lunes, 30 de diciembre de 2013

Theo


Pocas cosas marcan a las personas como las mascotas. Esos animalitos que muchos siguen considerando un adorno para la casa y que se llegan a convertir en miembro activo de la familia. En mi caso dos mascotas, perros ambos, me enseñaron cosas que los humanos no están dispuestos a compartir.

El primero, Yogui, eran un pequinés chiflado que sabía ser compañero durante esas largas tardes en que mis papás me dejaban solo para poder ir a trabajar. El Yogui sabía que cuando el carro arrancaba la puerta de la cocina se abría para él; tomábamos leche con galletas o cereal, o cualquier cosa que pudiéramos compartir. Cómplice casi mudo de travesuras y testigo implacable de otras cosas que no sé cómo se podrían catalogar. Conoció mis estados de ánimo en la transición de la niñez a la adolescencia y colaboró con papá a darme serias lecciones de vida.

Una de esas lecciones que más presentes tenemos todos fue la vez que papá, quien sufría migrañas que realmente lo tumbaban en cama, me llamó para que le llevara el frasco de alcohol. Mi respuesta fue la que se puede esperar de un chico frente a la televisión: “Ahorita”, con la esperanza de que la solicitud fuera olvidada por quien la requería o por mí. Después de un rato el viejo se levantó, me tomó del brazo y a jalones me llevó a la cocina sin decir palabra. Yo esperaba una regañada olímpica acompañada de un considerable bien acomodado coscorrón, cuando menos, pero lo que hizo papá fue llamar a Yogui, quien a la primera voz acudió sin dudar. Lo que aprendí es que no hay “ahorita” cuando habla el que manda.

Este perro, originalmente de mi hermana que lo abandonó al primer fin de semana de que se lo regalaron, solía acompañarme en mis caminatas a la loma donde jugaba, y a la tienda, y a la casa de mis amigos, y a cualquier lado, sin importar que en el camino lo aporrearan otros perros o mis vecinos. De cualquier forma el Yogui no se rajaba.

El segundo perro estuvo conmigo hasta hace una horas. Theo fue un perro feliz por ocho años y un poco más. Lo compré cuando a mi mujer se le atravesó la idea de tener un perro. Primero intentamos adoptar dos veces pero no funcionó: al primero se lo robaron y, en menos de una semana, el segundo escapó. A este no recuerdo cómo llegamos, pero íbamos por un schnauzer aburrido; el Theo, Slinky antes de nosotros, subió por una cercha y caminó por una repisa hasta llegar a donde estábamos. Él era el elegido.

Aunque hay quienes dicen que somos exagerados, podíamos ver cuando Theo se reía o cuando enojaba; lo primero porque las comisuras de su hocico lo delataban y lo segundo porque nos ignoraba por días enteros antes de dirigirnos de nuevo la mirada y el meneo de su rabo. Si le comprábamos un juguete, lo celaba hasta la obsesión, pero invitaba a jugar a quien nos visitaba compartiendo el instrumento de su propiedad; si nos íbamos de vacaciones sin él, era bien sabido que a nuestro regreso tardaría en echarnos un lazo con la mirada siquiera.

Gustaba de los niños y no era ruidoso, cuidaba sus cosas sin ser envidioso (al menos hasta que se hizo viejo), comía poco y bien, disfrutaba un paseo en coche y entendía que no podía entrar en casa sin invitación, cuidaba de sus críos como si fuera la mamá, se reía cuando mi esposa lo hacía bailar y se volvía loco por cualquier pelota que cupiera en su hocico. Lloró mucho cuando murió su primera pareja y su pareja, hasta hoy, le lloró mucho a él. Los vecinos han aullado mucho todo el día, y es que Theo fue bueno con todos, con todos sus hijos, con todos nosotros.
Hasta pronto.

domingo, 3 de noviembre de 2013

¿Y qué sigue pues?

