jueves, 8 de octubre de 2009

Fantasmas

Los fantasmas tienen cara de mujer, aunque es difícil saber si lo son. Se aparecen junto a la carretera, justo en el borde de la línea blanca que indica el límite del acotamiento. Muchas veces pasan inadvertidos porque se esconden en lo más oscuro del camino, donde nadie los sorprenda porque les gusta ser los que sorprenden. Visten de todos colores y se fuman despacio la noche para que les dure más, algunos hasta beben de pequeñas botellas que guardan en sus bolsos roñosos donde seguro también guardan sus propios fantasmas, esos que los persiguen con hambre y miedo, con frío y sueño, esos que no los dejan dormir en el día y que en la noche les obligan a salir a buscar el día siguiente.

Los he visto en la madrugada camino a casa y en las mañanas rumbo al trabajo. En la madrugada me han asustado, pálidos, secos, cenizos, marchitos, como borrones que pasan por la ventanilla a más de 140 Km/hr., siempre alzando la mano, mostrando lo que tienen, invitando, sin importar que vaya acompañado; por las mañanas dan tristeza, cansados, ebrios, apoyados en cualquier caja de tráiler con los zapatos en la mano mientras vomitan el asco de la noche sin suerte, salvo la misma de siempre. Los fantasmas a los que me refiero tuvieron sed algún día, ganas de huir de su miseria y, seguramente, gusto por la vida; hoy tienen poco tiempo para morir en su marasmo y apenas lo suficiente para seguir rondando los caminos, toman lo que la vida les dejó y se conforman con ello, no tienen más opción, al menos no a la vista.

Hay otros fantasmas que se cargan a diario e impiden ser lo que se es; fantasmas que incomodan, que cobran caro el pasado en el presente, que aniquilan los sueños, que golpean el suelo a cada paso haciendo eco en el alma, fantasmas que gritan y gimen y lloran y se burlan, que nublan la mirada, que cubren los ojos, que lastiman, que arañan, que sangran; fantasmas que quitan el habla, las ideas y los sentimientos que también duelen porque hacen recordar de dónde viene uno y que distraen buscando que uno se olvide hacia dónde va.
Otros deambulan sin rumbo, sin hacer, sin ser; siempre callados, protegidos en lo etéreo, en la bruma, en la confusión que se aglutina formando una razón incomprensible en el colectivo insomne, perdidos en su propia consciencia inexistente, imaginaria, rústica; temen a lo mismo que los impulsa y se esconden de todo lo que los roce: viento, voces, palabras, frases, ideas completas que los puedan comprometer a existir en un mundo ajeno al suyo, sin sospechar que ese tampoco les pertenece.

Hay fantasmas que traicionan su naturaleza y se incluyen en el día queriendo ser más. Esos son más peligrosos porque desgarran desde adentro cuando son descubiertos, son parásitos que se significan en los aparadores, que se lucen, que creen brillar con luz propia pues consideran que la vida se los debe, aunque siempre han sido oscuros o grises o nada. Otros fantasmas no tienen cara, pero siguen siendo lo mismo: fantasmas. Y sin importar que sean nocturnos pasajeros o lastre que se arrastra, siempre da miedo enfrentarlos para que se vayan a donde pertenecen: al camino, la noche, la mañana, el sueño, el desvelo, el recuerdo o el fin.

¿Cuántos fantasmas has visto hoy?

domingo, 13 de septiembre de 2009

De princesas y brujas

No hay nada más rico que perder el sueño a las 3:30 de la mañana para descargar la conciencia en unas cuantas líneas.
Resulta que hace unos días, esta semana que termina para ser exactos, encargué a mis alumnos de secundaria, la lectura de un cuento que entre sus líneas maneja las palabras nalgas, chiches y cabrón, bajo el velo de una serie de actos vouyeristas que se antojan cómicos a ratos, hasta que revienta la situación con una violación implícita en el nudo de la historia.

Tal vez platicado así, fuera de contexto, sea alarmante dicho texto; sin embargo, puedo asegurar que tanto el vocabulario, como el delito cometido por el protagonista de la historia, están bien cocinados; es decir, justificados en la narración. Ojo. No quiero decir que justifico una violación, por supuesto que no; pero en esta historia en particular no podía suceder otra cosa, aunque no sea la parte medular del cuento.

