El tío Pedro continuó la historia que había quedado interrumpida con su llegada; era lo menos que podía hacer después de aparecer tan tarde, después de la cena. Nos sentamos frente a él, encendió su cigarro, dio un sorbo a su café y dijo:
-“Mira”, le dijo Pedro, “al otro lado de este río viven unos parientes míos. Espérame tantito mientas voy por comida, sirve que descansas un rato".
-“No olvides la maldición de mi madre”, le recordó la bella Blanca Flor.
-“Si ya sé; nadie me va a abrazar. No lo voy a permitir”.
Blanca Flor se tendió a la sombra de un árbol mientras Pedro cruzó el río. Cuando llegó a las primeras casas salieron a recibirlo sus primas, ahora mayores y muy bonitas, y sus tías que lo habían reconocido tan pronto lo vieron. Todas querían abrazarlo, tocarlo y llenarlo de besos de felicidad, pero Pedro no se los permitió con el pretexto de sentirse mal, estar hambriento y además sucio.
-“Ahora no, tías. Sólo pasaba por aquí y pensé que tal vez podrían darme algo de comer para mí y la mujer que amo, que me espera al otro lado del río”.
Su familia entendió la situación.
-“No te preocupes”, le dijo su tía Eloísa, “te daremos de comer; pero mientras preparo las chochas y el asado que tanto te gustan, recuéstate un poco para que descanses”.
Pedro aceptó y cerró los ojos; no se dio cuenta que la menor de sus primas, María de Jesús, entraba a hurtadillas para sorprenderlo con un abrazo. Pedro abrió los ojos feliz de ver a su prima a quien regresó el abrazo, mientras alzaba la voz diciendo:
-“Denme algo de comer. Tengo mucha hambre”.
-“Toma primo, aquí está tu comida y la de la mujer que dejaste al otro lado del río. Llévasela antes de que desmaye del cansancio y el hambre”.
-“¿Cuál mujer? ¿Cuál río?”, respondió Pedro. “Estás loca prima. Esto me lo como solo pues traigo el hambre de mil demonios”. Su familia sabía que Pedro era bromista y pensaron que la historia de la mujer al otro lado del río se la había inventado para comer doble, así que no le dieron más importancia y pasaron la noche escuchando las últimas aventuras del primo por el que los años no habían pasado.
Blanca Flor esperó paciente toda la noche, pero Pedro nunca regresó. Pensaba, y tenía razón, que su amado la había olvidado porque seguramente no pudo evitar que lo abrazaran. Por la mañana, muy temprano, cruzó el río buscando, pero sólo encontró comida, trabajo y alojamiento. Varias semanas después, la joven escuchó que Pedro de Urdimalas se casaría con una tal Rosita, noticia que la entristeció.
Unos días previos a la boda, Blanca Flor tuvo la idea de regalarle al novio un par de pajaritos que cantaban cosas que sólo podría entender Urdimalas. Cuando Rosita los vio, le rogó a Pedro que los llevara su boda, pues se verían hermosos junto a la mesa principal.
Al día siguiente Pedro se sentó junto a los animalitos y llamó su atención que el canto de estos parecía más bien una plática siempre orquestada por la hembra:
-“¿Te acuerdas cuando te pusiste a jugar con mi papá el diablo y te ganó la vida?” le pareció entender Pedro a la pajarita.
-“No, no me acuerdo”, creyó que le contestaba su pareja, motivo por el cual recibió un aletazo.
-“¿Te acuerdas cuando llegaste al infierno y mi mamá te puso la prueba de sembrar un puño de trigo y al día siguiente debías hacer un pan y llevárselo a su cuarto?”
-“No, no me acuerdo”. Y recibió otro aletazo de la pajarita.
-“¿Te acuerdas cuando mi mamá te ordenó cambiar la laguna al llano, y el llano a la laguna, de la noche a la mañana?”
-“No, no me acuerdo”. Y un aletazo más fuerte que el anterior cayó sobre el emplumado desmemoriado.
-“¿Te acuerdas cuando mi mamá te pidió que amansaras una mula vieja que tenía y que no te pude ayudar porque la mula era mi mamá la diabla, la silla era mi papá, los estribos eran mis hermanitos y yo era la cuarta?”
-“No, no me acuerdo”. Y otro más.
-“¿Te acuerdas cuando te pedí que trajeras el caballo el pensamiento para poder escapar del infierno y tú te equivocaste al traer el caballo llamado tragaleguas?”
-“No, no me acuerdo”. Y los aletazos comenzaban a dolerle a Pedro.
-“¿Te acuerdas cuando mi mamá nos venía alcanzando y yo le lance un puñado de hierva que se convirtió en un espeso monte de hortiguilla en el que se le atoraban los cuernos y mejor volvió a regresar al infierno?”
-“No, no me acuerdo”. Y los aletazos eran cada vez más fuertes.
-“¿Te acuerdas cuando mi mamá nos venía alcanzando y yo le lance un espejo que se convirtió en una gran laguna en la que se reflejan los pensamientos y nos lanzó una maldición?”
-“¡Sí, sí me acuerdo!”, gritó Pedro poniéndose de pie y exigiendo conocer a quien le regaló aquellas aves. Se disculpó con Rosita y le explicó que Blanca Flor era su verdadero amor, que tendría que encontrarla y también pedirle perdón.
Salió a buscarla gritando a todo pulmón el nombre de aquella que lo salvara del infierno hasta que la encontró para casarse con ella y vivir felices por siempre.
Colorín colorado este cuento se ha acabado y el que no se levante se queda pegado.
-“¡Por eso tío! ¡¿Y qué pasó con Rosita?! ¿A poco se quedó muy tranquila? ¿Y los papás de Blanca Flor?”, dijo uno de los escuchas.
-“¡Por eso no me gustan los cuentos! Siempre cuentan cosas incompletas”, dijo otro.
Pero igual, por si las dudas, todos nos levantamos y nos fuimos a dormir.
Benavides S., O. M. Hacienda Sta. Engracia. Hidalgo, Tamps. Primavera 2010.
*El nombre del personaje llamó mi atención porque hace poco escuché a un tipo decir que lo había inventado para un libro que aún no sale a la luz pública.
Conozco la historia de otro Urdimalas (sobrino del de tu cuento, creo) que cruzó el desierto para rescatar una niña y hacerla feliz.
ResponderBorrarEso espero Fersito. Eso espero...
ResponderBorrarMmm; espero que se refiera a esta niña; aunque nada que ver con el diablo; o si?
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