sábado, 26 de junio de 2010

Susana

49.8°C marcaba el termómetro. Nadie caminaba en las calles tan solas como terrosas, sólo nosotros. El sol reclamaba su espacio e invitaba a caminar de prisa para que las plantas de los pies no sintieran lo caliente del asfalto; la brisa quemaba la piel y no había gota de agua que aliviara la resequedad de las gargantas.

Esta ciudad que figura en el mapa, en mi mapa, como una ciudad importante del noroeste de México, no cuenta con un servicio de transporte cómodo y digno de sus pobladores ¿será que los únicos jodidos de a pie éramos nosotros? ¿Todos en ese desierto tienen carro? Una señora que caminaba hacia nosotros que descansábamos a la sombra de un árbol de fuego (vaya ironía) me sacó de la duda.

Cuando llegamos a nuestro destino, gracias a un Taxi tan jodido como mis zapatos, el calor se incrementó de tal modo que el sudor, escaso hasta ese momento, tal vez porque el mismo sol lo evaporaba, parecía lo único que podría refrescar ese mediodía. El aire del ventilador era insuficiente y el agua helada que nos regalaron en pocos minutos dejó de serlo.

Junto al sillón estaba la foto del grupo, en la que aparecía sonriente junto a otras niñas. No teníamos certeza de quién era, pero le corazón apuntó a la cara de pingo de la primera fila. Los cabellos muy restirados y recogidos en un chongo escolar rematado con un discreto moñito; el uniforme a cuadros era igual en todas las que posaban en tres hileras, como en las típicas fotos de escuelita. Las calcetas llegaban apenas debajo de las rodillas y los zapatos brillaban a mediados de septiembre, un año atrás.

Todas se presentaron y cantaron algo sobre ángeles, no entendí exactamente qué, pero gracias al revolotear de sus alas el calor desapareció y la estancia se refrescó hasta desaparecer el sudor y la piel ardiente minutos antes. Rosa, Itzel, Génesis, Karla, Cristina, Susana y otras más, se preguntaban a sí mismas quiénes éramos y qué queríamos; se veían temerosas unas a otras con sonrisas de complicidad, esperando algo que no podíamos darles a todas, aunque queríamos hacerlo.

Susana se quedó al final, nadie se lo pidió, sólo lo hizo. Suspiró y sustrajo de nuestros corazones, susceptibles en ese momento ante el sustancial suceso que nos era sustantivo, la sustancia suscrita que suscitó un susurro dirigido a ella. La susodicha lanzó una suspicaz sonrisa chimuela, suspendida en el suspenso, que sustentaba la suscripta del susto que le provocaba la idea de no agradarnos y que eso nos llevara a sustituirla.

Eso no pasará. Es ella la elegida y quien nos eligió, al menos hasta que nos conozca. Ese día se graduó del Kinder y estaba feliz por ello; ahora es probable que esté feliz por la posibilidad de que estos extraños la lleven a casa algún día próximo y le regalen una familia con papás, abuelos, hermanas, tíos y primos. Así que no importa qué tanto calor haga y qué tanto queme el sol o haga sed, cuando lleguemos con Susana el calor y la sed se irán porque, como mis hijas, será agua y brisa fresca.

viernes, 25 de junio de 2010

Un tal Urdimalas (continuación y final)*

El tío Pedro continuó la historia que había quedado interrumpida con su llegada; era lo menos que podía hacer después de aparecer tan tarde, después de la cena. Nos sentamos frente a él, encendió su cigarro, dio un sorbo a su café y dijo:

-“Mira”, le dijo Pedro, “al otro lado de este río viven unos parientes míos. Espérame tantito mientas voy por comida, sirve que descansas un rato".

-“No olvides la maldición de mi madre”, le recordó la bella Blanca Flor.

-“Si ya sé; nadie me va a abrazar. No lo voy a permitir”.

Blanca Flor se tendió a la sombra de un árbol mientras Pedro cruzó el río. Cuando llegó a las primeras casas salieron a recibirlo sus primas, ahora mayores y muy bonitas, y sus tías que lo habían reconocido tan pronto lo vieron. Todas querían abrazarlo, tocarlo y llenarlo de besos de felicidad, pero Pedro no se los permitió con el pretexto de sentirse mal, estar hambriento y además sucio.

-“Ahora no, tías. Sólo pasaba por aquí y pensé que tal vez podrían darme algo de comer para mí y la mujer que amo, que me espera al otro lado del río”.

Su familia entendió la situación.

-“No te preocupes”, le dijo su tía Eloísa, “te daremos de comer; pero mientras preparo las chochas y el asado que tanto te gustan, recuéstate un poco para que descanses”.

