Hace algunos años renuncié a la modalidad semi-escolarizada (“la mixta”) por varios motivos. Primero porque sabía que no tardarían en correrme, en ese tiempo era disidente del entonces Comité Sindical y la situación estaba muy tensa para quienes no acostumbramos aplaudir cualquier chistosada; segundo, porque entonces me había convertido en uno de los apestados que, por el motivo anterior, no debían ser saludados para no perder la “chamba”; pero para no echar tanto rollo, que hoy no viene al caso, e ir directamente al punto que pretendo tratar, el motivo que más me cala en este momento fue el caricaturizado burocratismo en el que se transformó trabajar allí. Me explico.
Cuando arrancó la mixta se notaban las ganas de hacer un cambio; sin que nos lo pidieran, nos reuníamos al término de la jornada para compartir lo realizado en el grupo y preparar lo de la siguiente sesión; también entonces nos capacitábamos entre nosotros mismos (hablo de la gente de Lengua y Literatura) intercambiando lecturas, libros, actividades, materiales y todo lo que facilitara el trabajo del curso que se impartiera o se fuera a impartir.
Después a alguien de la raza se le ocurrió la brillante idea de lanzar capacitaciones y reuniones periódicas de academias para todas las asignaturas y ¡venga el primer guamazo! Al poco tiempo, para cada reunión, se debía llenar un formatito; a esto siguió otro y otro y otro más. La familia creció en alumnos y docentes, por lo tanto era más difícil controlar a medio mundo y se sugirió otro formato de control de asistencia en dos líneas: alumnos y maestros.
El primero consistía en llenar una hojita (creo que todavía se usa) para marcar quién había faltado ese día, además del registro que el profesor llevaba; esa hojita se entregaba al prefecto para que lo pasara al coordinador que también tenía registro de las faltas de los alumnos, ¿para qué? ¡Para después justificarlas, dado que se debía cuidar al cliente! “Se justifican las inasistencias, no la falta de trabajo”, parecía decir la regla, que después también se esfumó, en pro de la eficiencia terminal. El otro era más sencillo: el maestro llegaba y firmaba una lista al prefecto y otra en la coordinación al entrar y salir de clase (ahora se checa en el reloj checadedos y se firma en cuanta hoja aparezca tu nombre).
La elaboración de las guías de auto-estudio era sencilla: se consideraba a alguien que supiera ampliamente de alguna asignatura y le encargabas eso: una guía. (Debo decir que eso también surgió de Lengua y Literatura con el primer cuaderno de Estrategias que hicieron Roger, Gil, Fer y Esperanza, que iba a llamarse Cómo sobrevivir en la Normal y no morir en el intento). Después las dichosas guías se convirtieron en un llenado interminable de formatos que terminó en nada, de eso nunca salió una sola guía, lo que salió fue una serie de antologías con las lecturas propuestas en el programa, por cierto, también mutiladas por la formatitis.
Después de un extraño cambio de poderes, surgieron cada dos semanas las reuniones de academia, y cada cuatro, o algo así, (aquí va otro trancazo) las verticales que, al menos a las que asistí, no servían para nada, salvo para que quien salía a las 10:30 hrs volviera a las 16:00 para la dichosa reunión. ¡Ah! Me olvidaba, cada reunión tenía una serie de formatitos que debían llenarse y firmarse para demostrar que se estuvo en el lugar, además de las listas de asistencia que tenía el coordinador general, el de grado, el asesor y el prefecto.
Otro cambio de poderes y ¡bolas! Otra serie de brillantes ideas… la plataforma, los indicadores, lap tops para todos. Una vez más Literatura dio el banderazo de arranque en las tres cosas y ¡pácatelas! Otra serie de formatos para subir cosas a la plataforma, elaborar los indicadores según Marzano (Marziano, diría T. Corona) y, sin queja, regresar tu lap si era prestada o reportarla robada como presuntamente varios hicieron.
En ese punto me rajé de la mixta. Me fui con la idea de no volver hasta que el Comité o la administración cambiara, lo que pasara primero. Ahora estoy en el Comité y he vuelto para ver que el (¿cómo le llamé? ¡Ah, sí!) caricaturizado burocratismo sigue vigente. Ahora sucede que si alguno de tus jefes te dice “brinca”, tú y quienes escucharon brincan hasta que les ordenan dejar de hacerlo para que llenen un formato que describa su experiencia brincando, lo conviertan en una red conceptual que se transformará en indicador y éste en una serie de reactivos que deberán incluir en su informe de tema, bloque y final, para que puedan llenar otro formato en el que conste que entregaron todo lo que les pidieron y se puedan liberar ¡por fin! para cobrar el último pago con su respectivo bono de productividad.
Disfruto mucho dar clase, compartir con mis alumnos lo que sé y aprender de ellos. Sé que es necesario, por aquello del CIES cumplir con la entrega de la planificación y los instrumentos de evaluación, o al menos los criterios, pero ¿tanto? Seguro una vez que publique esto me dirá mi Secretario General –“¿ya vas a empezar?”, o mi directora –“¡Te habías tardado!”, o el Secretario Académico –“¿No te avisaron? No estás programado”, o alguien más –“¡¿Para qué te embroncas?! ¡No entiendes!”, pero qué le voy a hacer, así soy de lengua larga... pero de cola chica.
Hasta luego…
sé que hay, como dice Sabina, maestras con "la lengua muy larga y la falda muy corta"; pero... ¿un Profe rabón y con lengua de doble filo???? ¡Ta cañón, compadre!!!
ResponderBorrarFelicidades por tu texto.
Neh... no es que la tengas corta, es que has aprendido a cargarla al hombro para que no te la pisen...
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