Cuando llegué a la Normal Superior en 1996, tuve la inquietud de formar un órgano informativo y de comunicación realizado completamente por alumnos. Después de batallar un poco, conseguimos el permiso para llevar a cabo el proyecto utilizando los recursos de la escuela.
Se nos asignó un asesor y junto a otras cuatro compañeras inicié la revista ENSeguida… El primer número fue difícil: ninguno de los cinco sabíamos usar una computadora y el profe que nos iba a ayudar se hacía del rogar; pocos compañeros se apuntaban para publicar por flojera, miedo o qué sé yo. La guerra de egos se hizo presente y la revista estuvo a punto de perderse antes del segundo número que salió sin problemas aparentes.
Sin contar con mi aprobación y a escondidas, algunos miembros del consejo editorial incluyeron una parodia de la Normal. La molestia del asesor y mía fue grande en principio, pero cuando algunos maestros comenzaron a exigir su aparición en la segunda parte del cuento, supusimos que fue acertada la inserción de la historia.
Lo malo vino después de una semana. Alguien le calentó la cabeza a uno de los parodiados y se armó una paradoja enorme. Quienes insertaron el texto se defendieron diciendo que yo había dado mi autorización como coordinador de la revista, aunque días antes desconocieron tal cargo; pidieron mi expulsión y la destitución de nuestro asesor de proyecto. Ese fue el principio de un capítulo vergonzoso para la Normal. Tiempo después apareció un tercer número con otro consejo editorial y el número cuarto se quedó guardado. El proyecto había muerto.
Hoy tenemos otros medios de expresar lo que queremos decir; ya no es tan necesario el papel y la tinta y sigo diciendo lo que quiero, tratando de ser justo y claro en mis ideas. Hasta el momento no he recibido comentarios que intenten callar las palabras escritas en este espacio o en el que comparto con mis amigos, no creo necesario que lo hagan… todavía.
Quienes trabajamos en la Normal debemos entender que estamos expuestos a la crítica de los alumnos, eso no lo podemos evitar ni sería justo hacerlo, porque es la medida que tenemos entre la nube en la que nos sentimos y el suelo que nos espera. para ellos, los alumnos, debe ser difícil señalar los vicios de sus maestros, porque pueden convertirse en objeto de represalias a la hora de calificar o de la censura por dar a conocer sus opiniones que es lo mismo; cuando se quejan de mí, conmigo o mis compañeros, analizo los motivos que tienen, no para culpar, señalar, o cuidar sus intereses, sino para intentar poner un remedio que satisfaga a las partes afectadas.
Personalmente no me atrevería a callar la voz de mis alumnos, tienen derecho a expresarse si son conscientes de lo que dicen, si no son manipulados por terceras personas, si sus comentarios ofrecen la oportunidad de enmendar los errores para beneficio propio o del servicio que se oferta, aunque no nos guste la forma en que se hacen dichos señalamientos.