Soy coleccionista de cómics desde hace ya muchos años –poco más de 30-, y que cada vez es más difícil clasificarlos y organizarlos en una línea narrativa o por compañía editorial, o por lo que más me gusta, sobre todo porque sólo compro lo que me gusta: algo de DC, otro tanto de Marvel, poco de Dark Horse, y de menos algunas editoriales independientes. Entre las cosas que tengo, además de historietas, son juguetes, suvenires y películas, éstas últimas no sólo relacionadas con cómics, sino con literatura y cosas que también me gustan.
En años recientes, del 2002 a la fecha, las historietas han ocupado un lugar importante en las salas de cine, por el fenómeno que provocara entonces el Spiderman de Tobey Maguire, y que se ha extendido hasta hace unos días con Thor. Lo cierto es que esto no es nada nuevo.
En 1977 saltó a la pantalla, del cine en México y TV en Estados Unidos, el Sorprendente Hombre Araña, con Nicholas Hammond, que fui a ver con papá al cine Cuauhtémoc. Recuerdo que la sala estaba atascada de niños con sus papás que no estaban muy contentos de ver tamaño churro, pero que seguro les provocaba satisfacción ver las caras de sus hijos, con los ojos desorbitados y las bocas semi-abiertas cada vez que aparecía el araña con su traje de calcetín.
Por esos años apareció también en la TV El Increíble Hulk, con la mancuerna Bixby/Ferrigno, que si bien no era mi favorita estaba entretenida y era el pretexto para que los papás y los hijos, sobre todo varones, se apropiaran de la tele los sábados por la noche para ver algo juntos. Al menos eso hacíamos el mío y yo, mientras boleábamos los zapatos y comíamos mandarinas con cacahuates de greña, previo a nuestra agua mineral con sal y limón.
Después vinieron el Superman de Reeve; Conan, el bárbaro, con Schwarzenegger; El Capitán América, con Matt Salinger; algunas peliculitas de Hulk, acompañado por Daredevil y Thor; el Batman, de Keaton, todo Star Wars, desde el ’77 también; y otras cosillas animadas que estaban muy buenas. Todas las mencionadas en principio eran actividad de niños y sus papás; después, de esos niños ahora papás, con sus hijos (hijas, en mi caso).

Vino Dick Tracy, Blade, Spirit, Punisher, primero con Dolph Lundgren, después con Thomas Jane y por último con Ray Stevenson; The Shadow, Spiderman, en cuatro películas con dos versiones distintas; Hellboy, Daredevil, Elecktra, otros Hulks, Fantastic Four, Iron man, Thor, Capitain America, más Supermanes y Batmans, Avangers, ¡en fin!
Lo que quiero compartir es algo que llamó mi atención hace dos días en la sala del cine, mientras veía Thor, acompañado por mis hijas y mi esposa. La sala no estaba llena, pero era notable que la mayoría del público era femenino… ¡ya no eran papás con sus hijos! ¡Eran novios con sus novias, esposos con sus esposas, grupos de amigas mujeres solas! ¡Todas gritando cuando apareció el dios nórdico, como si se tratara de… no sé… una estrella de rock o qué sé yo! ¡El viejerío en pleno!
¿Para eso quería Disney la franquicia de Marvel? ¿para quitarnos también ese bastión? ¿eso va a pasar con la franquicia de Star Wars? Ahora sí estamos jodidos…
 
Hasta luego...

domingo, 20 de octubre de 2013

Sueño compartido

La tensión de saber dónde estaba era creciente. Su compañera de vida, quien muchas veces le dio el aliento para seguir en el camino y que muchas otras le clavó los zapatos al piso, y sus hijos, exhalaban la incertidumbre del momento. Ninguno quería levantarse del lugar bajo la amenaza de perderle en el intento. El clima frío calaba en los huesos de unos y provocaba la somnolencia en otros.

El recinto poco a poco tomó cuerpo con las figuras de otros cuerpos que ocupaban las butacas que quedaban sin marcar por una bolsa, un saco, o algún nieto. La pregunta seguía latiendo diferente en cada cabeza: ¿Dónde está? ¿Por qué tarda tanto? ¿Qué hora es? ¿Cuánto falta? Uno cruzó la puerta y lo vio de lejos, frente a las cámaras robadas por la palabra del anfitrión del evento… Nada se podía hacer. Ya faltaba menos.

Cuando el reloj marcó la hora, la estridencia del anunciador sonaba exigiendo el aplauso para el líder, para el que robó con su palabra y su actitud la atención del evento ante las cámaras que minutos antes lo rodeaban. Detrás de él, el séquito; más atrás los festejados, y entre ellos uno, el que queremos unos cuantos de los que estuvimos allí como mudos testigos de la algarabía que reflejaba en sus ojos de niño travieso.

Intentaba disimular el asombro entre los aplausos y los gritos de quienes estiraban su mano para tocar la suya alzada en un puño sobre su cabeza en señal de triunfo. La sonrisa se mostraba amplia y sus pasos firmes donde otros han tropezado y caído, avanzando y retrocediendo para saludar y abrazar a sus amigos, sus compañeros de jornada, sus cómplices en diferentes circunstancias, sus hermanos, sus nietos e hijos. La tarde sería suya, nunca la compartiría con los otros tres homenajeados -¿Quiénes eran los otros?-.

Ocupó el lugar asignado y, como es su costumbre, comenzó a girar instrucciones mientras en el pódium se cubrían las formas en medio de tautologías y formas farragosas. Durante los honores a la bandera, por ser un acto solemne, mientras muchos intentaban adivinar si los del estrado cantaban el himno o sólo movían los labios, él miraba la bandera sostenida entre los dedos firmes de una niña que parecía dispuesta a ofrendar la vida en defensa de ese lienzo tricolor si hubiera sido necesario. Después, de nuevo las voces redundantes en mil saludos y agradecimientos por demás inútiles en la práctica, pero ineludibles en el protocolo por demás arcaico.

