O. M. Hacienda Sta. Engracia. Hidalgo, Tamps. Primavera 2010.

martes, 16 de marzo de 2010

¿Represor, reprimido?

Lo que a continuación expongo es parte de un escrito que hice llegar a la Subdirección de la Normal, con la idea de presentar mi versión de lo acontecido el sábado 13 de marzo, en la sala tres del área académica.

Nos encontrábamos la Profra. Dora Elia López Alemán, asesora de la especialidad y un servidor, comentando los pendientes que me disponía entregarle este mismo día, cuando intentó hacerme recordar que entre ellos se encontraba una carpeta electrónica de mis alumnas de Español, que sin duda alguna al principio del curso solicitó, pero que, en honor a la verdad, no recuerdo siquiera haberlo registrado. Ante esto le dije que era, para mí, muy tarde para solicitarlo a mis alumnas y que no las presionaría de ese modo a un par de semanas de terminar el curso.

Una vez aclarado lo anterior me dijo que, junto al examen de regularización, debía solicitar un ensayo a la alumna que probablemente reprobará; le pregunté la intención del ensayo y compartí con ella mi opinión al respecto. Ella defendió el punto argumentando que era lo solicitado “siempre” en los momentos de regularización; le recordé que tenía apenas un semestre frente a grupo después de una larga ausencia en la Modalidad Mixta, pero que si era la norma se aplicaría aunque, para mí, dicho ensayo no tendría importancia.

Seguramente mi respuesta le disgustó, puesto que aprovechó, según sus propias palabras, que no estaban los demás compañeros para preguntarme los motivos de mis negativas, hasta ese momento siempre en tono cordial, aunque firme; ante la pregunta seguí argumentando que un ensayo no demuestra la capacidad de un alumno que no demostró sus habilidades durante el curso y que lo menos que debe dominar es el conocimiento duro que representa un examen de regularización que incluye el curso completo.

Según mi apreciación, su tono cambió una vez que llegaron dos compañeros de la academia, volviéndose más duros sus comentarios, y por ende, más duras mis respuestas. Dijo que hasta en “regulares” le han solicitado que aplique el ensayo a los alumnos que deben regularizar, a lo que respondí diciendo que nunca me lo han solicitado de ese modo. Insistió que a ella sí, que probablemente era una discriminación, y yo asentí, comentando que a mí, al Profr. Fernando, la Profra. Gloria, a manera de listado inconcluso de compañeros de la especialidad, no nos los han solicitado.

Su respuesta fue tajante: -“A ustedes tal vez no porque son un grupo mejor que nosotros”, y asentí respondiendo que tal vez a ella sí por que es de un grupo peor que el nuestro. Una vez dicho esto no permití que siguiera hablando, y alzando la voz le dije que no toleraría otra falta de respeto, pues su comentario me pareció grosero y poco ético de su parte. Debo aceptar que también me porté grosero cuando le dije que resolviera lo del examen que me falta entregar, y lo de su “pinche ensayo”, motivo de todo este enredo.

Por obvias razones el escrito que contiene este fragmento fue copiado al Secretario General del STENSE y a mi (tía) Directora - hoy que recuerdo olvidé pedirles que firmaran de recibido-, que ya estaban enterados del conflicto. Sabía que las noticias corren rápido, pero no sabía qué tanto ¡y con qué variedad de versiones!
Lo que me encendió realmente de Dora fue el ustedes y nosotros, fue el distingo en el que se hace víctima, fue la postura falsa que ofreció mientras estábamos solos y la máscara que se puso en cuanto llegaron los dos compañeros, fue la absoluta sumisión con la que se dirige a cualquiera cuando está sola y la prepotencia de sus impertinentes comentarios con testigos que nunca se atreverían a decir la verdad completa porque en ella se les acaba la chamba.

Ese mismo día fui citado en la dirección. Me advirtieron que la cámara estaría grabando la conversación para asegurar que, si los ánimos se enaltecían, quedara registro de lo que allí se dijera. La medida no me molestó, yo estaba seguro de no volver a exaltarme, pero no estaba seguro de si mi directora reprimiría su disgusto y me arrebataría la palabra sin permitir dar mi versión de los hechos, como suele hacerlo cuando se enoja. La pregunta es ¿también grabaron a Dora?

