Por
lo regular a mis logros académicos y profesionales les encuentro su origen en
el ejemplo de mi padre contra quien, la verdad sea dicha, he competido desde
que tengo memoria; primero, porque la mayoría de mis maestros resultaban sus
amigos y siempre anteponían su nombre al mío en las diferentes actividades que
tenía que desarrollar para honrar el nombre que porto. En segundo lugar, porque
el ejemplo que ha dejado en quienes lo conocemos se presenta sencillo en los
decires y deja libre la oportunidad de alcanzar sus logros y superarlos, por
qué no. Debo destacar que esto último muchas veces es casi imposible, dado que
entre el decir y hacer existe una gran distancia.
De
quien pocas veces me permito hablar, tal vez porque es incompartible, es de mi
madre. Compañera inseparable de papá desde que ambos estudiaban, motorcito
infatigable; núcleo de las reuniones familiares; conciencia, y verdugo muchas
veces, implacable de sus hijos; amorosa con los nietos y consentidora
especialmente de quien escribe, aunque no por eso menos rigurosa. Es de ella de
quien me cuido que se entere de mis tropelías, porque estoy seguro que sin
piedad me escupirá en la cara, como ya lo ha hecho, mis culpas y la penitencia
en el mismo salivazo.
Hace
unos días, mientras hablaba con mi esposa de esta señora que me cuidó de niño,
me soltó una pregunta que aún no puedo responder y que pretendo, en estas
líneas llenas de ocio, explicarme para ver si así se me aclara la incógnita.
Preguntó cuál era mi visión de mi madre, ante la imagen exaltada de papá, pues
si bien es cierto que todos admiramos a este último, mucho tiene que ver el
testimonio que tenemos sobre la forma en que ella nos hacía visualizar al
viejo.
Igual
que mi padre, ella es maestra que trabajó hasta el último momento previo a su
jubilación; es día que cuando se pasea por algún centro comercial o tienda
departamental, se topa con quienes alguna vez fueron sus alumnos, y todos ellos
la saludan con mucho respeto y aparente cariño. También cuando ha tenido la
oportunidad de acompañar a alguna de mis hermanas que comparten su profesión, o
a mi papá, no falta que alguna madre o padre de familia que atienden, haya pasado
por su aula. La diferencia entre el desempeño de papá y de mamá, es que
mientras él corrió por muchas escuelas, ella se mantuvo principalmente
enclavada en una sola comunidad, con salidas breves a otras escuelas cercanas
siempre a casa.
No
tengo ninguna duda en que mis hermanas, y yo mismo, nos sentimos atraídos a la
casa paterna por ella que siempre tiene algo que dar; sé que en los logros de
papá ella siempre ha estado presente, como lo ha estado en los nuestros; y si
bien siempre ha pretendido que papá sea el centro de las reuniones, es ella la
que las define, convoca y organiza.
Hoy
todos estamos en torno a ella, como haciendo fiesta para minimizar la situación
(al menos yo por aquello de proteger al máximo lo que siento) ante papá que
está más preocupado que todos sus hijos juntos. El motivo… el motivo es una
cuestión de salud bastante delicada, con una cirugía de por medio; pero
conociendo a Rosa Elva como la conozco, pronto estará en pie para seguir
dirigiendo desde las sombras a la familia. ¿Alguna vez han leído La mamma, de Puzo? Así la imagino pronto,
pero con menos tragedia…
Hasta
luego.
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