Haber encargado ese texto obedece a que en clase teníamos que trabajar la descripción social, cultural y psicológica del personaje y del ambiente en el que se desarrolla, además de variantes dialectales y otras cosas. Ese cuento cumple claramente con todas las características que exige el modelo de análisis, de modo que no tendría que acudir a varios textos para abordar lo que el guión propone.

Lo que nunca preví es que daría comezón a algunos papás y que estos irían a preguntar/reclamar el porqué de ese tipo de cuentos. Mi respuesta se apegó al programa: deben ser cuentos latinoamericanos del siglo XIX o XX y muchos de ellos contienen temática similar.

- ¡Pero mi hija no conoce de esos temas!
- ¡Mi hijo no habla con esas palabras!
- ¡Esos temas no se tocan en mi casa!

- ¡Usted está contaminando la inocencia de los muchachos! ¿no pudo escoger otro tipo de cuento?

- ¿Cuál? ¿De princesas? Siempre vienen de familias rotas por diferentes motivos, o sufren la violencia hasta que huyen de su suerte en brazos del primero que pasa ¿de niñas acosadas por los lobos? ¿de hermanitos que pueden ser la “merienda de viejas brujas”?

-Bueno, no. Cuentos para su edad.

- ¿Cuáles? ¿de Rulfo o Quiroga? Siempre hay muertos o cosas parecidas, ¿de Márques o Arreola? Siempre hay muertos, engaños, infidelidades o pérdidas (y hasta perdidas), ¿de quién? … ¿qué hacen mientras comen? ¿platican o ven televisión? … ¿y qué programas ven a esa hora? … ¿Noticias? … No más preguntas señor, señores…

Tal vez algunos papás se prometieron no volver a dejar a sus hijos e hijas frente al televisor, el periódico, la computadora y hasta las ventanas de su casa para no contaminar su inocencia, tal vez pensarán dos veces antes de rentar una película infantil, tal vez tienen la idea de que en la escuela debemos apretar el nudo de la venda que muchos de ellos ponen en los ojos de sus hijos, o que debemos encerrar con otra burbuja, la burbuja que ellos creen haber hecho para sus querubines adolescentes, tal vez… tal vez muchas cosas…

Todavía no sé si cometí un error al proponer esa lectura, pero al día siguiente que trabajé el texto con los muchachos lo hice pausado, esperando algún comentario fuera de contexto relacionado con las nalgas o las chiches, o con la violación, pero no, lo que se dijo en la clase estuvo centrado y con buen juicio; lo escabroso del tema lo percibieron sólo los papás que fueron a verme y lo que mis alumnos hicieron fueron, muchos de ellos, muy buenos productos.

martes, 25 de agosto de 2009

Cecilia

Cecilia se reía de todo lo que le rodeaba; tal vez no era sonrisa, pero siempre mostraba los dientes, sobre todo los frontales que sobresalían de sus labios como si fuera un conejo. Su cabello ensortijado se enredaba con frecuencia en sus dedos y eso le gustaba porque con frecuencia lo provocaba en la clase, seguro porque se aburría y no encontraba otra forma discreta de distraerse. Sus compañeros bromeaban mientras ella seguía su lectura o su plática casi callada con sus amigas. Siempre tenía algo que decir, aunque fuera en silencio.


Ayer fue su primer día en segunda año. Y su último. Hoy se fue y nadie puede decir que se fue sonriendo. Sólo su madre y el médico, pero ninguno nos lo dirá. La noticia se dio y se difundió en medio de rumores primero, voces familiarmente escandalosas de algunos de sus maestros que decían: “Yo le di clase”, “Era la más lista del grupo”, “No se le notaba la muerte”…


¿Y a quién se le nota? Sobre todo a esa edad ¿a quién se le nota?


Todos tienen su versión: “bajas defensas”, “paro respiratorio”, “deficiencias genéticas”, pero lo que haya sido no importa ahora, lo que importa es que ya no está.


No he querido ir al grupo y por supuesto no iré a su funeral; prefiero despedirme aquí, donde la conocí, donde se vistió de Adelita, donde jugó con sus compañeros, donde se distraía en su clase, en mi clase, en la de todos porque se aburría, donde se quejaba del ruido que los demás hacían y que combatía con sus murmullos de voz.


domingo, 9 de agosto de 2009

...de cola chica

Hace algunos años renuncié a la modalidad semi-escolarizada (“la mixta”) por varios motivos. Primero porque sabía que no tardarían en correrme, en ese tiempo era disidente del entonces Comité Sindical y la situación estaba muy tensa para quienes no acostumbramos aplaudir cualquier chistosada; segundo, porque entonces me había convertido en uno de los apestados que, por el motivo anterior, no debían ser saludados para no perder la “chamba”; pero para no echar tanto rollo, que hoy no viene al caso, e ir directamente al punto que pretendo tratar, el motivo que más me cala en este momento fue el caricaturizado burocratismo en el que se transformó trabajar allí. Me explico.

