Dejen les cuento que tuve
una reunión Alfonso Ramírez, Felipe de Jesús Michel para platicar sobre el
libro Caminar entre la niebla, de
este último, editado por el Fondo Editorial Nuevo León, sobre su contenido, sobre
lo que refleja. Hablamos del título, del personaje que vive como hilo conductor
de las historias que contiene el libro, de las anécdotas compartidas, de las
similitudes que encontré conmigo, de cómo se construyó el contenido, de su
viaje entre la docencia, el servicio y las letras, de lo que sigue para él como
autor en sus futuros retos, y otras cosas.
De todo lo anterior, me
quedo con algo que he dicho desde que leí esta obra: “Si conoces a Michel, si
has hablado con él, cuando lo lees, lo escuchas”. Su voz domina lo que cuenta.
Sus gestos, siempre serios, suelen ser coherentes con lo que dice, con lo que
quiere decir; pero también deja ver la broma, la mordacidad, la ironía, el
cotilleo, la sencillez que suele antojarse falsa si no lo conoces, pero que se
sabe honesta con el trato. Pero
permítanme hablar del libro…
Caminar entre la niebla, se antoja fresco, ligero en su
lectura, claro en sus palabras, rico en imágenes, y delicioso con un café en
cualquier tarde, más aún si se comparte su lectura con alguien. En su portada
se deja ver un fragmento de Solsticio
(1995), de Rosario Guajardo. Se trata de un diseño tenso que no está sujeto a
la realidad, y que se desenvuelve evidentemente en una estructura sin
planificar. Se basa en las cualidades de los colores y de líneas complicadas
que no buscan precisión y que se sobreponen unas a otras, lo que permite
establecer un estilo fuerte y vigoroso que abarca la superficie del soporte con
un espíritu unificador.
Algo así sucede con las
líneas que Michel presenta en sus catorce cuentos: permiten la tensión en
algunas de sus historias que facilitan el descubrimiento de la voz narrativa en
el personaje que usa como ancla a lo largo del libro; ofrece colores distintos,
entremezclados, para otorgar al lector la oportunidad de encontrar el ritmo en
una época distante, y distinta a la que se vive hoy, pero cercana en las
experiencias narradas; las variantes entre la veracidad y la ficción se unen en
una nueva realidad que permite recrear en imágenes la anécdota recurrente; el estilo,
que aún busca su propio sello, está marcado por su gracia de contar, la misma
que usa cuando se platica con él en los pasillos.
En el primer cuento,
nos lleva de la mano a su amor por las letras, al compromiso que carga como
profesor; pero principalmente, a la forma en que visualiza en la memoria su primer acercamiento a la lectura, y la necesidad
de conocer más allá de lo que su pueblo tenía para ofrecerle. Después, comparte
el sueño de muchos y su encuentro con “El Diablo” Velasco, reconocido luchador del
pancracio mexicano, maestro de figuras como Mil Máscaras, Satánico, Atlantis, Cien
Caras, Mascara Año 2000, entre otros; quien además lo mandó al diablo por falta de hambre.
En el tercer
cuento, Instrucciones para nadar, por
fin descubrimos al narrador: Benito, que enfrenta la ciudad como puede, y que
está dispuesto a dejar su vida -o su muerte- en manos del destino, pero que
descubre, en apenas unos segundos, que más vale lo seguro a lo desconocido,
aunque esto último sea una promesa atractiva… pero al fin promesa nada más.
A
partir de aquí, Benito nos permite ver en su memoria y nos abre un abanico de
posibilidades que se hacen presentes en cada historia venidera. Un “cuento
bisagra” dice Michel, pero la verdad me parece que es Benito el que dicta lo
que sigue y, aunque a ratos puede parecer predecible, se sorprenderán al leer e
imaginar junto a su autor cada vuelta de tuerca, cada esquina y escondrijo que
aparece en el momento menos pensado, con figuras que saltan a la memoria de
quien lee como si fueran experiencias propias.
