Después de dos
descalabros, llegué a la Donato un día de lluvia intensa. Recuerdo que llegué
hecho una sopa y en algunas calles del centro de Escobedo el agua me llegó, a
las ocho de la mañana, apenas debajo de la rodilla. Mis zapatos se echaron a
perder después de eso, mi pantalón escurría y mi camisa, ni qué decir. Pregunté
por el Secretario General que me miró como bicho raro bajo el agua y me envió a
la dirección donde no me dieron el paso.
La Directora no me recibió y me tuvo de pie en el corredor, desde esa hora hasta las 11:30 –tiempo suficiente para secarme la ropa aunque no los zapatos- sólo para mandarme decir con la Contralora que no me podía recibir “Tal vez mañana”. “Pinche vieja”, pensé –a veces todavía lo pienso-, y me retiré. Al día siguiente llegué un poco más tarde y, después de una breve espera, vi que salía de la oficina de la dirección Rogelio Reyes, mi maestro, amigo y compañero de la Normal, con quien llevo desde entonces una buena relación. Me preguntó lo que hacía allí, y le conté la situación. Diez minutos después la Directora me recibió y de eso hace 13 años.
Al principio todo iba
bien, algunos compañeros no me hablaban, otros abiertamente me decían mamón en
la juntas. Los de Español, me miraban con cierto recelo por las ganas y empeño
que suponían que ponía, la verdad es que no hacía nada diferente a lo que ahora
hago: la complicidad con los güercos, las tareas raras, las lecturas precarias,
los ejercicios de redacción que sonaban a mucho trabajo, las películas como
recurso, la importancia que le otorgo al uso de la computadora y, por ende, al
internet, y cosas por el estilo.
Eso me trajo conflictos con la Directora y algunos compañeros, además de mi boca floja, mis opiniones ácidas, mi sarcasmo y mi burla abierta a las incoherencias de las que fui testigo en muchas y variadas ocasiones. De mis compañeros, obtuve lo mismo que están acostumbrados a recibir: de unos amistad, compañerismo y colaboración cercana; de otros, desconfianza y hasta puñaladas por la espalda, ¡vaya! Nada que no suceda entre mi gremio. Sin embargo, todo lo recibí gustoso, porque considero que mucho de eso me lo gané por la buena, nunca por mentiras o malos tratos, siempre con la cara alta y el paso firme.
Eso me trajo conflictos con la Directora y algunos compañeros, además de mi boca floja, mis opiniones ácidas, mi sarcasmo y mi burla abierta a las incoherencias de las que fui testigo en muchas y variadas ocasiones. De mis compañeros, obtuve lo mismo que están acostumbrados a recibir: de unos amistad, compañerismo y colaboración cercana; de otros, desconfianza y hasta puñaladas por la espalda, ¡vaya! Nada que no suceda entre mi gremio. Sin embargo, todo lo recibí gustoso, porque considero que mucho de eso me lo gané por la buena, nunca por mentiras o malos tratos, siempre con la cara alta y el paso firme.
Poco a poco me fui
haciendo el viejo de Español porque mis compañeros de Academia se fueron de la
escuela, por ascenso uno, jubilación dos y otra por miedo a lo que se decía entonces que
pasaría con la nueva ley del ISSSTE; con eso llegó José Carlos, buen amigo y
compañero que poco a poco se enroló en el mismo boleto que traía cargando con la
biblioteca y otras actividades, hasta que delegué en él esas responsabilidades
para dedicarme a lo que quería: mis grupos, mis compañeros por breve periodo y
mi trabajo fuera de la secundaria.
De mis alumnos, qué
puedo decir. De todos aprendí mucho y lo aproveché al máximo. Muchas veces
fueron mis conejillos de indias, fueron mi laboratorio humano para probar lo
que llevaría a la Normal, a mis otros alumnos. No me acordaré de todos, pero sí
de las situaciones y vivencias compartidas, sus bromas, sus tonterías, sus
inquietudes, sus preguntas y comentarios constantes.
Ahora me toca dejar
esta escuela para empezar de nuevo. ¿Me duele o la voy a extrañar? Creo que no.
Extrañaré los almuerzos con Julián, Narce y David, las pláticas con Aracely,
Carlos, Esther y Jesús, discutir con Rita y la prefecta Eva Concepción, los días
buenos del panquesito y la prefecta más joven de la escuela, los comentarios soeces
sobre el garbanzo diabólico y otros personajes más de esa escuela tan
entrañable, pero todo eso no tendrá por qué acabarse si me permito continuar
enriqueciendo amistades a larga distancia.
La Donato deja marca,
así como en los alumnos que se van, también en los maestros que llegan con
ganas y poco a poco se las quitan. En mi deja una marca, una buena marca, un
buen recuerdo; contra todo lo malo que pueda decir son más las cosas buenas que
suceden allí con los clientes, con los muchachos, con mis alumnos. Si algún día
tuviera que regresar, espero que sea para ofrecer algo diferente a lo que ya he
hecho por ese lugar. Tal vez… como Director.
Hasta pronto...