Como docente enfrento diferentes y variadas oportunidades de intercambiar impresiones con los padres de mis estudiantes. Lamentablemente, las más de las veces que esto ocurre se debe a situaciones en las que se debe poner un remedio a una situación problema y no necesariamente para acordar alguna estrategia que facilite el trabajo en casa, de manera que este apoye el trabajo del aula. Casi siempre los padres acuden cuando se entregan las boletas de calificación -con malas noticias, por cierto- y no cuando se les solicita su presencia por alguna cuestión disciplinaria o de intervención académica que evite la reprobación o la baja calificación.
En ese sentido, hace unos años, invité a la mamá de uno de mis alumnos a tomar clase con triple intención: que viera cómo se desenvolvía su angelito en el trabajo de aula, lograr el freno en la disciplina de su querube y orillarla a participar con mayor cercanía en las actividades escolares de mi alumno que, está de sobra señalar, muchos padres desconocen y evaden bajo el pretexto de que no entienden lo que debe hacerse para ayudar a sus hijos en las tareas escolares.
Justo esto último fue el motivo principal de la invitación, además de que en la reunión para la entrega de calificaciones anterior, fue la mamá más brava en sus críticas y comentarios en contra de mis compañeros docentes, con poco sustento por los resultados de su hijo y la poca atención evidente que le prestaba ella misma. Cuando le sugerí acudir una semana para que personalmente vigilara mi actuación y la de mis compañeros, aproveché sus propias palabras que dictaban que ella sabría cómo poner en cintura al grupo, que vale la pena señalar estaba catalogado por el personal administrativo y de apoyo, docentes y directivos, como el peor grupo en calificaciones y disciplina, al ver en suma la cantidad de reportes que tenían acumulados desde el ciclo anterior.
Foto: Archivo de USAER |
El primer día no aguantó sentada media mañana; buscaba el pretexto para salir del aula tal como lo hacen los güercos: pedía permiso para salir a tomar agua, para ir al baño, para estirar las piernas, para cambiar de lugar; pero mis compañeros asumieron su rol según lo planeado: no le daban permiso o le pedían que tomara su lugar, revisaban sus notas conforme avanzaba la clase y le exigían terminar las actividades propias de cada clase. La Prefecta, hizo lo propio, le llamó la atención frente al grupo por cambiarse de lugar, por estar de pie y hasta por la queja de uno de los maestros por distraerse por la ventana.
El segundo día llegó tarde y la dejaron parada en la puerta junto a los demás impuntuales. Lo malo es que cuando la Directora se dio cuenta, pasó a todos a sus grupos, incluyéndola a ella. Ese día no hubo incidentes, salvo que no llevaba lonche ni dinero para comprar su almuerzo en la cooperativa y pidió prestado, primero a la Prefecta y, ante la negativa, decidió no tomar alimento de ningún tipo. El tercer día, no llevó la tarea de Geografía, aun cuando el profesor le dio el material que necesitaba para hacerla, como al resto de los alumnos de todos los grupos que atiende, sin cobrarles ni un quinto por los mapas y estampas; tampoco cumplió con el de Matemáticas, que asumió el rol de profesor tirano con los alumnos frente a ella, aun cuando ellos sabían que su carácter no era coherente con el trata cotidiano.
El cuarto día, jueves, me pidió la salida porque tenía que hacer la comida… y le dije que sí, siempre y cuando se llevara a su hijo con ella, lo que provocaría que él viera que el pretexto era sólo eso, un pretexto para no estar más tiempo allí; así que no se fue, cosa que de haber hecho le habría evitado un reporte por pegarle a su hijo cuando le escuchó decir una majadería. Antes de continuar, debo señalar que ese ciclo en particular, después de la experiencia con la Señora, eran las mamás las que pedían ser agendadas para tomar clase con sus hijos, lo cual llamó mucho la atención de la Supervisión escolar y de la Dirección de la escuela, adoptándose sólo en mi grupo esta acción, lo cual ayudó a que mis alumnos despuntaran del último lugar en aprovechamiento, al disputado primero; bajó el índice de reportes y citatorios, no porque los estudiantes hubieran corregido su actuar, sino porque sus mamás estaban presentes en las aulas, lo que les provocaba vergüenza frente a sus compañeros de otros grupos y maestros.
Las mamás, mondas y lirondas, se paseaban en el descanso y discutían con sus compañeros de aula cómo hacer el trabajo que les habían encargado, cómo organizar los equipos para cierta actividad, a quién le tocaba llevar galletas o tostadas para trabajar en sus casas por las tardes y hasta con los profesores de Educación Física que solían arbitrar algún juego durante el descanso, si no estaban de acuerdo con ellos. El ambiente se antojaba rico, tranquilo, nervioso por los docentes que solían faltar o llegar tarde, pero se aprovechaba el tiempo y se trabajaban mejor las actividades escolares.
De vuelta a la experiencia que da origen a este texto, cuando llegó el viernes, la mamá que nos acompañó quedó convencida de lo que debía hacer en casa y que lo que casi gritoneó en la reunión de un par de semanas antes frente a otros padres, era una exageración de su parte; entendió que el trabajo docente está mal pagado y que el que ella hacía en casa estaba auto sobrevalorado, que le faltaba mucha paciencia y tacto con su bebé. Descubrió que ser alumno no es tan fácil en ese contexto, pero que ser el profe es peor.
De vuelta a la experiencia que da origen a este texto, cuando llegó el viernes, la mamá que nos acompañó quedó convencida de lo que debía hacer en casa y que lo que casi gritoneó en la reunión de un par de semanas antes frente a otros padres, era una exageración de su parte; entendió que el trabajo docente está mal pagado y que el que ella hacía en casa estaba auto sobrevalorado, que le faltaba mucha paciencia y tacto con su bebé. Descubrió que ser alumno no es tan fácil en ese contexto, pero que ser el profe es peor.
Bueno bai
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