Desde hace algunos años he intentado guardar sentimientos que me hacen vulnerable ante los demás, eso es parte de mi personalidad, y aunque en ocasiones me ha resultado difícil, al grado de recibir críticas y hasta burlas de mi familia y amigos por mi postura –no pose-, sigo con la idea de mantener la misma imagen ante los ojos que miran en esta dirección: “nada, o muy poco, me afecta”, “nada me quita el sueño”, “puedo soportar mucha presión”, y pendejadas por el estilo.
Puedo entender que los demás no estén acostumbrados a lidiar con tal cosa, y más entiendo que haya quienes no puedan ocultar sus pasiones, aunque éstas se manifiesten en su contra. Sé que no es fácil lidiar con ciertas cosas, pero dejar que los demás dominen lo que sientes… porque al final de cuentas cuando alguien logra sacar tu peor cara significa que algo has perdido en el camino y cuando eso sucede no lo debes decir para que los demás no busquen, con mejor suerte que la tuya, y encuentren antes que tú aquello que te pertenece.
En estos días en mi escuelita se está jugando algo que no es muy cómodo, algunos compañeros se han puesto las máscaras representativas del teatro para seguir cobrando los beneficios del anonimato que ofrece la doble cara; a la mayoría no le interesa saber los qués, sino los motivos que los mueven, muchos de ellos podrían quedarse viendo cómo se desmorona su entorno y esperando que una voz salida del cielo les indique la dirección que deben tomar para subirse a la manota que de seguro los llevará a quién sabe dónde.
Lo anterior me ha puesto en una situación incómoda dado lo que se juega, que si bien no es el destino del universo, al menos sí puede ser trascendental para aquellos que esperan la voz divina que antes mencioné; no entienden que los compromisos mezclados con la conveniencia, va más allá de lo que se podría llamar simpatía por alguien. La lealtad es otra cosa, pero esa palabra tan manoseada en los últimos días, no tiene nada que ver con el significado que le han dado, y sí más bien con la incongruencia y la revancha de algo que ellos mismos crearon y ahora no saben cómo manipular a su favor.
He pensado seriamente renunciar al cargo que represento, precisamente por lo anterior, porque no estoy acostumbrado a ser el blanco de quienes no tienen puntería ni estilo para tirar, porque me es más fácil ser el tirador -y en eso tengo experiencia-, porque no comparto la idea de servir a quienes pretenden joderme y además regresarles una sonrisa, pero sobre todo, porque faltan dos años para concluir este compromiso que hoy me pone a prueba. Tal vez deba recordárselos, aunque suene a amenaza…
No, no es mi estilo. Aunque no es mala idea.
Lo que debo asimilar, en todo caso, es la posibilidad de seguir en mi postura de vale madres y continuar en lo mío, al fin de cuentas soy un convencido de que las cosas caen por su propio peso y no hay nada que no se acomode con el tiempo, paciencia y buena memoria, para refrescar la memoria a quienes reniegan de sus propios actos por las consecuencias de estos. Así que si me preguntan lo que haré, mi expresión será: -“Lo mismo que hacemos todas las noches, Pinky,…”, a lo que responderán con un rotundo “Narf”, al estilo del simpático y descerebrado roedor.
Hasta luego.
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