Cuando arrancó la mixta se notaban las ganas de hacer un cambio; sin que nos lo pidieran, nos reuníamos al término de la jornada para compartir lo realizado en el grupo y preparar lo de la siguiente sesión; también entonces nos capacitábamos entre nosotros mismos (hablo de la gente de Lengua y Literatura) intercambiando lecturas, libros, actividades, materiales y todo lo que facilitara el trabajo del curso que se impartiera o se fuera a impartir.

Después a alguien de la raza se le ocurrió la brillante idea de lanzar capacitaciones y reuniones periódicas de academias para todas las asignaturas y ¡venga el primer guamazo! Al poco tiempo, para cada reunión, se debía llenar un formatito; a esto siguió otro y otro y otro más. La familia creció en alumnos y docentes, por lo tanto era más difícil controlar a medio mundo y se sugirió otro formato de control de asistencia en dos líneas: alumnos y maestros.

El primero consistía en llenar una hojita (creo que todavía se usa) para marcar quién había faltado ese día, además del registro que el profesor llevaba; esa hojita se entregaba al prefecto para que lo pasara al coordinador que también tenía registro de las faltas de los alumnos, ¿para qué? ¡Para después justificarlas, dado que se debía cuidar al cliente! “Se justifican las inasistencias, no la falta de trabajo”, parecía decir la regla, que después también se esfumó, en pro de la eficiencia terminal. El otro era más sencillo: el maestro llegaba y firmaba una lista al prefecto y otra en la coordinación al entrar y salir de clase (ahora se checa en el reloj checadedos y se firma en cuanta hoja aparezca tu nombre).

La elaboración de las guías de auto-estudio era sencilla: se consideraba a alguien que supiera ampliamente de alguna asignatura y le encargabas eso: una guía. (Debo decir que eso también surgió de Lengua y Literatura con el primer cuaderno de Estrategias que hicieron Roger, Gil, Fer y Esperanza, que iba a llamarse Cómo sobrevivir en la Normal y no morir en el intento). Después las dichosas guías se convirtieron en un llenado interminable de formatos que terminó en nada, de eso nunca salió una sola guía, lo que salió fue una serie de antologías con las lecturas propuestas en el programa, por cierto, también mutiladas por la formatitis.

Después de un extraño cambio de poderes, surgieron cada dos semanas las reuniones de academia, y cada cuatro, o algo así, (aquí va otro trancazo) las verticales que, al menos a las que asistí, no servían para nada, salvo para que quien salía a las 10:30 hrs volviera a las 16:00 para la dichosa reunión. ¡Ah! Me olvidaba, cada reunión tenía una serie de formatitos que debían llenarse y firmarse para demostrar que se estuvo en el lugar, además de las listas de asistencia que tenía el coordinador general, el de grado, el asesor y el prefecto.

Otro cambio de poderes y ¡bolas! Otra serie de brillantes ideas… la plataforma, los indicadores, lap tops para todos. Una vez más Literatura dio el banderazo de arranque en las tres cosas y ¡pácatelas! Otra serie de formatos para subir cosas a la plataforma, elaborar los indicadores según Marzano (Marziano, diría T. Corona) y, sin queja, regresar tu lap si era prestada o reportarla robada como presuntamente varios hicieron.

En ese punto me rajé de la mixta. Me fui con la idea de no volver hasta que el Comité o la administración cambiara, lo que pasara primero. Ahora estoy en el Comité y he vuelto para ver que el (¿cómo le llamé? ¡Ah, sí!) caricaturizado burocratismo sigue vigente. Ahora sucede que si alguno de tus jefes te dice “brinca”, tú y quienes escucharon brincan hasta que les ordenan dejar de hacerlo para que llenen un formato que describa su experiencia brincando, lo conviertan en una red conceptual que se transformará en indicador y éste en una serie de reactivos que deberán incluir en su informe de tema, bloque y final, para que puedan llenar otro formato en el que conste que entregaron todo lo que les pidieron y se puedan liberar ¡por fin! para cobrar el último pago con su respectivo bono de productividad.

