miércoles, 15 de mayo de 2013

Grupos


En los últimos meses los maestros hemos estado en la palestra de los medios y en boca de quienes no tienen idea de lo que realmente implica la labor que llevamos a cabo. Tal vez tengan razón, porque no tienen la obligación de saber lo que hacemos cada día y porque por culpa de unos cuantos que destrozan, con su paso y sus actos, la imagen que tratamos mantener quienes estamos interesados en hacer las cosas bien para beneficio de los niños y jóvenes que atendemos, nos catalogan a todos por igual.

La verdad, igual que muchos de mis compañeros del gremio, me preocupa todo lo que se maldice de la Reforma al artículo tercero, pero también me alienta saber que estamos más cerca de clarificar las reglas del juego para quienes queremos seguir este camino y para aquellos que pretenden iniciarlo. Lamentablemente algunos de estos últimos siguen en las formadoras de docentes por las razones equivocadas: la “seguridad” que ofrece este trabajo, aunada a los periodos vacacionales y bonos que les acompañan, entre otras cosas que se dicen en las aulas y confirman quienes están en proceso de formación.

Por mi parte llevo casi trece años intentando diariamente trasmitir la pasión que siento por mi trabajo en la Normal Superior, y en ese corto tiempo he compartido con alumnos de todas las especialidades que ofrece la licenciatura, en diferentes asignaturas; pero donde echo toda la carne al asador, donde más aprieto y la que más disfruto, es mi especialidad: Español. Desde esa trinchera he visto cómo llegan chavos que buscan qué aprender y salen verdaderos docentes a quienes me gustaría toparme después como mis propios maestros; pero también he sido testigo de lo contrario: la indolencia, la apatía, la negatividad ante cualquier cosa, la exigencia de atención para despreciarla y, por supuesto, a cambio de nada.

Desde el semestre pasado atiendo dos grupos de mi especialidad; nada más distinto entre grupos que, se puede suponer, comparten intereses de formación. Uno de ellos pregunta todo, lo mínimo y lo máximo, lo cual hace pensar que no entienden al mismo ritmo de los grupos de generaciones anteriores, pero que se empeñan en quedar bien con sus maestros con el esfuerzo reflejado en sus trabajos, que si bien no son los mejores, al menos denotan las ganas de hacer las cosas bien, con cierto grado de organización y complejidad que muchas veces los sobrepasa.

El otro grupo, apenas pone atención a las instrucciones por estar con la cara metida en sus pantallas, con el pretexto de que así toman nota de la clase; creen ser muy buenos en lo que hacen, cosa que no dudo pero que no demuestran. Cualquier cosa que se les encargue es motivo de queja y antes de visualizar la ganancia que les puede traer el desarrollo de tal o cual actividad o tarea, ponen toda su concentración en las fallas que pueda tener y el valor que se le otorgará en su calificación para decidir si vale la pena cumplir o brincarse el esfuerzo. Lo peor de todo, es que los pocos que verdaderamente dicen tener ganas de hacer bien las cosas, lo hacen a escondidas del resto del grupo para no ser tachados de traidores, lo cual demuestra que el grupo mismo es consciente de su mediocridad disfrazada de soberbia.

Nunca me había tocado trabajar con grupos pares tan distintos, y sé que mis compañeros tampoco. Me queda claro que tarde o temprano llegará la prueba de fuego para cada uno de estos alumnos, y que en ésta algunos se quedarán entrampados; sólo espero que quienes logren avanzar al siguiente nivel sean los que tienen verdadera vocación, los que tienen bases firmes para la docencia, los que tienen claro que el magisterio es una forma de vida y no sólo un trabajo, los que tienen verdaderos deseos de servir a sus alumnos, aunque éstos últimos no estén interesados en los que sus maestro tienen que compartirles, los que quieran fortalecer la imagen idealizada del buen maestro.

Hasta luego.

domingo, 5 de mayo de 2013

Mia mamma...


Por lo regular a mis logros académicos y profesionales les encuentro su origen en el ejemplo de mi padre contra quien, la verdad sea dicha, he competido desde que tengo memoria; primero, porque la mayoría de mis maestros resultaban sus amigos y siempre anteponían su nombre al mío en las diferentes actividades que tenía que desarrollar para honrar el nombre que porto. En segundo lugar, porque el ejemplo que ha dejado en quienes lo conocemos se presenta sencillo en los decires y deja libre la oportunidad de alcanzar sus logros y superarlos, por qué no. Debo destacar que esto último muchas veces es casi imposible, dado que entre el decir y hacer existe una gran distancia.

De quien pocas veces me permito hablar, tal vez porque es incompartible, es de mi madre. Compañera inseparable de papá desde que ambos estudiaban, motorcito infatigable; núcleo de las reuniones familiares; conciencia, y verdugo muchas veces, implacable de sus hijos; amorosa con los nietos y consentidora especialmente de quien escribe, aunque no por eso menos rigurosa. Es de ella de quien me cuido que se entere de mis tropelías, porque estoy seguro que sin piedad me escupirá en la cara, como ya lo ha hecho, mis culpas y la penitencia en el mismo salivazo.

Hace unos días, mientras hablaba con mi esposa de esta señora que me cuidó de niño, me soltó una pregunta que aún no puedo responder y que pretendo, en estas líneas llenas de ocio, explicarme para ver si así se me aclara la incógnita. Preguntó cuál era mi visión de mi madre, ante la imagen exaltada de papá, pues si bien es cierto que todos admiramos a este último, mucho tiene que ver el testimonio que tenemos sobre la forma en que ella nos hacía visualizar al viejo.

Igual que mi padre, ella es maestra que trabajó hasta el último momento previo a su jubilación; es día que cuando se pasea por algún centro comercial o tienda departamental, se topa con quienes alguna vez fueron sus alumnos, y todos ellos la saludan con mucho respeto y aparente cariño. También cuando ha tenido la oportunidad de acompañar a alguna de mis hermanas que comparten su profesión, o a mi papá, no falta que alguna madre o padre de familia que atienden, haya pasado por su aula. La diferencia entre el desempeño de papá y de mamá, es que mientras él corrió por muchas escuelas, ella se mantuvo principalmente enclavada en una sola comunidad, con salidas breves a otras escuelas cercanas siempre a casa.

No tengo ninguna duda en que mis hermanas, y yo mismo, nos sentimos atraídos a la casa paterna por ella que siempre tiene algo que dar; sé que en los logros de papá ella siempre ha estado presente, como lo ha estado en los nuestros; y si bien siempre ha pretendido que papá sea el centro de las reuniones, es ella la que las define, convoca y organiza.

Hoy todos estamos en torno a ella, como haciendo fiesta para minimizar la situación (al menos yo por aquello de proteger al máximo lo que siento) ante papá que está más preocupado que todos sus hijos juntos. El motivo… el motivo es una cuestión de salud bastante delicada, con una cirugía de por medio; pero conociendo a Rosa Elva como la conozco, pronto estará en pie para seguir dirigiendo desde las sombras a la familia. ¿Alguna vez han leído La mamma, de Puzo? Así la imagino pronto, pero con menos tragedia…

Hasta luego.