La sala entró en suspenso cuando la luz disminuyó su intensidad. En un momento un rayo de luz se convirtió en imagen y el aire transformo sus ciclos en sonido; en la pared le vimos repetir la misma fórmula de los otros tres -¿cuáles tres?-: su nombre, los agradecimientos y el cebollazo al anfitrión; lo diferente fue, y eso le dio cierta verosimilitud al discurso, que varias veces dijo en distintos tonos que se va, que se jubila, que ya termina su tarea, que su esposa lo exige, que la familia lo reclama, que es su siguiente sueño… ¿Qué tan cerca han estado de tocar un sueño? Él lo ha hecho más de una vez.

Entre voces lo llamaron al estrado para recibir su constancia de Maestro distinguido, la que le permite ingresar a la Galería del Educador Neoleonés, por su ruta, por su camino, por su tarea y su visión, por su esfuerzo. Nosotros sabemos que es más que eso; sabemos que sí es Maestro de aula, de patio, de escuela, de casa, de vida y que enseña siempre con sus manos, ahora temblorosas, abiertas.

Terminada la ceremonia, saltó de un grupo a otro saludando a todos, porque todos eran sus invitados, ninguno era ajeno o desconocido. –“Profe, una foto”; –“Aquí, todos con el profe”; –“Ahora la familia”; –“Felicidades”; –“Otra foto”… siempre otra y otra más. Los que en principio tenían frío, lo olvidaron; los que se dormían, despertaron; todos los demás se fueron, y para cerrar la puerta, como muchas veces, él.


En silencio, después del barullo, su familia, la deadeveras, la de la casa, la de siempre. Mañana seguirá otro sueño… pero ahora, Oscar Mario Benavides Sánchez, compartiremos el tuyo.

Hasta luego.

9 de octubre de 2013, en el marco del Día Mundial de los Docentes. SNTE. Sección 21.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Garantía caduca


En los últimos meses quienes nos dedicamos a la docencia hemos sido objeto de burlas, comentarios mal intencionados, menosprecios, críticas duras y más, a causa de la mala imagen que han vendido los medios de información, provocada la generalización del concepto “maestro”, en las notas que abordan el desacuerdo radical de algunos compañeros del gremio ante la supuesta Reforma Educativa. No comulgo con tal postura porque no creo que la Reforma sea mala, al contrario, creo que me puedo beneficiar de ella por un buen tiempo aunque me pega en lo profesional, y que puede resultar un paliativo a la discrecionalidad con la que se mueven las cosas en el ramo laboral de la educación. Lo malo es que esta reforma también me pega como papá, por algunas líneas que proponen cosas que se deben leer con lupa y que requieren otro espacio.

Pues bien. Hace unos días fue a visitarnos a mi escuelita el Profr. Froylán Monsiváis Sánchez, del Colegiado de Comunicación, ahora responsable de Asuntos Laborales en Secundarias Generales, de la Secc. 21 del SNTE, para llevarnos “el mensaje”, por instrucciones del ungido Casimiro Alemán quien a su vez recibió instrucciones de Juan Díaz de la Torre, que nos daría la tranquilidad laboral que en estos días nos hace tanta falta, por lo que sólo hemos escuchado en los medios sobre la Ley del Servicio Profesional Docente que no hemos leído; en otras palabras, fue a iluminarnos con su sapiencia porque en el SNTE se tiene la verdad absoluta sobre nuestro futuro laboral y profesional, y como los profes no leemos ni entendemos lo que pasa en nuestro entorno...

Durante su perorata, que duró poco más de 50 minutos, nos compartió unas diapositivas que empiezan con la frase: ¡Ningún trabajador pierde sus derechos laborales! Y que contienen, desde su mundito, las “principales dudas” que han recogido de la base trabajadora a lo largo de este calvario que ha resultado la difusión de la Reforma Educativa que contiene, como dice otra diapositiva, “las demandas históricas” del SNTE. Cabe destacar que ninguna de las diapositivas (24, divididas en dos presentaciones) menciona los artículos que de verdad preocupan, principalmente a la base docente, y que en ellas se muestra de forma por demás amañada, lo atractivo que ofrece esta ley, lo que tiene que ver con las promociones y los estímulos económicos, minimizando los procesos de evaluación y permanencia en el servicio docente.

Personalmente, ya lo dije antes, me parece que la Ley del Servicio Profesional Docente hacía falta, así de raíz, pero no de una manera que atentara contra los derechos laborales de quienes hacemos nuestro mejor esfuerzo. Sí, el SNTE dice “garantizar” que nadie, en nuestro estado, se quedará sin chamba. Pero ¿qué puede garantizar una institución víctima del vituperio, interno y externo de sí mismo, y reducida por sus propios miedos? Ellos, los líderes del SNTE, ondean la bandera donde consta que en nuestro estado acredita el 98.3% de quienes presentan el examen del Concurso Nacional Alianza, donde se asignan horas y plazas a los docentes que las pretenden[1], pero no mencionan que sólo el 4.3% de los inscritos acredita la evaluación de Carrera Magisterial en Nuevo León. ¿Esa es la garantía?