Disfruto mucho dar clase, compartir con mis alumnos lo que sé y aprender de ellos. Sé que es necesario, por aquello del CIES cumplir con la entrega de la planificación y los instrumentos de evaluación, o al menos los criterios, pero ¿tanto? Seguro una vez que publique esto me dirá mi Secretario General –“¿ya vas a empezar?”, o mi directora –“¡Te habías tardado!”, o el Secretario Académico –“¿No te avisaron? No estás programado”, o alguien más –“¡¿Para qué te embroncas?! ¡No entiendes!”, pero qué le voy a hacer, así soy de lengua larga... pero de cola chica.

Hasta luego…

viernes, 20 de marzo de 2009

¿Amigos?

Veinte años y cuarenta kilos después, me encontré a Ricardo, quien junto a Esaú y Gerardo, en La Trenza, hicieron muchos de mis fines de semana divertidos. En su compañía hice mi primera presentación fuera de Monterrey, en Monclova la bella, y fue estando con ellos que aprendí a tocar el charango, el cuatro y algunos instrumentos de viento que sonaban bien solos o acompañados de guitarra, vino y amigos.

Desde entonces he puesto atención a la gente con la que me rodeo para no sufrir descalabros; me he dado cuenta, por ejemplo, que a la primera oportunidad me hago amigo de los demás aunque no me consideren igual, lo cual no importa en lo inmediato, puesto que eso no nace de la noche a la mañana, sino después de un proceso que exige poner a prueba la confianza y otras cosas que en este momento me parecen mariconerías.

Muchas veces aquellos a quienes considero amigos me han dado con la puerta en la nariz o me han dado una patada en el trasero y confieso que algunas veces he hecho lo mismo, más por idiota que por malo, y eso no me hace sentir mejor. En mi historia con los Trenzos me di contra la pared cuando me enteré que me grillaban porque cobraba lo mismo que ellos, lo cual no era mucho pero yo no lo tenía que dividir, y de algún modo, no lo sé de buena fuente sino por chismes, condicionaban sus tocadas a cambio de que no me contrataran.

Hoy los amigos cobran importancia de nuevo, como siempre, porque se ha hablado de lealtades en mis dos trabajos. En uno, no falta el chiflado que se cree indispensable para que las cosas marchen, el amargado que se siente excluido y burlado, el paranoico que espera el madrazo y el que se deja llevar por las emociones del momento. Eso es normal en cualquier familia que se digne de serlo.

En el otro existen las mismas personalidades con otros actores, escenarios y ambientaciones. La diferencia entre una y otra es el grado de compromiso que existe para sobre llevar la trama de telenovela que vive cada día: El niño bien querido que es maltratado por los malos de la historia mientras las heroínas asumen su rol de malentendidas o divas, dependiendo de su posición.

Con ese guión me preguntaron ayer si estaba enojado, seguro por el gesto que siempre me cargo, pero la pregunta no fue por interés real, sino una manera de provocar, pues algo de culpa debe haber en quien preguntó, pues sin condiciones le ofrecí y demostré confianza y ésta fue vendida sin darle la oportunidad de defenderse. No me molestó tal acto, sólo me decepcionó mucho, pues creo que quien exige respeto, lealtad y compromiso es lo menos que puede ofrecer, sin importar el precio.

Lo malo es que muchas veces el precio rebasa nuestra capacidad de asimilación y no medimos las consecuencias de vender lo que nos ofrecen: algunas veces la gloria y otras la vergüenza. Lo bueno es que en el camino muchas veces tenemos tiempo de buscar lo que necesitamos, lo que queremos, lo que somos y decimos para que nadie nos tome de sorpresa.

Me dio gusto ver a Ricardo, me dio gusto verlo bien y lejos de su pose de vedette, medio gusto contar por un rato con su amistad – o mejor dicho, ser su amigo por un rato-, me da gusto seguir viendo a la gente y equivocarme al hacer amigos pues eso me da la oportunidad de pensar que todo está bien y que el mundo sigue girando.

lunes, 2 de marzo de 2009

Lo propio, lo extraño, lo necesario...

