La confianza es, según el diccionario de la
RAE, la esperanza
firme que se tiene de alguien o algo, y me parece que últimamente juega un rol
importante en los diferentes círculos sociales; por ejemplo, cuando sales de
paseo, al trabajo, a buscar la cena o la escuela, confías en volver a casa sano
y salvo, aun cuando las probabilidades de lo contrario aumentan cada día, y del
mismo modo esperas regresar y no encontrarte con malas noticias.
En mi caso, la confianza es una especie de
motor que me permite establecer parámetros de compromiso con mis amigos,
familia, compañeros de trabajo, alumnos y gente que me rodea; y es que, aunque
suelo ser mal pensado (para no errar), no puedo evitar depositar mi confianza
en los demás sin más seguridad que la buena fe, con la firme esperanza de algún
día recibir el mismo trato.
Una pequeña muestra de los confiables... Los alumnos, claro... |
En mi trabajo sucede lo mismo: confío en mis
alumnos. De los que pronto ocuparán las aulas como docentes, espero que hagan
su mejor papel: que exijan mejores clases, que alcen la voz con buenos argumentos
cuando tengan que hacerlo, que sean buenos lectores y que se transformen en
buenos maestros; de los otros, los adolescentes que atiendo por las mañanas,
espero que se conviertan en adultos conscientes del esfuerzo que exige su
entorno para sobrevivir, que entiendan que lo que hacen sus padres es para su
beneficio y que la tarea que nos han encomendado en la escuela tiene que ver
con su futuro.
Hace unos días escuché con desaliento a un
padre de familia que decía confiar la educación de sus hijos a la escuela, y
por más que intentaron explicarle que eso le tocaba a él y que a la escuela
sólo era responsable de instruirlo, seguía cada vez más molesto con su misma
canción. Lo anterior fue provocado porque en la escuela a donde asisten sus
hijos se presentó un caso bullying que había pasado desapercibido por los
maestros, hasta que el niño acosado se ausentó de su casa para refugiarse en la
de un amiguito. Lo curioso es que los papás se dieron por enterados de la
desaparición hasta después de las 22:00 hrs. ¿la culpa es de la escuela?
En otra parte me he enterado de un par de niños
de siete años que practicaban sexo oral en el aula mientras la maestra, de
contrato, preparaba su celular para grabar en caso de balacera, tal vez con eso
le dieran la base o mínimo un premio. En ese caso, que nadie reclama
públicamente, sin lugar a dudas la maestra faltó a la confianza depositada en
ella, pero el acto tiene su origen en casa de los niños, no es la escuela. Cabe
señalar que la profesora perdió el contrato bajo la mayor discreción.
Profesores incógnitos de Secundaria |
Hace unos días, tema resonado hasta el
desgaste, otra maestra dejó olvidado a un alumno en el salón, hasta el día
siguiente que lo encontraron dormido bajo el escritorio. Se ha dicho que lo
castigó negándole la salida y que con toda intención puso candado a la puerta
para evitar la fuga del pequeño; pero también se ha notado que se trata de una
batalla entre televisoras y cualquier cosa que se diga al respecto tiene ya
poca credibilidad. Quienes conocen el caso pueden responder: ¿culpa de la
escuela?
En mi escuelita han pasado cosas también: una
maestra que deja a los alumnos mucho tiempo después de la hora de salida, otra
que los encierra con candado para que no se salgan del salón mientras ella se
ausenta, otro que les da a leer cuentos que calan en las buenas costumbres
familiares de alumnos con inocentes consciencias, y más. Lo más reciente fue
una excelente plática sobre las consecuencias de los usos y abusos de las
drogas, dirigida por jóvenes rehabilitados y que, por cierto, no representan a
ninguna religión, pero que terminaron con cantos y oraciones que tienen origen
en alguna religión o creencia religiosa.
Si bien el sentido de la charla fue bueno,
incluir oraciones e imposiciones de manos mientras se invita a la reflexión, va
en contra del artículo tercero que señala que la “educación será laica y, por
tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”; allí se faltó a la confianza, no sólo de los
padres, sino de la sociedad y de las leyes que nos rigen. Si algún papá hubiera
protestado por esto, tengo claro de qué lado me pondría…
Tal vez algunos educadores tengan desviado el camino, tal vez
algunos planteles se dirigen a discreción y se regulan conveniencia de las
autoridades; tal vez algunos abusamos de la confianza o la usamos para andar en
la calle tranquilos; pero lo que nadie puede negar es que mientras algunos
tienen confianza, otros salen con fianza. ¿La escuela tiene la culpa?
Hasta luego.
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