martes, 1 de noviembre de 2011

Hay muertos que no hacen ruido porque andan en alpargatas.

La muerte no pide permiso y me pela los dientes… Andar por allí en estos días suele ser tan peligroso como siempre; la diferencia es que hoy la muerte ronda vestida de Catrina y eso puede ser hasta divertido. Anoche, 31 de octubre, las brujas dominaron el escenario. Las expertas y las novicias reclamaban su lugar en el calendario, como si esto les diera la oportunidad de seguir inmaculadas ante el paso incesante del tiempo. Mañana toca el turno a la muerte, de la que ninguna bruja se salva; aquella que si te descuidas te estira las patas, la que asusta con el petate del muerto, porque pájaro que huye morir de noche cae de mañana, que al fin para morir nacimos.

La muerte en México, más que un pesar, se ha transformado en una tradición… y sí, todos, tradicionalmente morimos, siempre de un jalón hasta el panteón; así, cuando menos se piensa, la muerte llega. Y como dicen que como se vive se muere, debemos estar permanentemente dispuestos a morir en la raya, a cargar con el muerto, o a hacerse el occiso para ver pasar el entierro, o mínimo, para ver el velorio que le hacen. Lo único necesario para recibir la muerte es estar vivo; y cuando llegue todos dirán que el muerto era bueno, aunque haya andado como el diablo en el panteón.

Por eso hay que hacer muchos amigos, porque sin ellos de la muerte no habrá testigos. Se debe tener en cuenta que el tiempo que al vivo le falta, al muerto le sobra, y que a quien Dios quiere para sí, poco tiempo lo tiene aquí; tal vez por eso la muerte nos da risa y se convierte en objeto de burlas contenidas en expresiones con cierta carga de humor negro: está tres metros bajo tierra, fue a ver las flores crecer de abajo, colgó los tenis, se quedó tieso, chupó faros, entregó el equipo, dobló el petate, se lo cargó el payaso, estiró la pata, se petateó, se fue de minero eterno, pasó a mejor vida, se difunteó, que en gloria esté, se fue al viaje sin regreso, caducó.

Y otras: El muerto a la sepultura y el vivo a la travesura; cayendo el muerto y soltando el llanto; el muerto y el arrimado a los tres días apestan; consejos y ejemplos que obligan, los que los muertos nos digan; no le pido pan al hambre, ni chocolate a la muerte; casa hecha sepultura abierta; la viuda entierra al marido y el cura [o el compadre] hace el nido; te asustas de la mortaja y te abrazas al difunto; vale más un cobarde en casa, que un valiente en la cárcel o en el cementerio; y muchas más.

La cercanía de la muerte con el mexicano le otorga un rostro y una personalidad que se presenta, y representa, cada año para convivir con ella, para hablarle de frente, para tutearla, para compartir con ella el pan y el tequila, los dulces y el mole, o aquello con lo que los animados dolientes se caen cadáveres, conscientes de que tarde o temprano habrán de cruzar el umbral que los separa del otro mundo, de que aquí a cien años, todos seremos pelones y tal vez polvo. De allí la importancia de tomar la muerte tan en serio como la vida, de mandarla al diablo mientras la última dure, y tener claro que el asno sólo en la muerte halla descanso para lo cual debemos preguntarnos: si trabajamos para vivir, ¿por qué nos matarnos trabajando?

Si nuestro prójimo comete errores en vida, más vale que apliquemos un poco de filosofía; entender que más vale morirse cagando que pasarse la vida comiendo mierda, y adoptar el viejo adagio que dicta “comer bien, cagar fuerte y no haber miedo a la muerte” porque el estreñido muere de cursos. Las penas no matan, pero ayudan a morir y además morimos de todo y por todo: se muere de risa, de miedo, de calor, de vergüenza, de frío, de hambre, de amor, de coraje, de sueño, de cansancio, de tristeza, de ganas, de dolor, de envidia, por verte, por no verte, por sentir, por insensato, por probar, por ir, por llegar, por callarte, por terminar, por lo que sea o no sea, pero nadie se muere por morirse y quien lo dice sólo es por hablador.

¡En fin! Quien teme la muerte no goza la vida, porque todos nacemos llorando y nadie se muere riendo; así que vámonos muriendo todos que están enterrando de gorra. En nuestra cultura, la muerte, mejor conocida como la Catrina, no tiene edad, ni tiempo, nadie conoce su origen pero sí su destino; en estos días a todos nos da gusto verla, pero en cualquier otra fecha ni nos acordamos de ella. Después de todo, tengo claro que lo último que haré será morirme, porque sólo los guajolotes mueren en la víspera.

Bueno Bai

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