Estuve a punto de solicitar la presencia de un testigo, puesto que en la sala estaba el Secretario Académico dando su apoyo (y cuidando, supongo), a la Dire, pero decidí, todavía no sé si fue un error, confiar en ambos. La conclusión del conflicto fue simple: entregaré, porque así lo propuse por escrito, lo que no entregué ese día, vía correo electrónico, para no provocar malestares ajenos, ni propios, que son los que más me importan.

Tratamos también el caso de un alumno que agotó sus oportunidades, y a quien, según entendí, le será otorgada una más con otro maestro… Evito comentarios de esto, pero agradezco que no me quiten más tiempo con ese alumno.

Mientras tratamos el punto del párrafo anterior fui adjetivado como represor. El calificativo fue producto de lo que les han dicho de mi trabajo y lo que han supuesto de mi expediente. Pero aclaremos el término: un represor es el que reprime; es decir, contiene, refrena, modera, eso es parte de mi trabajo. La palabra utilizada por mi (tía) directora, creo que estaba encaminada más bien al latinismo reprehensus, que deriva al vulgo represalie. Represalia es un trato de rigor, que sin llegar a ruptura de relaciones, se adopta para vengarse o satisfacerse de una acción agraviante; un acto de venganza, en pocas palabras.

¿De qué tendría que vengarme con mis alumnos? ¿de un Varela o Rogelio que me hicieron leer con una perspectiva distinta a la tenía? ¿de un Emilio Garma que pacientemente me trató en clase y que después me cobijó, junto con otros, ya como maestro? ¿de un Tomás Pantoja que, pese a lo que sea que la historia de la Normal le recrimine, siempre cumplió como mi maestro? ¿de un Higareda? ¿de Minaya y Paco Ramón? ¿de un Arellano malo en principio y otro bueno después? ¿de los que no menciono porque sólo les aprendí lo que no se debe hacer (y algunos están en la administración)? ¡Por favor! ¡Yo le debo a la Normal!

El que no permita retardos a mi clase ¿es venganza? El que exija esfuerzo de mis alumnos ¿también lo es? Acepto que no soy de Calcuta, pero no soy inhumano; un poco insensible, sí, pero juego con la canasta de mis alumnos: si veo que no pueden, modifico mis criterios y el nivel de exigencia se flexibiliza; pero si sé que pueden dar más, porque lo demuestran o lo presumen, los mantengo alertas para su propio beneficio y el de sus futuros alumnos, que pueden ser mis nietos. ¿Los resultados? En cada grupo que he trabajado se notan a mayor o menor escala, echen un vistazo a los grupos de mi especialidad donde se trabaja a toda marcha desde el principio.

Tal vez estoy mal desde el principio, tal vez no tengo el tacto fino para hacer y decir las cosas, tal vez no sé enseñar como lo exige la norma (¿cuál norma dice cómo enseñar?); pero tratar con adultos no es tratar con adolescentes en formación, y en la Normal se trabaja con adultos que deben asumir su rol de futuros profesores, no sólo de estudiantes. Por mi parte seguiré intentando compartir lo que tengo y lo que soy, al fin de cuentas serán mis alumnos quienes me pongan o me quiten de su historia y eso es lo realmente importante.

Hasta luego, tengo que seguir flagelándome hasta perder el conocimiento de nuevo. Me faltan quinientos y después a descansar.

viernes, 19 de febrero de 2010

Decisiones

Hay un libro de Beatriz Escalante, Todas mis vidas posibles, que trata de las posibilidades de ser alguien distinto a lo que somos hoy por diferentes motivos que se presentan al decidir tal o cual cosa, algo así como la película de Peter Howitt, Si yo hubiera (Sliding Doors), con Gwyneth Paltrow y John Hannah, la cual recomiendo mucho.