CNA
2012-2013[2]
Globales
En prelación
No aceptables
Total
Estatal
880

10

890
Federal
5,134

111

5,245
Total
6014
121
6135
Carrera Magisterial[3]

Inscritos

Incorporados

Promovidos
Total
31,904
570
828

No pretendo justificar a mis compañeros, ni a mí mismo, cuando nos va mal en alguna evaluación, y reconozco que ciertamente la mayoría de los profesores en servicio requieren de algo más que un cursito para entender de los que se trata este trabajo tan cómodo hasta ahora; pero me parece que nuestro sindicato no está haciendo su parte, ni la hará mientras esté vigente la amenaza de auditoría, fiscalización o como le quieran llamar, que comenzó con la detención de Elbita hace unos meses (el pasado 28 de febrero). Al cabo todos sabemos que los comisionados en el sindicato sobreviven en esa condición entre 10 y 20 años antes de volver a las aulas (es sarcasmo, por si no lo notaron) y no les afectará ser evaluados para ratificar su permanencia…

El colmo de la situación, es que muchos de los encargados de trasmitir el mensaje nada alentador de nuestra organización sindical (e incluyo al mismo Froylán), no conocen la Ley que defienden; por ello se limitan a leer las diapositivas, cual chavito de secundaria, entre balbuceos, atropellos de palabras que ellos mismos no entienden y falsas posturas de indignación, sobre todo cuando algunos de los profes que los escuchamos sí sabemos lo que ellos debieran conocer, y tratamos de satisfacer nuestras dudas al respecto sin recibir respuesta. Si al menos conocieran el documento y realmente trataran de explicarnos las ventajas de los aspectos que realmente nos preocupan, no los que ellos dicen nos deben dar satisfacción, tal vez lo que estuviera compartiendo aquí sería distinto, tal vez transformaría mi desconfianza en el impulso para creer en nuestras autoridades y líderes, pero no, no es así.

A ver. Si la nueva ley pretende descubrir lo tontos que somos los maestros; si nuestros representantes nos tratan como tontos; si los maestros, como tontos, aceptamos lo que dicen nuestros líderes tontos, y estos a su vez lo que dicen las tontas autoridades, entonces ¿todos somos tontos? Vamos a evaluarnos parejo, y que en función de los resultados se defina quiénes se quedan y quiénes se van; pero eso sí, que nadie se raje, desde Chuayfet hasta cualquier profe con plaza inicial, desde el presidente, pasando por los diputados, senadores, regidores y alcaldes, hasta los del sindicato, sin importar el cargo que ocupen, y a los que no pasen que se les aplique el transitorio nueve: “Será separado del servicio público sin responsabilidad para la Autoridad (…) el personal que: I. Se niegue a participar en los procesos de evaluación; (…) III. Obtenga resultados insuficientes en el tercer proceso de evaluación…

Hasta luego.


[1] Aunque sólo le asignen horas o plazas a apenas un puño de participantes, y no a los que acreditan, siempre con el pretexto del presupuesto... ¿entonces qué presumen?
[2] http://concursonacional.sep.gob.mx/CONAPD12/resultados/Cuadro_02.pdf
[3] http://www.uienl.edu.mx/docs/estadisticabasicavigesimaetapanl.pdf
 

domingo, 7 de julio de 2013

Mi chaparra

Hace poco era mi bebé y, aunque sigue siendo mi niña, ya no la mareo tan fácil en los traslados como cuando la recogía de la guardería cantando para que no llorara en el camino. Hace unas horas, 18 años atrás, nació la que verdaderamente me quita el sueño con los suyos; la cosa no estaba fácil entonces, menos que ahora, pero su madre me dio ese obsequio que hoy atesoro junto a mis otros dos regalos que me cuestan, muchas veces, más que el solo acto de dormir.

Esa noche, del seis al siete, no dormí. Hacía un calor de los mil diablos y me quedé afuera de la clínica hasta que me dijeron que todo estaba bien y que la vería hasta unas horas antes de recogerla. Llegada la hora, me escurrí entre los pasillos atiborrados de gente, entre olores mezclados de formol y enfermo, entre montones de sábanas sucias olvidadas por alguien en los corredores también llenos de camillas y ruidos que se confundían con gritos y quejumbres.

La mamá brillaba y el bulto, más parecido a un tamal que a una niña, me llegó a los brazos con la misma intensidad del juego eterno del “piensa rápido”; la desaté para verle las manos y los pies, para asegurarme que era niña y para aprender a anudarla de nuevo como minutos antes lo hiciera la enfermera. Desde entonces, 18 años han pasado y en el camino hemos compartido casi de todo. Debo decir que, en buena medida, ella influyó para que hoy me dedique a lo que me dedico, para desgracia de muchos, en ocasiones de ella misma.