Si alguien ha vivido la experiencia de ser un
estudiante foráneo, seguramente se identificarán con Benito, personaje que se
presenta recién llegado a Guadalajara, de Casimiro Castillo, pueblo ubicado a poco más de 200 Km. de la Perla
tapatía. Con apenas 14 años, en 1975, época en que se ubican los cuentos. Es
un güerquillo, con sus papás lejos,
en una gran ciudad; por supuesto que cada cosa que vivencia, lo marca y lo
transforma a diario en un Benito diferente, un Benito que sobrelleva cada
encuentro y desencuentro como si fuera el último, un Benito que siente cada
golpe de vida en la piel, el corazón, la panza y el orgullo.
En el
siguiente cuento, Daniela, una de tantas en la vida de Benito, correrá con la mala suerte de perderse en la
niebla del recuerdo, igual que la esperanza del protagonista y la fuga del
sueño de hacerse de una novia, te dejarán con ese ligero saborcillo a llanto
que se atora en la garganta, sin saber exactamente el por qué. En su búsqueda, decidido
a encontrarse con alguien que lo quisiera pobre
y feo, pero con la consigna de que cumpliera también el requisito de ser
igual: pobre y fea, aparece, como un accidente,
Claudia. Todo Guadalajara dio cuenta de ese amor y ofreció consejo de qué hacer
para llegar a su corazón; otros criticaron su falta de decisión, pero la
solución se presentó como una bofetada acompañada de un guiño de la vida que se
burla de cualquier cosa.
Una de
esas burlas es El asalto de las Valkirias,
donde Benito y Michel se unen en ideología y tesón, a lo que hoy llamaríamos
necedad y terquedad, origen de mucho de lo que hoy vivimos en la política y
buen gobierno. Pero donde se deja ver también, mucho del actuar, del ser, del
carácter del autor.
Si alguno ha leído a El rey criollo, de Parménides García Saldaña, hagan de cuenta que
el siguiente cuento se inspiró en el mismo ambiente. Tendrán que poner las
primeras tres rolas de Led Zeppelin III,
de 1970, … y Light my fire, de Doors, para ambientar la lectura, tal
vez acompañados de esos pastelillos que se encuentran en algunas tiendas
naturistas. Cuando estén en eso, se toparán con sorpresas y desengaños, y
entenderán otro sentido de lo que es quedarse como el perro de las dos tortas.
Desde
la ventana, es un pasaje desgarrador
de la infancia de Benito, del que no diré más porque vale la pena leerlo y
entender que la violencia sexual se presenta bajo cualquier máscara, con
cualquier pretexto, y con el mismo miedo. En Confabulando, Benito nos comparte esa experiencia ansiosa de
toparse con uno de sus ídolos, inalcanzable bajo otras circunstancias, e
inalcanzable para él, por caprichos de la naturaleza y el temor de los
cómplices de ese fallido encuentro.
En el cuento número once, Xavier hace acto de
presencia y se muestra aborrecible, abusivo, prepotente, y mamón, entre una
serie de flash backs que llevan a
lector de ida y vuelta en los recuerdos de Benito. En La difícil sombra de la infamia, Benito sufre otra transformación frente a Dalilha, tal vez la que marcará el
final del ciclo, el que llevará al último encuentro con el narrador, con sus
desventuras juveniles que cada vez se tornan más adultas y cercanas a lo que vemos
en las noticias; pero lo más grave, pierde el don de la palabra, aquella que lo
acompaña desde sus primeras lecturas, desde sus primeros encuentros consigo
mismo, con su sueño de ser el que cuenta, con su labor de transmitir el gusto
por las letras.
Por último, en Los
ojos de Xavier, Michel, no Benito, deja el tono irónico, burlesco, ingenuo
del pueblerino que llega a la ciudad para perderse, y nos lleva de la mano por
la lujuria perversa, esa que raya en lo vulgar y se adereza con un crimen
desatado por locura, que rompe con cualquier esperanza de que ese muchacho se
logre.
Estoy convencido de que Caminar entre la niebla es un libro que no tiene desperdicio, que
permite un enfrentamiento entre el lector y el autor desde la primera historia.
Este Caminar
entre la Niebla me permitió conocer a un Michel, que ya conocía de viva
voz, en el papel de escritor, en el de tiro al blanco para las escopetas de
quienes se juzguen críticos.