Con esa idea me puse a pensar cómo pudo haber sido mi vida en diferentes circunstancias a las que vivo por cuestiones, simples o complejas, que se cruzaron en mi camino. Me explico. ¿Qué hubiera pasado conmigo de haber seguido la vida religiosa que intenté seguir hace ya muchos años? ¿Qué si hubiera seguido cantando, trabajando de noche bajo el ritmo que llevaba? ¿Qué estaría haciendo hoy si hubiera seguido ejerciendo la carrera de comunicación, o si hubiera seguido en la fotografía? Una pequeña decisión lo cambia todo.

Una noche estaba agarrando la jarra, tranquilito y sin prisas; alguien me comentó que conocía al dueño de un Bar; el siguiente jueves estaba en ese lugar bajo la lupa de quien me contrataría para tocar al siguiente día y los subsecuentes. Otra mañana desperté completamente crudo y, sin tomarlo en serio, busqué un empleo en el periódico. Horas después me estaban entrevistando y al siguiente día ya tenía trabajo. Cuando nació mi hija decidí renunciar a mi muy bien remunerada labor para ponerme a estudiar y a dar clases. Entré a la ENS y decidí que allí trabajaría; afortunadamente las cosas salieron bien y aquí estoy. También decidí darme otra oportunidad de ser feliz y conocí a mi esposa –no sé si ella lo es, pero yo lo disfruto-, y así en cada cosa…

¿Has escuchado de la Ley de Murphy? Ésta dice que si cambias de un carril lento a uno más rápido, seguramente éste último se volverá más lento que aquél del que vienes ¡y esa fue tu decisión! ¡de nadie más! Así es la vida misma: tu llevas un ritmo que te es útil, pero quieres más de lo que ves enseguida; decides cambiar tu propio esquema, hasta que te das cuenta que ahora estás más lejos de lo que querías en un principio y decides -otra vez- regresar a tu compás original, para darte cuenta que ya no es lo mismo que cuando estabas allí.

Una decisión, por pequeña que parezca en el momento en que se toma, puede cambiar la vida de muchos, aunque éstos no lo sepan, pues sin querer, ellos mismos inciden en las decisiones que tomamos; como si se tratara de escenas yuxtapuestas, las vidas se recrean una y otra vez hasta que encuentran la forma de resolverse para bien o para mal de nosotros mismos. Decidir si doy vuelta a la derecha o a la izquierda me llevará a opciones diferentes cada vez.

¿Y por qué tanta verborrea? Pues nada, que hace unos días escuché a un papá de mi escuelita decir a su hija que tenía que aguantarse por lo que le tocó vivir, como él lo hacía; supuse, por supuesto, que intentaba decir que debía aceptar lo que tenía y tratar de hacer su mejor esfuerzo con ello para salir adelante, de modo que intervine para precisar el comentario y me corrigió diciendo que lo que había dicho era justo lo que quiso decir: -“esta vida nos tocó… ni modo, hay que aguantarse”. (Con eso recordé otra máxima de la Ley de Murphy: “Cuando la vida te da la espalda, no te quejes… agárrale las nalgas”).

No estoy de acuerdo con ese papá. Sí, la vida no la escoges en principio; es decir, no escoges en qué cuna nacer, no escoges a tus padres, ni a tus hermanos –aunque en esto último tengo pruebas de que no siempre es así-, no escoges tu signo zodiacal, y tal vez, según la idea de cada quién, ni el momento de tu nacimiento. Lo que sí escoges es qué hacer con todo eso. Puedes escoger tu nacionalidad, una vez cumplida la mayoría de edad; puedes cambiar tu nombre desde los siete años, si buscas la asesoría para hacerlo; tu sexo, cuando puedes pagar la cirugía; puedes escoger a tus amigos y los momentos para estar con ellos; puedes quedarte sentado o de pie en un camión vacío; puedes escoger pasta o carne para cenar.

Lo importante, estoy seguro, es decidir y ser coherente con tus decisiones, no dejarlas a medias, porque a medias es lo mismo que nada. Tienes que elegir entre el blanco y el tinto porque el rosado sabe a caca –a menos que quieras probar caca-; no puedes darte el lujo de esperar a que decidan por ti, pero si puedes decidir cambiar cada día y hacerlo si es lo que quieres hacer. Yo decidí hace mucho adoptar la imagen de un anarcodesconfiadobocasueltamargosomalpensado y no me estorba en lo más mínimo que los demás piensen eso de mi persona; pero también, como ya lo dije, decidí ser feliz, y lo soy.