Me acompañaba a la Normal y atendía la oficina del Consejo Estudiantil mientras estaba en clase, con apenas dos años de edad; se presentó sola a mi entonces directora y demostraba la confianza de quien tiene su futuro en las manos, parecía que nada la detendría, y ha demostrado, hasta ahora, que así será. Siempre abierta al diálogo cuando tiene algo que decir, busca la forma más diplomática de convencer, y tal vez debido a que conmigo no siempre le funciona busca entre sus recursos la mejor manera de llevarme a donde quiere bajo sus condiciones, a lo que yo me desentiendo como si realmente no supiera lo que pasa.

Los rasgos físicos son de su mamá, pero los gestos y gran parte de su carácter son míos, aunque no le guste aceptarlo, sobre todo aquello que ella misma llama “estreñimiento emocional”, que finalmente no deja de ser en ambos una máscara para proteger lo más íntimo que traemos cargando, pero que a la primera de cambio se oculta para dejar salir a flote, entre dientes y a ojos cerrados para no ver que nos ven, una palabreja acompañada de un golpecito; un abrazo, de una palmada o el asentimiento, de una sonrisa cómplice que muchas veces dice más que cualquier conjunto de letras articuladas.


No lo digo, ni lo diré, con frecuencia, pero quienes me conocen saben que la idea me acompaña siempre: día y noche, tarde y temprano, horas y minutos, dormido y despierto, con amigos y sin ellos… Es más, no lo diré ahora tampoco porque ¿qué les importa? Eso es algo entre mi hija y yo; además, ¿qué puedo decir de manera objetiva sobre la mayor de mis chaparritas?

martes, 11 de junio de 2013

Mis hermanos...

Frente a mis amigos en no pocas ocasiones me refiero a mis hermanos como si lo fueran en verdad, y la verdad es que sí lo son, pero no hermanos comunes como aquellos con los que llegan tus papás un día y te dicen “Es tu hermano”, o hermana, según sea el caso, no. A mis hermanos yo los elijo y creo haber corrido con la fortuna de haber sido electo por ellos también.

Dos de ellos, los de más antigüedad son Joaquín y Carlos. En ellos he visto crecer muchas veces la pasión por lo que hacen y por aquello en lo que creen; de mismo modo creo que han visto en mi persona, en más de una oportunidad, las altas y las bajas por las que he pasado, pero primordialmente creo que entre los tres hemos encontrado esos ratitos de encuentro y escape que siempre hacen falta en diferentes etapas de nuestras vidas.

No se ha tratado nunca, al menos entre nosotros, de ocultar algo o engañarnos con algo. Estoy seguro que tenemos la confianza suficiente para compartir lo bueno y lo malo, lo que sentimos, lo que decimos y, por qué no, hasta lo que hacemos. Entre los tres nos permitimos regañarnos, aconsejarnos y hasta burlarnos cuando la circunstancia lo amerita. Nos preocupamos unos por el otro y ese otro por el resto de los tres. Si bien es cierto que por ratos largos nos perdemos de vista, nadie puede decir que estamos alejados, porque siempre estamos en comunicación, al pendiente de lo que nos pasa en casa, el trabajo o con los mismos amigos.

Mis hijas y los hijos de Joaquín, aunque no el de Carlos por cuestiones que escapan de las manos de mi hermanito, saben que tienen tíos que no son más tíos que los que ya tienen, pero que están dispuestos a saltar en el momento necesario para hacer lo que se tiene que hacer por ellos. Tal vez, con el tiempo, la relación existente entre los sobrinos y nosotros se rompa, pero puedo afirmar que tal cosa no podría suceder entre los tres.

Tenemos mucho en común: la bohemia, plática rica, revistas, juegos, películas y aventuras que nos mantienen ocupados las más de las veces que logramos reunirnos, porque pocos pueden creer lo que hemos pasado juntos, desde pasar horas enteras leyendo, hasta compartir novias; desde una simple tarde de cocina, hasta un maratón de tres a siete días tirados a la perdición y el vicio; de una tarde creativa escribiendo, cantando o dibujando, hasta una de aquellas en las que lo más importante era adivinar el final de alguna serie de televisión o película que hemos visto una y otra vez, como si pudiera cambiar algo de ésta.

Pocas cosas disfruto tanto como ver la cara de mi esposa o de mis hijas cuando escuchan las historias que cuento de mis hermanos, en boca de ellos mismos, protagonistas incansables de mis aventuras juveniles, porque los relatos son los mismos, porque todos somos héroes en esos cuentos, porque muchas veces suenan a invenciones exageradas (muchas sí lo son, pero así suenan más divertidas) de mentes alcoholizadas o febriles que buscan atención para convertirse en el centro de la noche.

