domingo, 10 de abril de 2011

El cielo en sus ojos

Ojos de Kary
Las nubes vistas desde arriba son todo un espectáculo. Supongo que debe ser muy parecido a verlas desde abajo pero parado de cabeza, para lograr el mismo efecto, pero como eso no se me había ocurrido cuando podía pararme de cabeza, pues no podría asegurarlo. Lo que sí puedo afirmar es que ver las nubes reflejadas en los ojos de mis hijas es algo que no cambio por nada del mundo, a menos que sea algo más que la casa del Tec o algo por el estilo, y como nadie da eso por una imagen, pues me quedo con el reflejo que ya mencioné.

Estos últimos meses hemos recorrido el cielo en la misma dirección, más veces de las que hubiera imaginado antes de iniciar el sueño que comparto con mi mujer; en esos traslados he tenido tiempo de reflexionar en lo pequeños que somos y en lo poquito que realmente hacemos para intentar realizarnos en sentidos distintos a los que estamos acostumbrados; es decir, siempre buscamos el éxito profesional, académico y personal sin especificar qué significa éste último, pues suponemos que quienes nos escuchan, o leen, saben a lo que nos referimos cuando mencionamos tales palabras tan trilladas.

Mirada de Hannia
El cielo en los ojos de mis hijas ha sido diferente y se percibe de manera diferente. En la primera que me acompañó de ida y vuelta, se dejaba ver el asombro de sentirse tan cercana a mis propios deseos de volar y sentir la brisa en la cara, aunque a esa altura y velocidad seguramente no sería tan reconfortante tal cosa. En esa mirada recordé las ganas de volar por vez primera, de saber qué es subir a un aparatejo de esos y disfrutar cada segundo del panorama, sin despegar los ojos del horizonte inmóvil, del espectáculo ofrecido por el azul frío y el oscuro de la tierra que movía sus mosaicos verdes y sepias.

En la mayor la sorpresa fue diferida y disfrazada de indiferencia; intentó ocultar su asombro bajo la premisa de “como ya soy grande, pocas cosas de este mundo me impresionan”, pero es difícil esconder tus emociones cuando lo que has visto lo has deseado por mucho tiempo, y dejaba escapar de sus labios una sonrisa que conozco desde que nació, esa que indica que le gustó y disfrutó la experiencia de cruzar el cielo de este a oeste, por la franja norte en pleno invierno, cuando las montañas se dibujan blancas y las nubes son más densas allá abajo, o arriba, según desde dónde se vean.

Magia de Susy
La menor de mis hijas hizo su primer viaje de poniente a oriente, apenas hace un día y medio, sus ojos echaban chispas de magia y dejaban asomarse las 2627 noches que soñó con el cielo así de cerca y las casi 800 que soñó con tener papás. Sus ojitos de rendija se abrieron desmesurados al despegue con rumbo a una ciudad de la que sólo había escuchado, sin tener idea de la distancia que separa su tierra de esta que la recibe ahora. Pero si bien no reconoce la distancia entre una y otra ciudad, al menos sí identifica la diferencia entre esta casa y la de hace unos días, el amor tan diferente que recibe de sus papás y de quienes cuidaban de ella mientras llegábamos. Distingue, a unas horas de haber llegado, el clima húmedo del seco en el que vivió; distingue a sus hermanas de quienes fungieron como tales, sin olvidar a aquella que lo sigue siendo en la distancia del recuerdo.

Esos ojos, los de mis tres hijas, no los cambio porque, tarde y temprano, me harán ver lo que quiero ver: a ellas con el reflejo del cielo en sus miradas, y cada una de ellas me permitirá reconocer una parte de mí en ellas, la parte que no siempre comparto, la que busco ocultar a la mirada de los demás, la que me hace vulnerablemente sensible y, para tal efecto, insoportablemente papá.

Hasta luego...