La muerte en México, más que un pesar, se ha transformado en una tradición… y sí, todos, tradicionalmente morimos, siempre de un jalón hasta el panteón; así, cuando menos se piensa, la muerte llega. Y como dicen que como se vive se muere, debemos estar permanentemente dispuestos a morir en la raya, a cargar con el muerto, o a hacerse el occiso para ver pasar el entierro, o mínimo, para ver el velorio que le hacen. Lo único necesario para recibir la muerte es estar vivo; y cuando llegue todos dirán que el muerto era bueno, aunque haya andado como el diablo en el panteón.
Por eso hay que hacer muchos amigos, porque sin ellos de la muerte no habrá testigos. Se debe tener en cuenta que el tiempo que al vivo le falta, al muerto le sobra, y que a quien Dios quiere para sí, poco tiempo lo tiene aquí; tal vez por eso la muerte nos da risa y se convierte en objeto de burlas contenidas en expresiones con cierta carga de humor negro: está tres metros bajo tierra, fue a ver las flores crecer de abajo, colgó los tenis, se quedó tieso, chupó faros, entregó el equipo, dobló el petate, se lo cargó el payaso, estiró la pata, se petateó, se fue de minero eterno, pasó a mejor vida, se difunteó, que en gloria esté, se fue al viaje sin regreso, caducó.
Y otras: El muerto a la sepultura y el vivo a la travesura; cayendo el muerto y soltando el llanto; el muerto y el arrimado a los tres días apestan; consejos y ejemplos que obligan, los que los muertos nos digan; no le pido pan al hambre, ni chocolate a la muerte; casa hecha sepultura abierta; la viuda entierra al marido y el cura [o el compadre] hace el nido; te asustas de la mortaja y te abrazas al difunto; vale más un cobarde en casa, que un valiente en la cárcel o en el cementerio; y muchas más.
La cercanía de la muerte con el mexicano le otorga un rostro y una personalidad que se presenta, y representa, cada año para convivir con ella, para hablarle de frente, para tutearla, para compartir con ella el pan y el tequila, los dulces y el mole, o aquello con lo que los animados dolientes se caen cadáveres, conscientes de que tarde o temprano habrán de cruzar el umbral que los separa del otro mundo, de que aquí a cien años, todos seremos pelones y tal vez polvo. De allí la importancia de tomar la muerte tan en serio como la vida, de mandarla al diablo mientras la última dure, y tener claro que el asno sólo en la muerte halla descanso para lo cual debemos preguntarnos: si trabajamos para vivir, ¿por qué nos matarnos trabajando?
¡En fin! Quien teme la muerte no goza la vida, porque todos nacemos llorando y nadie se muere riendo; así que vámonos muriendo todos que están enterrando de gorra. En nuestra cultura, la muerte, mejor conocida como la Catrina, no tiene edad, ni tiempo, nadie conoce su origen pero sí su destino; en estos días a todos nos da gusto verla, pero en cualquier otra fecha ni nos acordamos de ella. Después de todo, tengo claro que lo último que haré será morirme, porque sólo los guajolotes mueren en la víspera.
Bueno Bai
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