De lo anterior, ya lo dije en otro espacio, mi esposa y ahora mi hija mayor, aseguran que muchas de nuestras historias son cosas que hace años acordamos contar, cuando se dieran esos momentos para los relatos, cuando la ocasión permitiera intercambiar narraciones, pero ¿cómo hacer tal cosa? No hay manera, al menos no alguna que pueda revelar aquí.
Hasta luego

miércoles, 15 de mayo de 2013

Grupos


En los últimos meses los maestros hemos estado en la palestra de los medios y en boca de quienes no tienen idea de lo que realmente implica la labor que llevamos a cabo. Tal vez tengan razón, porque no tienen la obligación de saber lo que hacemos cada día y porque por culpa de unos cuantos que destrozan, con su paso y sus actos, la imagen que tratamos mantener quienes estamos interesados en hacer las cosas bien para beneficio de los niños y jóvenes que atendemos, nos catalogan a todos por igual.

La verdad, igual que muchos de mis compañeros del gremio, me preocupa todo lo que se maldice de la Reforma al artículo tercero, pero también me alienta saber que estamos más cerca de clarificar las reglas del juego para quienes queremos seguir este camino y para aquellos que pretenden iniciarlo. Lamentablemente algunos de estos últimos siguen en las formadoras de docentes por las razones equivocadas: la “seguridad” que ofrece este trabajo, aunada a los periodos vacacionales y bonos que les acompañan, entre otras cosas que se dicen en las aulas y confirman quienes están en proceso de formación.

Por mi parte llevo casi trece años intentando diariamente trasmitir la pasión que siento por mi trabajo en la Normal Superior, y en ese corto tiempo he compartido con alumnos de todas las especialidades que ofrece la licenciatura, en diferentes asignaturas; pero donde echo toda la carne al asador, donde más aprieto y la que más disfruto, es mi especialidad: Español. Desde esa trinchera he visto cómo llegan chavos que buscan qué aprender y salen verdaderos docentes a quienes me gustaría toparme después como mis propios maestros; pero también he sido testigo de lo contrario: la indolencia, la apatía, la negatividad ante cualquier cosa, la exigencia de atención para despreciarla y, por supuesto, a cambio de nada.

Desde el semestre pasado atiendo dos grupos de mi especialidad; nada más distinto entre grupos que, se puede suponer, comparten intereses de formación. Uno de ellos pregunta todo, lo mínimo y lo máximo, lo cual hace pensar que no entienden al mismo ritmo de los grupos de generaciones anteriores, pero que se empeñan en quedar bien con sus maestros con el esfuerzo reflejado en sus trabajos, que si bien no son los mejores, al menos denotan las ganas de hacer las cosas bien, con cierto grado de organización y complejidad que muchas veces los sobrepasa.

El otro grupo, apenas pone atención a las instrucciones por estar con la cara metida en sus pantallas, con el pretexto de que así toman nota de la clase; creen ser muy buenos en lo que hacen, cosa que no dudo pero que no demuestran. Cualquier cosa que se les encargue es motivo de queja y antes de visualizar la ganancia que les puede traer el desarrollo de tal o cual actividad o tarea, ponen toda su concentración en las fallas que pueda tener y el valor que se le otorgará en su calificación para decidir si vale la pena cumplir o brincarse el esfuerzo. Lo peor de todo, es que los pocos que verdaderamente dicen tener ganas de hacer bien las cosas, lo hacen a escondidas del resto del grupo para no ser tachados de traidores, lo cual demuestra que el grupo mismo es consciente de su mediocridad disfrazada de soberbia.

Nunca me había tocado trabajar con grupos pares tan distintos, y sé que mis compañeros tampoco. Me queda claro que tarde o temprano llegará la prueba de fuego para cada uno de estos alumnos, y que en ésta algunos se quedarán entrampados; sólo espero que quienes logren avanzar al siguiente nivel sean los que tienen verdadera vocación, los que tienen bases firmes para la docencia, los que tienen claro que el magisterio es una forma de vida y no sólo un trabajo, los que tienen verdaderos deseos de servir a sus alumnos, aunque éstos últimos no estén interesados en los que sus maestro tienen que compartirles, los que quieran fortalecer la imagen idealizada del buen maestro.

Hasta luego.

domingo, 5 de mayo de 2013

Mia mamma...


Por lo regular a mis logros académicos y profesionales les encuentro su origen en el ejemplo de mi padre contra quien, la verdad sea dicha, he competido desde que tengo memoria; primero, porque la mayoría de mis maestros resultaban sus amigos y siempre anteponían su nombre al mío en las diferentes actividades que tenía que desarrollar para honrar el nombre que porto. En segundo lugar, porque el ejemplo que ha dejado en quienes lo conocemos se presenta sencillo en los decires y deja libre la oportunidad de alcanzar sus logros y superarlos, por qué no. Debo destacar que esto último muchas veces es casi imposible, dado que entre el decir y hacer existe una gran distancia.

