viernes, 2 de noviembre de 2007

¡Por qué no te parates!

Don Juanito era un hombre trabajador; toda su vida la dedicó a la siembra con la que en temporadas duras y otras peores daba de comer a su familia compuesta por once hijos -seis mujeres y cinco hombres-, y con la que pagó, hasta donde pudo, los estudios de todos ellos. Su esposa era una mujer dedicada a su marido y siempre estaba atenta de lo que se necesitaba en la casa para procurar conseguirlo sin molestar a su viejo, pues como buena administradora que era, no necesitaba pedirle dinero extra para completar el gasto.

Don Juanito tenía muchos deseos, entre ellos ver crecer a sus hijos y hacerse viejo con su esposa en esa casita que él mismo construyó y que fue ampliando conforme crecía la familia; pero algo que siempre quiso desde joven, era una pick up que nunca pudo comprarse, pues si bien el dinero no le faltaba, “tampoco podía malgastarlo en lujos innecesarios” repetía Don Juanito cada vez que su mujer le insistía en la compra.

Paseaba en su carretón tirado por un burro viejo y aunque sus vecinos poco a poco fueron haciéndose de camionetas y camiones para transportar la cosecha, Don Juanito se aguantaba la envidia y buscaba mil ventajas de seguir conservando su guallín. Sus hijos, cuando logaron salir del pueblo, intentaron muchas veces regalar a su viejo una pick up que le diera gusto y le facilitara el trabajo de transportar la carga, pero Don Juanito, testarudo como era, nunca aceptó que sus hijos hicieran tal gasto pues decía que si él quería tener un mueble de esos él mismo podía comprarlo con su trabajo.

Cuando cumplió Don Juanito ochenta años de edad, decidió vender parte de su parcela a sus yernos para que hicieran el negocio que más les conviniera, de ese modo él dejaría de preocuparse por sus hijas pues ellas administraban sus casas como la habían aprendido de su madre. La parte que le quedaba la dividió entre sus hijos bajo la única condición de que lo dejaran seguir trabajando ese pedazo de tierra que tanto les había dado.

Con el primer dinero que recibió, Don Juanito se fue a la ciudad con el mayor de sus nietos a comprar una pick up que le llenara los ojos. Regresaron con una camioneta doble cabina, extra larga, con clima y doble tracción; era de color azul con unas franjas doradas en los costados. Las llantas eran anchas y tenía un equipo de sonido con el que amenizaron un baile de festejo en el solar.

Después de unas clases de manejo que le dio el nieto, Don Juanito ya sabía lo básico de conducir una camioneta de esas, así que comenzó a practicar por las brechas y sólo cuando se sintió confiado fue al pueblo a comprar sus medicinas. Quienes lo conocían se reían al verlo derechito en la cabina de su pick up, quienes no, se asustaban de verlo tan viejito en tamaño trocón.

Un día entre semana, de esos en que nadie quiere salir por el calor, andaba Don Juanito en su camioneta con el clima prendido y la música bajita, nada lo molestaba. No había tráfico, las calles aledañas a la plaza principal estaban vacías y la carretera que atravesaba el pueblo parecía desierta, sólo un perro echado a la sombra de la botica estaba en la calle.

Con toda calma Don Juanito pisó el acelerador para cruzar la carretera despacito, como él manejaba, pero no volteó a ningún lado ni hizo alto en la esquina como lo indicaba la señal. Gracias a que viajaba a poca velocidad, una camioneta lo golpeó apenas en la puerta del copiloto, ocasionando que ésta se hundiera un poco y que se rayara la pintura. Don Juanito sabía que había cometido un error y apenado bajó de su pick up disculpándose con el conductor por haber provocado el accidente.

-“¡Híjole mijo! No hice alto…”, decía Don Juanito.

-“Ya sé Don Juanito, ya sé. ¿no le pasó nada?”, preguntaba nervioso el otro conductor.

-“No, no me pasó nada, lo pendejo ya lo traiba desde antes”

-“¿Pos qué le pasó? ¿por qué no hizo alto? ¡Tamaño letrerote!”

-“Pos no lo vi…”, dijo apenado Don Juanito.

-“¡Ah qué Don! Yo lo vi desde que iba saliendo de la calle pero pensé que se iba a parar…”

“-¡Ah, no cabrón! ¡no me queras joder! ¡entonces tu tenes la culpa! Porque si me vites ¡por qué no te parates!”