No hay muchas cosas que me muevan del pragmatismo que pretendo vivir, y aunque tengo serios problemas para tomar decisiones, sé que puedo afectar a la gente que me rodea; por ello intento hacer lo mejor que puedo para que la afectación no sea mucha; es decir, procuro aceptar que cada quien hace su parte y asumo sólo las consecuencias de mis acciones y reacciones, como también lo hago cuando decido no abrir la bocota para no interferir en lo que se tiene que hacer –o dejar de hacer-.

jueves, 11 de febrero de 2010

Amigos...

Platicaba con un compañero de trabajo de cómo a lo largo de la vida las amistades se van filtrando hasta quedar aquellas que realmente valen la pena, tal vez no las que quieres que se queden, pero si las necesarias para hacerte sentir querido y respetado.

En mi vida he tenido buenos amigos y otros mejores. Recuerdo, por ejemplo, a Juan José Carrillo, mi primer amigo en la primaria, que me retiró su amistad después de un accidente desafortunado entre una carabina de postas, su ojo y su mamá. Si, suena drástico lo de sus ojo, pero así fue, un accidente muy, pero muy desafortunado; al menos así lo entendimos los dos que fuimos protagonistas del hecho que después aprovecharía su mamá para extorsionar a mi papá por mucho tiempo.

Después llegaron Samuel Marín, Juan J. Coronado y Azael que escandalizaban a mi papá con el vocablo “bato”, que hoy suena a güey, y que no se quitaban de la boca. Al primero me da la impresión, ahora en la distancia, de que era maltratado en casa; Juan no conoció a su papá y Azael perdió a su mamá muy pequeño. Los tres eran mis amigos y cantábamos todo el tiempo sin importar el lugar o quién nos viera, jugábamos futbol y nos peleábamos o repartíamos las novias que pocas veces sabían nuestras intenciones. A ninguno de los tres frecuento ahora, no sé de ellos desde hace muchos años pero los sigo recordando con mucho cariño.

Laura Robles, Lorenza y Esther fueron mis confidentes y amores casi secretos, digo casi porque Esther, La Güera, fue mi novia muchas tardes por teléfono y también aquellas que iba a visitarla, con permiso de su papá, para leerles los cuentos que escribía entonces, a mis siete u ocho años. De las tres, sólo a Laura he visto, y siempre con un gusto enorme nos saludamos.

En el barrio también tuve amigos, Mario, el tapado, y Juan, el parado; cada uno vivía a un costado de mi casa y ambos eran mayores que yo, así que sus intereses también eran un poco distintos a los míos. Tengo muy presente el día que “encontraron” un mapa de un tesoro escondido en la loma que limitaba a la colonia; dijeron haberlo encontrado dentro de una botella y que querían compartirlo conmigo, así que nos fuimos en busca de las joyas escondidas y encontramos, no muy lejos del lugar donde jugábamos, un montón de piezas doradas y piedras brillantes, imanes, pedazos de vidrio verdes y rojos y un testamento firmado por un tal Filipino y Régulo. Ese día fuimos ricos. Después Juan se metió al pomo y Mario se cambió de casa.

Memelas y Pino, su hermano, ambos excelentes dibujantes; Pinolillo y su hermano Quique que falleció cuando el canal de la colonia lo arrastró; Gil, Armando y Bobol; Luis y Pedro; Tino, Martín y Zurdo; era la raza de la cuadra, con ellos jugaba futbol y veras en el verano, hasta que la mayoría de ellos, los mayores sobre todo, decidieron formar a “La Perrada”, pandilla que en poco tiempo adquirió fama en la zona por sus batallas campales contra los de la Álvaro Obregón y la “Infona”, y que se extinguió cuando una vecina les dio pelea, al grado de medio matar a uno de ellos y cuando empezaron a meterlos presos por distintos motivos.

