Fresquecito
como hoy, entre 17°C y 19°C, apretujados frente al motor aun calientito del
Valiant Duster de papá, con un viento del norte que, filtrado por el calor del
radiador, olía a humedad y óxido; esperábamos las ocho cada lunes para correr a
la sala y ver, con leche y galletas para la cena, El Chavo del 8. La tele
era en blanco y negro, los colores los imaginábamos, no necesitábamos más. Mis
amigos de la cuadra se sentaban en el piso, mi papá a la mesa, yo en una
mecedora, mi mamá en alguna parte de la sala, mi hermana donde más molestara,
mi abuela junto a ella para defenderla de los ataques certeros de todos cuando
hablaba siempre a gritos –aún lo hace-.
Sin
lugar a dudas ese señor, Chespirito, que vestía de niño sabía lo que hacía. Reflejaba
con gracia la naturaleza humilde de un México que ya no existe, la bondad y la
inocencia de la gente que se unía para vivir, o sobrevivir muchas veces. Vivir en
un barril era la manera en que representaba la miseria, a los sin techo, a los
que no tenían más familia que la que se adjudicaban porque sí, pero que no
perdían la felicidad ni el honor por ninguna causa: económica, social o
política.
Aun viviendo
en la pobreza ninguno de los personajes hablaba de lo mal que estaba su
gobierno o su país, y no, no es que no pudieran hacerlo por pertenecer a
Televisa, no lo hacían porque lo que se buscaba en ese tiempo era mantener una
identidad que se está perdiendo (porque no creo que se haya perdido del todo)
en cada pequeño núcleo social representado por la familia.
La opulencia
del Sr. Barriga se contraponía al hambre que reflejaba Don Ramón que sobrevivía
del aire; la admiración de la de la bruja del 71, por este último y la de Doña
Florinda por Jirafales era honesta, transparente, única. El lazo amistoso entre
el chavo, que no tenía nombre porque era muchos, la Chilindrina y Quico es
inalterable, y la relación de estos tres con Ñoño, la Popis y el resto de
personajes no nació de la nada, sino de la cabeza de alguien que, como ya dije,
sabía lo que hacía, conocía la necesidad de dibujar y dejar grabadas en la
memoria colectiva las imágenes que aún recuerdo.
Si bien
es cierto que algunas expresiones de Chespirito, me han llegado a hartar, debo
reconocer que el “es que no me tienen paciencia, el “eso, eso, eso…”, el “fue
sin querer queriendo”, el “cállate que me desesperas”, “no te juntes con la
chusma”, “se me chispoteó”, “tenía que ser el chavo”, “bueno pero no te enojes”,
y otras que no recuerdo, siguen vigentes después de 43 años; y eso, no lo logra
cualquiera.
Sí, también podrá decirse que El Chavo del 8 no aportaba nada bueno,
socialmente hablando, que era una manifestación de burla hacia el jodido, que sus parodias sociales eran ofensivas y grotescas a los ojos de los pensantes, que era denigrante para la clase baja y cosas por el estilo, pero ¿quién puede negar su aportación a la cultura popular?
Niños, adultos, deportistas, actores, escritores, filósofos, políticos, cultos o incultos, en México y en muchos, muchos, países más, hacen referencia al Chavo, a sus expresiones, gestos, vivencias, pero sobre todo a sus valores implícitos, que en fragmentos se pueden rescatar, cosa que no se puede decir de la televisión de hoy (o de su reflejo parcial de la realidad), en su comportamiento y el de sus vecinos fortuitos.
Niños, adultos, deportistas, actores, escritores, filósofos, políticos, cultos o incultos, en México y en muchos, muchos, países más, hacen referencia al Chavo, a sus expresiones, gestos, vivencias, pero sobre todo a sus valores implícitos, que en fragmentos se pueden rescatar, cosa que no se puede decir de la televisión de hoy (o de su reflejo parcial de la realidad), en su comportamiento y el de sus vecinos fortuitos.
Si Los elefantes nunca olvidan, seguramente nosotros tampoco olvidaremos al Chavo del
8, al Chapulín Colorado, ni a Chespirito.
A'i nos vemos...