viernes, 28 de noviembre de 2014

Chespirito

Fresquecito como hoy, entre 17°C y 19°C, apretujados frente al motor aun calientito del Valiant Duster de papá, con un viento del norte que, filtrado por el calor del radiador, olía a humedad y óxido; esperábamos las ocho cada lunes para correr a la sala y ver, con leche y galletas para la cena, El Chavo del 8. La tele era en blanco y negro, los colores los imaginábamos, no necesitábamos más. Mis amigos de la cuadra se sentaban en el piso, mi papá a la mesa, yo en una mecedora, mi mamá en alguna parte de la sala, mi hermana donde más molestara, mi abuela junto a ella para defenderla de los ataques certeros de todos cuando hablaba siempre a gritos –aún lo hace-.

Sin lugar a dudas ese señor, Chespirito, que vestía de niño sabía lo que hacía. Reflejaba con gracia la naturaleza humilde de un México que ya no existe, la bondad y la inocencia de la gente que se unía para vivir, o sobrevivir muchas veces. Vivir en un barril era la manera en que representaba la miseria, a los sin techo, a los que no tenían más familia que la que se adjudicaban porque sí, pero que no perdían la felicidad ni el honor por ninguna causa: económica, social o política.

Aun viviendo en la pobreza ninguno de los personajes hablaba de lo mal que estaba su gobierno o su país, y no, no es que no pudieran hacerlo por pertenecer a Televisa, no lo hacían porque lo que se buscaba en ese tiempo era mantener una identidad que se está perdiendo (porque no creo que se haya perdido del todo) en cada pequeño núcleo social representado por la familia.

La opulencia del Sr. Barriga se contraponía al hambre que reflejaba Don Ramón que sobrevivía del aire; la admiración de la de la bruja del 71, por este último y la de Doña Florinda por Jirafales era honesta, transparente, única. El lazo amistoso entre el chavo, que no tenía nombre porque era muchos, la Chilindrina y Quico es inalterable, y la relación de estos tres con Ñoño, la Popis y el resto de personajes no nació de la nada, sino de la cabeza de alguien que, como ya dije, sabía lo que hacía, conocía la necesidad de dibujar y dejar grabadas en la memoria colectiva las imágenes que aún recuerdo.

Si bien es cierto que algunas expresiones de Chespirito, me han llegado a hartar, debo reconocer que el “es que no me tienen paciencia, el “eso, eso, eso…”, el “fue sin querer queriendo”, el “cállate que me desesperas”, “no te juntes con la chusma”, “se me chispoteó”, “tenía que ser el chavo”, “bueno pero no te enojes”, y otras que no recuerdo, siguen vigentes después de 43 años; y eso, no lo logra cualquiera. 

Sí, también podrá decirse que El Chavo del 8 no aportaba nada bueno, socialmente hablando, que era una manifestación de burla hacia el jodido, que sus parodias sociales eran ofensivas y grotescas a los ojos de los pensantes, que era denigrante para la clase baja y cosas por el estilo, pero ¿quién puede negar su aportación a la cultura popular? 

Niños, adultos, deportistas, actores, escritores, filósofos, políticos, cultos o incultos, en México y en muchos, muchos, países más, hacen referencia al Chavo, a sus expresiones, gestos, vivencias, pero sobre todo a sus valores implícitos, que en fragmentos se pueden rescatar, cosa que no se puede decir de la televisión de hoy (o de su reflejo parcial de la realidad), en su comportamiento y el de sus vecinos fortuitos. 

Si Los elefantes nunca olvidan, seguramente nosotros tampoco olvidaremos al Chavo del 8, al Chapulín Colorado, ni a Chespirito.

A'i nos vemos...

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