lunes, 30 de enero de 2023

Los mostros y las brujas

No suelo llegar tarde, es más, casi siempre llego media hora antes de que me indiquen que ya debe iniciar la jornada. A esa hora todo sigue oscuro y, durante octubre y lo que resta del año, el clima se siente húmedo, fresco si no es que frío, brumoso y con esa brizna que anuncia la llovizna que no siempre llega a tiempo. Al cruzar el portón, muchos mostros -sí, mostros, no monstruos- y brujas ya rondan el patio en torno a la idea de comenzar el día, mientras roen un pan y beben su leche o jugo, algunos gruñen despacito, con cierta timidez, un “Buenos días”; otros se reúnen lentos para compartir algún comentario mientras danzan de un lado a otro, como zombis que se balancean sin ir a ningún lado.

Mis mostros y brujas no son maléficos, si acaso despistados que olvidaron la tarea o el libro en casa, pero igual dan miedo cuando al sonar del timbre forman filas para gruñir más fuerte… el timbre es la señal de que deben hacerlo, justo antes de pasar a cada salón donde habrán de estar las siguientes horas en un intento de combatir contra lo que no saben que necesitan para sobrevivir en este mundo lleno de oportunidades de crecer y opciones para hacer lo que no saben que saben aún.

Sacan sus libretas e intentan garabatear lo que el profe les señala, algunos lo hacen para disimular, otros para ocupar su tiempo, los menos se quedan viendo el vacío en espera del medio día para ir a casa donde los espera un plato de sopa caliente y los brazos de mamá o de la abuela. En sus mochilas cargan la vida: libros escritos por alguien, con cosas que ya pasaron o que deben pasar, un recado que olvidaron entregar, lápices, plumas, colores, borrador, tal vez un diccionario y calculadora, el lonche que olvidaron comer hace una semana o la envoltura de las galletas que no recuerdan haber comido; unos traen el celular para usar en la clase de Español, con la esperanza de que el profe les pase datos y poder enviar la tarea.

Mis mostros y brujas se asustan si el profe levanta la voz, pero ya no si los mira con el entrecejo fruncido, porque saben que es un mostro igual que ellos que los deja tomar decisiones y afrontar las consecuencias, aunque estas sean un cinco por no trabajar. Los mostros son menos ruidosos que las brujas, pero igual dan miedo cuando tienen ideas que irrumpen el orden que se espera de ellos; son nobles, buenos y brillantes; las brujas, por su parte, son todas lindas y greñudas; sí, llegan con chongos, pero a media mañana la liga del pelo ya no es suficiente, suelen ser aguerridas y discuten casi todo cuando no entienden algo; pero cuando los días son difíciles, se enojan por todo o lloran por nada y no hay quién las entienda.

Da mucho miedo, de ese que provoca que te hagas pipí en los calzones, cuando se proponen no llevar la tarea, cuando se proponen ignorar a los profes y cuando se organizan para hacer lo que no se espera de ellos: esconder mochilas, ignorar a otros mostros o brujas, hacer pasar un mal rato a los intendentes o a la directora con sus ocurrencias. Da mucho miedo cuando corren tras una pelota, porque no ven si un mostrillo, brujita, profe, prefecto o perro, cruza frente a ellos y atropellan al que se interponga a sus sentidos así, con una disculpa que siempre es igual: -“Es que no lo vi…”

Algunos mostros y brujas no hacen ruido con la voz, sino con la mirada; eso da mucho miedo porque no hay manera de adivinar lo que piensan, aunque un poco sí lo que sienten. Lo que da más miedo es llegar al viernes y escucharlos gritar desde lejos: -“¡Nos vemos el lunes, profe!”, porque no se sabe si la amenaza es real o sinceramente parte de la inconsciencia colectiva que los caracteriza. Mis mostros y mis brujas son únicos para sus padres y familias, pero también para mí que los veo poco tiempo, sólo el suficiente para saber que son reales y que existen.