En pasados días se dio el cambio del Comité Ejecutivo Sindical en mi escuelita. Ninguna novedad aparente. Los que una vez estuvimos de francotiradores, ahora nos formamos en la línea para encontrar la fórmula del santo grial. Otros se quedaron en el camino con el pretexto de seguir la misma tradición de ir en contra de lo que en otros tiempos apoyaron.
Uno de estos últimos me felicitó, con sarcasmo, de haber ganado aunque no hubo contrincante. Mi respuesta fue simple: -“Siempre he ganado. La única vez que perdí fue cuando me junté con ustedes”. Con eso se quedó callado, no dijo más. Las vacas sagradas están dolidas por no haber podido jugar en esta ocasión por el motivo que sea (aunque no estuve de acuerdo con ello); otros apasionados gritaron que no se dijera nada si no había formado la planila negra atípica, y la respuesta fue simple: -"No me oigaz, azí zoy y qué, no me oigaz".
Se habló de unidad, que aunque buena, se vio parcelada con caras largas junto a los laboratorios, con conciencias intranquilas de aquellos que no aceptaron la oferta de integrarse para consultarlo con la familia… ¡Ah! ¡Por cierto! No diré nada más, dejaré que quien sabe hable por mí; me permitiré transcribir un fragmento de mi libro favorito y con él diré todo.

Connie se había recuperado de su ataque de histeria. Con infinito rencor en su voz, dijo a Kay:
-¡Por qué piensas que se mostraba tu marido tan frío conmigo? ¡Por qué crees que quiso que Carlo viniera a vivir a la alameda? Hacía mucho tiempo que había decidido matar a mi marido. Pero no se atrevió a hacerlo mientras vivió mi padre. Él no lo hubiera permitido. Y Michael lo sabía. Por ello, decidió esperar. Y luego, para que no sospecháramos, aceptó apadrinar a nuestro hijo. Es un bastardo sin corazón. ¡Piensas que conoces a tu marido? ¡Sabes a cuántos hombres ha matado, además de mi Carlo? Sólo tienes que leer los periódicos. Barzini, Tattaglia y otros varios. Mi hermano los mató.
Otra vez volvía a perder el control de sí misma. Trató de escupir a la cara de Michael, pero no tenía saliva.
-Llevadla a su casa y que la vea un médico –dijo Michael.
Los dos guardaespaldas asieron a Connie por los brazos y la sacaron de la casa.
Kay aún no había salido de su asombro. Estaba horrorizada. Dirigiéndose a su marido, dijo:
-¡Por qué ha dicho estas cosas, Michael? ¡Qué es lo que le hace creer tales barbaridades?
-Está histérica.
Kay le miró a los ojos. -Dime que no es cierto, Michael, te lo ruego.
Michael, con expresión de cansancio, respondió:
-Claro que no es cierto. Créeme, Kay. No es cierto.
Nunca se había mostrado tan convincente. Lo dijo mirando directamente a los ojos de su esposa. Ella no podía dudar de la palabra de Michael, del hombre en quien tenía absoluta confianza. Kay le dirigió una melancólica sonrisa y se echó en sus brazos esperando que él la besara. Luego dijo:
-Ambos necesitamos beber algo.
Fue a la cocina a buscar hielo. Desde allí oyó abrirse la puerta, y al salir vio a Clemenza, Neri y Rocco Lampone, acompañados de los guardaespaldas. Michael estaba casi de espaldas a ella, pero Kay se movió un poco, lo justo para poder ver a su marido de perfil. Entonces, Clemenza se dirigió a su marido llamándole Don Michael.
Kay vio como Michael recibía de pie el homenaje de aquellos hombres. Y se acordó de las estatuas de Roma, de las estatuas de los emperadores romanos, quienes por derecho divino, eran dueños de la vida y de la muerte de sus súbditos. Tenía una mano en la cadera. El perfil de su cara hablaba de un poder frío y orgulloso, y su cuerpo descansaba sobre uno de sus pies, que quedaba un poco más atrás que el otro. Los caporegimes estaban de pie frente a él. En aquel momento, Kay comprendió que todo lo que Connie había dicho era cierto. Regresó nuevamente a la cocina, y una vez allí, se echó a llorar.

Puzo, Mario (1993) El Padrino. Trad. Ángel Arnau. RBA Editores. España pp. 407-408.

Hasta luego.

viernes, 2 de enero de 2009

De aquí, nada puede verse.
Este es el lugar que domina el sentimiento,
es la tierra del que añora, es la tierra del que extraña
a su familia, sus amigos, su pueblo y su gente.
Es la tierra del que quiere volver, pero no vuelve.