De quien pocas veces me permito hablar, tal vez porque es incompartible, es de mi madre. Compañera inseparable de papá desde que ambos estudiaban, motorcito infatigable; núcleo de las reuniones familiares; conciencia, y verdugo muchas veces, implacable de sus hijos; amorosa con los nietos y consentidora especialmente de quien escribe, aunque no por eso menos rigurosa. Es de ella de quien me cuido que se entere de mis tropelías, porque estoy seguro que sin piedad me escupirá en la cara, como ya lo ha hecho, mis culpas y la penitencia en el mismo salivazo.

Hace unos días, mientras hablaba con mi esposa de esta señora que me cuidó de niño, me soltó una pregunta que aún no puedo responder y que pretendo, en estas líneas llenas de ocio, explicarme para ver si así se me aclara la incógnita. Preguntó cuál era mi visión de mi madre, ante la imagen exaltada de papá, pues si bien es cierto que todos admiramos a este último, mucho tiene que ver el testimonio que tenemos sobre la forma en que ella nos hacía visualizar al viejo.

Igual que mi padre, ella es maestra que trabajó hasta el último momento previo a su jubilación; es día que cuando se pasea por algún centro comercial o tienda departamental, se topa con quienes alguna vez fueron sus alumnos, y todos ellos la saludan con mucho respeto y aparente cariño. También cuando ha tenido la oportunidad de acompañar a alguna de mis hermanas que comparten su profesión, o a mi papá, no falta que alguna madre o padre de familia que atienden, haya pasado por su aula. La diferencia entre el desempeño de papá y de mamá, es que mientras él corrió por muchas escuelas, ella se mantuvo principalmente enclavada en una sola comunidad, con salidas breves a otras escuelas cercanas siempre a casa.

No tengo ninguna duda en que mis hermanas, y yo mismo, nos sentimos atraídos a la casa paterna por ella que siempre tiene algo que dar; sé que en los logros de papá ella siempre ha estado presente, como lo ha estado en los nuestros; y si bien siempre ha pretendido que papá sea el centro de las reuniones, es ella la que las define, convoca y organiza.

Hoy todos estamos en torno a ella, como haciendo fiesta para minimizar la situación (al menos yo por aquello de proteger al máximo lo que siento) ante papá que está más preocupado que todos sus hijos juntos. El motivo… el motivo es una cuestión de salud bastante delicada, con una cirugía de por medio; pero conociendo a Rosa Elva como la conozco, pronto estará en pie para seguir dirigiendo desde las sombras a la familia. ¿Alguna vez han leído La mamma, de Puzo? Así la imagino pronto, pero con menos tragedia…

Hasta luego.

jueves, 14 de marzo de 2013

Gracias... por nada



Nadie y el entrante Secretario General
Hace unos días concluyó para mí la responsabilidad de representar a mis compañeros de la escuelita ante el SNTE. Debo decir que no fue la gran cosa, más bien fue algo así como pasar de ser el mandadero de ellos, porque así los acostumbró mi antecesor, para convertirme en el recadero del sindicato. Enfrenté desafíos mínimos que desgastarían fácilmente la razón de algunos, me agoté hasta el cansancio en vueltas ociosas a las oficinas de la Sección XXI y me harté de trabajar solo en la escuelita contra aquellos que creen que desde esa comisión se logran beneficios personales gratis.

Mi experiencia en ese camino me lleva a replantear las funciones del Secretario General de una delegación sindical que pertenece al SNTE:
  • Debes hacer para los demás, porque cualquier cosa que hagas para ti es mal vista, aunque te la hayas ganado al cubrir todos los requisitos como cualquier agremiado;
  • debes hacer para ti, porque de otra forma eres pendejo;
  • debes acudir puntualmente a los llamados, sin importar que sea domingo a cambio de nada;
  • debes entender que todo es más importante que tú mismo;
  • debes tener la habilidad de amenazar a los compañeros de contrato, sin que suene a amenaza, de que acudan a los eventos donde se necesita bulto;
  • debes quedarte callado cuando observas que se desarrolla algo injusto contra alguien, porque de otro modo te marginan, hasta que te vuelvan a citar en domingo;
  • si intercedes por aquellos que te brindaron su apoyo cometes una injusticia porque todos requieren ese apoyo;
  • si consigues un beneficio para alguien que no seas tú, es un derecho que tu compañero tiene y tu obligación otorgárselo, aunque días antes te hayan mentado la madre;
  • si el beneficio implica más trabajo (aunque eso implique más sueldo) no es beneficio, sino motivo de una mentada de madre;
  • si eres capaz de codearte con las grandes cacas del sindicato, o las medianas e incluso las chicas, eres también una mierda porque nadie escucha las necesidades reales de nadie;
  • todo lo que digas será utilizado, tarde o temprano, en tu contra, tanto en las oficinas del SNTE como en tu delegación;
  • y cosas por el estilo…

Cuando llegué al cargo, por el voto de la mitad más uno de mis compañeros, era más que palpable la fractura en el plantel: unos protegían sus intereses personales, otros su bolsillo, otros más justificar su poca presencia académica, unos más orgullo y otro su reputación. Mi interés era sacar el control delegacional de la dirección. Lo logré. Entregué una delegación entera, con los mismos intereses en juego, pero con un solo candidato. Bien planeado, bien pensado, bien jugado, muy cansado.