Pedro aceptó y cerró los ojos; no se dio cuenta que la menor de sus primas, María de Jesús, entraba a hurtadillas para sorprenderlo con un abrazo. Pedro abrió los ojos feliz de ver a su prima a quien regresó el abrazo, mientras alzaba la voz diciendo:

-“Denme algo de comer. Tengo mucha hambre”.

-“Toma primo, aquí está tu comida y la de la mujer que dejaste al otro lado del río. Llévasela antes de que desmaye del cansancio y el hambre”.

-“¿Cuál mujer? ¿Cuál río?”, respondió Pedro. “Estás loca prima. Esto me lo como solo pues traigo el hambre de mil demonios”. Su familia sabía que Pedro era bromista y pensaron que la historia de la mujer al otro lado del río se la había inventado para comer doble, así que no le dieron más importancia y pasaron la noche escuchando las últimas aventuras del primo por el que los años no habían pasado.

Blanca Flor esperó paciente toda la noche, pero Pedro nunca regresó. Pensaba, y tenía razón, que su amado la había olvidado porque seguramente no pudo evitar que lo abrazaran. Por la mañana, muy temprano, cruzó el río buscando, pero sólo encontró comida, trabajo y alojamiento. Varias semanas después, la joven escuchó que Pedro de Urdimalas se casaría con una tal Rosita, noticia que la entristeció.

Unos días previos a la boda, Blanca Flor tuvo la idea de regalarle al novio un par de pajaritos que cantaban cosas que sólo podría entender Urdimalas. Cuando Rosita los vio, le rogó a Pedro que los llevara su boda, pues se verían hermosos junto a la mesa principal.

Al día siguiente Pedro se sentó junto a los animalitos y llamó su atención que el canto de estos parecía más bien una plática siempre orquestada por la hembra:

-“¿Te acuerdas cuando te pusiste a jugar con mi papá el diablo y te ganó la vida?” le pareció entender Pedro a la pajarita.

-“No, no me acuerdo”, creyó que le contestaba su pareja, motivo por el cual recibió un aletazo.

-“¿Te acuerdas cuando llegaste al infierno y mi mamá te puso la prueba de sembrar un puño de trigo y al día siguiente debías hacer un pan y llevárselo a su cuarto?”

-“No, no me acuerdo”. Y recibió otro aletazo de la pajarita.

-“¿Te acuerdas cuando mi mamá te ordenó cambiar la laguna al llano, y el llano a la laguna, de la noche a la mañana?”

-“No, no me acuerdo”. Y un aletazo más fuerte que el anterior cayó sobre el emplumado desmemoriado.

-“¿Te acuerdas cuando mi mamá te pidió que amansaras una mula vieja que tenía y que no te pude ayudar porque la mula era mi mamá la diabla, la silla era mi papá, los estribos eran mis hermanitos y yo era la cuarta?”

-“No, no me acuerdo”. Y otro más.

-“¿Te acuerdas cuando te pedí que trajeras el caballo el pensamiento para poder escapar del infierno y tú te equivocaste al traer el caballo llamado tragaleguas?”

-“No, no me acuerdo”. Y los aletazos comenzaban a dolerle a Pedro.

-“¿Te acuerdas cuando mi mamá nos venía alcanzando y yo le lance un puñado de hierva que se convirtió en un espeso monte de hortiguilla en el que se le atoraban los cuernos y mejor volvió a regresar al infierno?”

-“No, no me acuerdo”. Y los aletazos eran cada vez más fuertes.

-“¿Te acuerdas cuando mi mamá nos venía alcanzando y yo le lance un espejo que se convirtió en una gran laguna en la que se reflejan los pensamientos y nos lanzó una maldición?”

-“¡Sí, sí me acuerdo!”, gritó Pedro poniéndose de pie y exigiendo conocer a quien le regaló aquellas aves. Se disculpó con Rosita y le explicó que Blanca Flor era su verdadero amor, que tendría que encontrarla y también pedirle perdón.

Salió a buscarla gritando a todo pulmón el nombre de aquella que lo salvara del infierno hasta que la encontró para casarse con ella y vivir felices por siempre.

Colorín colorado este cuento se ha acabado y el que no se levante se queda pegado.

-“¡Por eso tío! ¡¿Y qué pasó con Rosita?! ¿A poco se quedó muy tranquila? ¿Y los papás de Blanca Flor?”, dijo uno de los escuchas.

-“¡Por eso no me gustan los cuentos! Siempre cuentan cosas incompletas”, dijo otro.

Pero igual, por si las dudas, todos nos levantamos y nos fuimos a dormir.

Benavides S., O. M. Hacienda Sta. Engracia. Hidalgo, Tamps. Primavera 2010.

*El nombre del personaje llamó mi atención porque hace poco escuché a un tipo decir que lo había inventado para un libro que aún no sale a la luz pública.