Hay un libro de Beatriz Escalante, Todas mis vidas posibles, que trata de las posibilidades de ser alguien distinto a lo que somos hoy por diferentes motivos que se presentan al decidir tal o cual cosa, algo así como la película de Peter Howitt, Si yo hubiera (Sliding Doors), con Gwyneth Paltrow y John Hannah, la cual recomiendo mucho.
Con esa idea me puse a pensar cómo pudo haber sido mi vida en diferentes circunstancias a las que vivo por cuestiones, simples o complejas, que se cruzaron en mi camino. Me explico. ¿Qué hubiera pasado conmigo de haber seguido la vida religiosa que intenté seguir hace ya muchos años? ¿Qué si hubiera seguido cantando, trabajando de noche bajo el ritmo que llevaba? ¿Qué estaría haciendo hoy si hubiera seguido ejerciendo la carrera de comunicación, o si hubiera seguido en la fotografía? Una pequeña decisión lo cambia todo.
Una noche estaba agarrando la jarra, tranquilito y sin prisas; alguien me comentó que conocía al dueño de un Bar; el siguiente jueves estaba en ese lugar bajo la lupa de quien me contrataría para tocar al siguiente día y los subsecuentes. Otra mañana desperté completamente crudo y, sin tomarlo en serio, busqué un empleo en el periódico. Horas después me estaban entrevistando y al siguiente día ya tenía trabajo. Cuando nació mi hija decidí renunciar a mi muy bien remunerada labor para ponerme a estudiar y a dar clases. Entré a la ENS y decidí que allí trabajaría; afortunadamente las cosas salieron bien y aquí estoy. También decidí darme otra oportunidad de ser feliz y conocí a mi esposa –no sé si ella lo es, pero yo lo disfruto-, y así en cada cosa…
¿Has escuchado de la Ley de Murphy? Ésta dice que si cambias de un carril lento a uno más rápido, seguramente éste último se volverá más lento que aquél del que vienes ¡y esa fue tu decisión! ¡de nadie más! Así es la vida misma: tu llevas un ritmo que te es útil, pero quieres más de lo que ves enseguida; decides cambiar tu propio esquema, hasta que te das cuenta que ahora estás más lejos de lo que querías en un principio y decides -otra vez- regresar a tu compás original, para darte cuenta que ya no es lo mismo que cuando estabas allí.
Una decisión, por pequeña que parezca en el momento en que se toma, puede cambiar la vida de muchos, aunque éstos no lo sepan, pues sin querer, ellos mismos inciden en las decisiones que tomamos; como si se tratara de escenas yuxtapuestas, las vidas se recrean una y otra vez hasta que encuentran la forma de resolverse para bien o para mal de nosotros mismos. Decidir si doy vuelta a la derecha o a la izquierda me llevará a opciones diferentes cada vez.
¿Y por qué tanta verborrea? Pues nada, que hace unos días escuché a un papá de mi escuelita decir a su hija que tenía que aguantarse por lo que le tocó vivir, como él lo hacía; supuse, por supuesto, que intentaba decir que debía aceptar lo que tenía y tratar de hacer su mejor esfuerzo con ello para salir adelante, de modo que intervine para precisar el comentario y me corrigió diciendo que lo que había dicho era justo lo que quiso decir: -“esta vida nos tocó… ni modo, hay que aguantarse”. (Con eso recordé otra máxima de la Ley de Murphy: “Cuando la vida te da la espalda, no te quejes… agárrale las nalgas”).
No estoy de acuerdo con ese papá. Sí, la vida no la escoges en principio; es decir, no escoges en qué cuna nacer, no escoges a tus padres, ni a tus hermanos –aunque en esto último tengo pruebas de que no siempre es así-, no escoges tu signo zodiacal, y tal vez, según la idea de cada quién, ni el momento de tu nacimiento. Lo que sí escoges es qué hacer con todo eso. Puedes escoger tu nacionalidad, una vez cumplida la mayoría de edad; puedes cambiar tu nombre desde los siete años, si buscas la asesoría para hacerlo; tu sexo, cuando puedes pagar la cirugía; puedes escoger a tus amigos y los momentos para estar con ellos; puedes quedarte sentado o de pie en un camión vacío; puedes escoger pasta o carne para cenar.
Lo importante, estoy seguro, es decidir y ser coherente con tus decisiones, no dejarlas a medias, porque a medias es lo mismo que nada. Tienes que elegir entre el blanco y el tinto porque el rosado sabe a caca –a menos que quieras probar caca-; no puedes darte el lujo de esperar a que decidan por ti, pero si puedes decidir cambiar cada día y hacerlo si es lo que quieres hacer. Yo decidí hace mucho adoptar la imagen de un anarcodesconfiadobocasueltamargosomalpensado y no me estorba en lo más mínimo que los demás piensen eso de mi persona; pero también, como ya lo dije, decidí ser feliz, y lo soy.
No hay muchas cosas que me muevan del pragmatismo que pretendo vivir, y aunque tengo serios problemas para tomar decisiones, sé que puedo afectar a la gente que me rodea; por ello intento hacer lo mejor que puedo para que la afectación no sea mucha; es decir, procuro aceptar que cada quien hace su parte y asumo sólo las consecuencias de mis acciones y reacciones, como también lo hago cuando decido no abrir la bocota para no interferir en lo que se tiene que hacer –o dejar de hacer-.