No suelo llegar tarde, es más, casi siempre llego media hora antes de que
me indiquen que ya debe iniciar la jornada. A esa hora todo sigue oscuro y,
durante octubre y lo que resta del año, el clima se siente húmedo, fresco si no
es que frío, brumoso y con esa brizna que anuncia la llovizna que no siempre
llega a tiempo. Al cruzar el portón, muchos mostros -sí, mostros, no monstruos-
y brujas ya rondan el patio en torno a la idea de comenzar el día, mientras
roen un pan y beben su leche o jugo, algunos gruñen despacito, con cierta
timidez, un “Buenos días”; otros se reúnen lentos para compartir algún comentario
mientras danzan de un lado a otro, como zombis que se balancean sin ir a ningún
lado.
Mis mostros y brujas no son maléficos, si acaso despistados que olvidaron
la tarea o el libro en casa, pero igual dan miedo cuando al sonar del timbre
forman filas para gruñir más fuerte… el timbre es la señal de que deben
hacerlo, justo antes de pasar a cada salón donde habrán de estar las siguientes
horas en un intento de combatir contra lo que no saben que necesitan para
sobrevivir en este mundo lleno de oportunidades de crecer y opciones para hacer
lo que no saben que saben aún.
Sacan sus libretas e intentan garabatear lo que el profe les señala,
algunos lo hacen para disimular, otros para ocupar su tiempo, los menos se
quedan viendo el vacío en espera del medio día para ir a casa donde los espera
un plato de sopa caliente y los brazos de mamá o de la abuela. En sus mochilas
cargan la vida: libros escritos por alguien, con cosas que ya pasaron o que
deben pasar, un recado que olvidaron entregar, lápices, plumas, colores,
borrador, tal vez un diccionario y calculadora, el lonche que olvidaron comer
hace una semana o la envoltura de las galletas que no recuerdan haber comido;
unos traen el celular para usar en la clase de Español, con la esperanza de que
el profe les pase datos y poder enviar la tarea.
Mis mostros y brujas se asustan si el profe levanta la voz, pero ya no si los mira con el entrecejo fruncido, porque saben que es un mostro igual que ellos que los deja tomar decisiones y afrontar las consecuencias, aunque estas sean un cinco por no trabajar. Los mostros son menos ruidosos que las brujas, pero igual dan miedo cuando tienen ideas que irrumpen el orden que se espera de ellos; son nobles, buenos y brillantes; las brujas, por su parte, son todas lindas y greñudas; sí, llegan con chongos, pero a media mañana la liga del pelo ya no es suficiente, suelen ser aguerridas y discuten casi todo cuando no entienden algo; pero cuando los días son difíciles, se enojan por todo o lloran por nada y no hay quién las entienda.
Da mucho miedo, de ese que provoca que te hagas pipí en los calzones,
cuando se proponen no llevar la tarea, cuando se proponen ignorar a los profes
y cuando se organizan para hacer lo que no se espera de ellos: esconder
mochilas, ignorar a otros mostros o brujas, hacer pasar un mal rato a los
intendentes o a la directora con sus ocurrencias. Da mucho miedo cuando corren
tras una pelota, porque no ven si un mostrillo, brujita, profe, prefecto o
perro, cruza frente a ellos y atropellan al que se interponga a sus sentidos
así, con una disculpa que siempre es igual: -“Es que no lo vi…”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Si ya te tomaste la molestia de llegar aquí, o ya la regaste y por acá caíste, no seas gacho, escribe un comentario o al menos dime que estuviste por aquí...