El jaleo comenzó temprano, nadie más que yo en la delegación sabía la fecha del cambio. Todos la esperaban en noviembre, diciembre, enero, febrero; yo seguía diciendo que sería en abril o mayo, y cuando todos los cabos estuvieron amarrados, llegó visita a mi escuelita para poner los puntos sobre las i’s. Al día siguiente la convocatoria. Ya todo estaba armado: la carpa, las pistas, las luces, el público, el circo entero. Todo estaba dispuesto y la mesa servida. Festejaron el triunfo amigos y detractores juntos; una vez más la promesa de amor estaba hecha y se veían todos frente a frente, sin agachar la mirada, sonrientes porque todo salió como lo planearon, como lo había visualizado.

Sofía y Elizabeth
Los corajes, decepciones, burlas, desaires, trabajos forzados y más cosas que enfrenté, allí se quedan. La gente a quien pude ayudar se queda con el beneficio obtenido; mientras, seguiré rogando en las oficinas del SNTE ser escuchado. Sólo una voz me reconfortó una tarde previa a la conclusión de este capítulo, sólo una voz en poco más de tres años hizo un alto para decir gracias, por treinta y tantos días de trabajo, cuando otros, por poco más de tres años de lo mismo, nunca pudieron articular esas seis letras. ¿La verdad? No lo necesité, pero cuando escuché por teléfono ese gracias, me sentí recompensado por el esfuerzo.
Gracias.

jueves, 28 de febrero de 2013

Nada me falta.


Los ciclos se cierran siempre por buenas razones; no estaremos conformes cada vez que sucede, pero qué le vamos a hacer… así pasa cuando pasa. Lo que más incomoda es pensar en los si hubiera que nunca dejan nada bueno. Esta semana se ha llenado de cosas significativas, que de alguna manera me dejan cosas, de pasadita, que señalan puntualmente los ciclos que concluyen, sin dejar claros aquellos que se deben iniciar. Tamaño lío, ¿verdad?

Lo más trascendente de estos últimos días, es la partida de un gran amigo que me dejó grandes enseñanzas en el poco tiempo que lo pude tratar. Lo conocí en mi trabajo, pero desde el primer momento que cruzamos palabra sentí que era uno de esos tipos en los que se puede confiar, y así fue. En los momentos difíciles allí estaba, sin importar lo que tuviera qué hacer para lograrlo; varias veces me sacó las ideas suicidas de la cabeza a punta de madrazos… o algo así más o menos.

Cuando recibí la noticia de su partida, me sorprendí a mí mismo llorando. De alguna manera, la noticia sorpresiva, me exprimió los ojos y me dejó sin habla, ambas cosas hace mucho las creía difíciles, pero no; esa insistente necedad de hacerme el fuerte, impasible e incluso indiferente ante situaciones similares, me dejó solo ante las palabras que me arrancaron el aliento, y por instantes, a lo largo de ese día, los pensamientos.

Dice Cortéz (1969) que a la partida de un amigo, “queda un árbol caído que ya no vuelve a brotar porque el viento lo ha vencido”, y tal vez sea cierto: la muerte de mi amigo me venció ese día, y aunque debo aclarar que no me derrumbé, como alguna vez hiciera mi padre frente a uno de sus amigos, por momentos creí que me podría suceder. ¿Qué pasó? No sé; tal vez estaba en tal armonía con mi entorno, que me relajé más de lo común.

Sé que asumir la muerte de alguien a quien se siente cerca no es sencillo, y acepto que no había sentido algo parecido en ninguna de las ocasiones en que he enfrentado la muerte, pero sólo de pensar que tarde o temprano estaré de nuevo en una posición así, o peor aún, que puedo provocar algo similar, al menos a mis hijas y a mi esposa, no me permite eliminar la idea de que, en cierta forma, es mejor estar solo. Y no porque quiera estarlo (adoro a mi mujer y a mis hijas), pero lo que vi en la esposa de mi amigo, y en los que se quedan, no me gustó.

Por supuesto, esto no se trata de qué me gusta o qué no, pero debiera tratar de tener el tiempo suficiente para poner en orden las cosas y poder decir a la muerte cuando llegué: “ya estoy listo, nada me falta”, para después partir.

Hasta pronto
(A la memoria de  Mi amigo Alberto Domingo Villarreal. 26 de febrero)