En la secundaria apareció mi hermano Joaquín, y aunque ya lo frecuentaba, fue en ese tiempo cuando el lazo se fortaleció mucho más, al grado que hoy, aunque poco nos vemos, siempre estamos al pendiente uno del otro; Carlos, Agustín, Eduardo, Fidel, Rosalía, Micaela y Miriam, entraban y salían de mi equipo según se necesitara, pero como amigos siempre estaban allí, es fecha que hoy, al menos a Miriam, si la necesito, siempre está dispuesta a escucharme y a apoyarme como amiga que es.

Por esa misma época apareció Tequila, de quien hace unos años escribí en este mismo espacio y a quien mi esposa –también mi amiga- y yo siempre tenemos presente cuando hacemos alguna remodelación a la casa en que vivimos, pues sospechamos que tarde o temprano nos dará la noticia de que se mudará con nosotros. Beto Colín y el Jimmy eran esos personajes que no pueden faltar en una historia de amigos, el primero por ser hermano de mi entonces novia y el otro por aguantar la carrilla que le dábamos y porque siempre estaba dispuesto con la raza.

Después apareció Ana María Piña, una muchacha que me gustaba, pero que prefería como amiga; Héctor Castellanos, a quien le perdí el rastro poco antes de su boda, y Arturo Flores, que hace poco fue mi compañero de trabajo en la Normal. Luis Aguilar, que publicó un par de libros de poesía, fue amigo en la facultad; también Moisés, Camero y Rocha, esto últimos padrinos perdidos de mis hijas, Javier Maldonado, Pedrito, Miguel Arizpe, que escribió algunos años para El Norte; Silvia y Ana Corona junto a Verónica Guerra, que siempre ponían su casa para las fiestas; el Soda, Jorge “Bortolussi” Díaz, Abel Saldaña, Pini Ramones, Octavio, Julio, Rudy, todos ellos a quienes llamábamos, burlonamente, “Guapos”, y con quienes agarrábamos la jarra allá por la “vereda del saber” de la FCC de la UANL.

Orlando Villarreal y Lorenzo Hernández eran mis amigos mientras trajera cargando la guitarra, pero debo reconocer los tremendos tirones que me dio Lore en momentos de verdad difíciles; Abel Ayala, “el mostro”, siempre entendió que la guitarra era parte de mi trabajo y por eso, creo, seguimos siendo amigos. Siempre que me invitaba a una fiesta, era para reventarnos, no para tocar ni cantar, aunque ya estando bien carburados no faltaban los guitarrazos y las canciones.

Miguel “Paleta” Hernández, también fue gran amigo (seguro que si viviera en Monterrey, lo seguiría siendo) y algunas veces hemos cruzado mensajes porque creo que fuimos importantes uno para el otro; gracias a él conocí a Napo Barrera y sus hermanos, David Guzmán, Ramón Naranjo y a otros muchos con los que compartimos el glorioso y productivo “cuarto azul”, lugar donde se daban buenos proyectos de fotografía, pintura, poesía y música, además de cenas improvisadas de huevo con tomate, acompañadas con cerveza, para diez o más hambrientos que vivíamos la mayor parte de la semana en su casa, aún en contra de la Lupe.

Hoy a mis amigos los encuentro en mi trabajo: Fer “el negro” Arellano, que las más de la veces se comporta como lo que pudo ser mi hermano mayor; Gilberto “el abuelito” Garza, Iram e Ileana, Chiu, Gloria, Jorge Segura, Memo Berrones, que aunque ya no trabaja en la ENS sigue estando presente; Quique y Lucita, la hermanita sordeada del cuadro y a quien quiero mucho; J. Carlos y Julián. Todos ellos, y los muchos que no mencioné, son parte importante de mi historia, de lo que soy y de lo que tengo que ofrecer; cada uno ha aportado a mi carácter algo de lo que se ve y de lo que se intuye; por mis amigos, en los diferentes momentos vividos, sigo en este sitio masticando anécdotas que espero nunca terminar de contar.

Y no, no voy a desear un feliz 14 de febrero, eso me vale madres…