lunes, 2 de marzo de 2009

Lo propio, lo extraño, lo necesario...

En pasados días se dio el cambio del Comité Ejecutivo Sindical en mi escuelita. Ninguna novedad aparente. Los que una vez estuvimos de francotiradores, ahora nos formamos en la línea para encontrar la fórmula del santo grial. Otros se quedaron en el camino con el pretexto de seguir la misma tradición de ir en contra de lo que en otros tiempos apoyaron.
Uno de estos últimos me felicitó, con sarcasmo, de haber ganado aunque no hubo contrincante. Mi respuesta fue simple: -“Siempre he ganado. La única vez que perdí fue cuando me junté con ustedes”. Con eso se quedó callado, no dijo más. Las vacas sagradas están dolidas por no haber podido jugar en esta ocasión por el motivo que sea (aunque no estuve de acuerdo con ello); otros apasionados gritaron que no se dijera nada si no había formado la planila negra atípica, y la respuesta fue simple: -"No me oigaz, azí zoy y qué, no me oigaz".
Se habló de unidad, que aunque buena, se vio parcelada con caras largas junto a los laboratorios, con conciencias intranquilas de aquellos que no aceptaron la oferta de integrarse para consultarlo con la familia… ¡Ah! ¡Por cierto! No diré nada más, dejaré que quien sabe hable por mí; me permitiré transcribir un fragmento de mi libro favorito y con él diré todo.

Connie se había recuperado de su ataque de histeria. Con infinito rencor en su voz, dijo a Kay:
-¡Por qué piensas que se mostraba tu marido tan frío conmigo? ¡Por qué crees que quiso que Carlo viniera a vivir a la alameda? Hacía mucho tiempo que había decidido matar a mi marido. Pero no se atrevió a hacerlo mientras vivió mi padre. Él no lo hubiera permitido. Y Michael lo sabía. Por ello, decidió esperar. Y luego, para que no sospecháramos, aceptó apadrinar a nuestro hijo. Es un bastardo sin corazón. ¡Piensas que conoces a tu marido? ¡Sabes a cuántos hombres ha matado, además de mi Carlo? Sólo tienes que leer los periódicos. Barzini, Tattaglia y otros varios. Mi hermano los mató.
Otra vez volvía a perder el control de sí misma. Trató de escupir a la cara de Michael, pero no tenía saliva.
-Llevadla a su casa y que la vea un médico –dijo Michael.
Los dos guardaespaldas asieron a Connie por los brazos y la sacaron de la casa.
Kay aún no había salido de su asombro. Estaba horrorizada. Dirigiéndose a su marido, dijo:
-¡Por qué ha dicho estas cosas, Michael? ¡Qué es lo que le hace creer tales barbaridades?
-Está histérica.
Kay le miró a los ojos. -Dime que no es cierto, Michael, te lo ruego.
Michael, con expresión de cansancio, respondió:
-Claro que no es cierto. Créeme, Kay. No es cierto.
Nunca se había mostrado tan convincente. Lo dijo mirando directamente a los ojos de su esposa. Ella no podía dudar de la palabra de Michael, del hombre en quien tenía absoluta confianza. Kay le dirigió una melancólica sonrisa y se echó en sus brazos esperando que él la besara. Luego dijo:
-Ambos necesitamos beber algo.
Fue a la cocina a buscar hielo. Desde allí oyó abrirse la puerta, y al salir vio a Clemenza, Neri y Rocco Lampone, acompañados de los guardaespaldas. Michael estaba casi de espaldas a ella, pero Kay se movió un poco, lo justo para poder ver a su marido de perfil. Entonces, Clemenza se dirigió a su marido llamándole Don Michael.
Kay vio como Michael recibía de pie el homenaje de aquellos hombres. Y se acordó de las estatuas de Roma, de las estatuas de los emperadores romanos, quienes por derecho divino, eran dueños de la vida y de la muerte de sus súbditos. Tenía una mano en la cadera. El perfil de su cara hablaba de un poder frío y orgulloso, y su cuerpo descansaba sobre uno de sus pies, que quedaba un poco más atrás que el otro. Los caporegimes estaban de pie frente a él. En aquel momento, Kay comprendió que todo lo que Connie había dicho era cierto. Regresó nuevamente a la cocina, y una vez allí, se echó a llorar.

Puzo, Mario (1993) El Padrino. Trad. Ángel Arnau. RBA Editores. España pp. 407-408.

Hasta luego.

5 comentarios:

  1. Tienes razón, Oscarín. Asumen conductas y prácticas propias de la mafia más tradicional, e inmediatamente se sienten tocados por el derecho que les concede la historia. Y sí, lo has ilustrado de con una honestidad que yo mismo habría evitado: todo se ha hecho sin importar los costos con tal de obtener el control.

    No me los imagino con togas y coronas de laurel, pero sí con la actitud "mayestática" (como escuché en una película donde se ironizaba sobre las posturas que asumía Franco ante su pueblo).

    Enhorabuena. Sé que es más difícil mantener una postura crítica desde dentro de la estructura que hacerlo desde fuera. Es bueno saber que contamos contigo.

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  2. No te sorprendas Fer, el acceder estar adentro no nos convierte en lambiches. No nos subestimes.

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  3. No, Lucita. Tienes que aprender a identificar las sutilezas del sarcasmo. En realidad estoy ridiculizando la forma en que Oscar pretende demostrar la validez del proceso, centrándose sólo en la percepción deseada acerca de la relación con el poder. Su fórmula es muy simplista y sólo grata para quien le toca ser jefe: el que pierde (y se implica la existencia de un perdedor)está obligado a jurar obediencia al que gana.

    Observa, además, cómo mi disgresión se centra en la calidad de los argumentos, y evito, como siempre lo he hecho en todos los casos, hacer algún ataque o ridiculización personal del propio Oscarín, cosa que a él le tiene sin cuidado en relación con este servidor. Debo reconocer, sin embargo, que la ambigüedad en el manejo de la segunda/tercera persona del plural es un acto estrictamente intencional y manejado (tengo que decirlo yo porque nadie me lo reconocerá) con especial maestría.

    Y es que hay niveles.

    Besitos.

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  4. Lo bueno es que sólo nosotros nos leemos...
    ¿Me estás hablando a mí? ¿Me estás hablando a mí? ¿Me estás hablando a mí?
    No Fersito, tu participación en el texto es mera descripción ambiental, nunca personal. Eso lo hago, como solemos hacerlo entre nosotros, de frente.

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