sábado, 19 de febrero de 2011

Monterrey

Vivir en Monterrey es parte de una fortuna que no podría describir. Sus calles viejas, muy temprano, son la imagen perfecta de una fotografía antigua donde la gente sale todavía a la tiendita del barrio para comprar pan y leche, mientras los taqueros, que trabajaron toda la noche, recogen sus carretones y lavan las banquetas con jabón y cloro de la grasa salpicada. El tráfico es ligero hasta la media mañana y no en todas las calles del centro, sólo en aquellas conectadas con oficinas, escuelas o vías rápidas que facilitan la salida a los trabajos y quehaceres de quienes trabajamos por esos rumbos.

Yo no vivo en Monterrey, pero crecí en él y caminé por sus calles a muchas diferentes horas: Félix U. Gómez, Madero, Reforma, Pino Suárez, Cuauhtémoc, Padre Mier, Ocampo, Rayón, Hidalgo, Dr. Coss, Allende, Guerrero, Juárez, Carranza, Zaragoza, Zuazua, Ruperto, 5 y 15 de mayo, Washington, Arteaga, Aramberri, B. Reyes, Colón y otras más; a pie, en taxi, corriendo; de día de tarde y de noche… muy noche; a los nueve, doce, trece, quince, diecinueve años de edad; acompañado o solo. Nunca pasó nada.

Tengo presente una ocasión, a principio de los 80’s, en que después de ver Pirañas asesinas, en el cine Cuauhtémoc, una prima de papá a quien llamamos Chacha, y yo caminamos, pasada la media noche, a través de la coyotera y no pasó nada. Cada quién en lo suyo, nosotros en lo nuestro: llegar a casa porque lo del camión nos lo gastamos en palomitas y soda.

Ayer, en la tarde-noche, cuando salía de la escuela en que trabajo, me topé con una gran cantidad de tráfico; por un momento pensé que era un bloqueo de esos que están de moda en la ciudad, pero no. Era un bloqueo, sí, pero de otro tipo, de esos provocados por los traileros desesperados que buscan tomar Venustiano desde Arteaga y tapan el paso por no respetar el semáforo. Aunado a eso están los taxistas que buscan escapar del tráfico dando vuelta donde no hay, o no existe, y que se molestan porque no eres intangible para poder atravesarte y hasta te mientan la madre si no te subes con tu carro al de adelante para que ellos puedan pasar.

Cuando por fin crucé la calle Colón, noté que el tráfico era más ligero, pero sin aviso alguno el coche de adelante dio un giro a la derecha que lo dejó atravesado en la avenida, justo después de la Universidad que allí se encuentra. El conductor salió corriendo con las manos en alto y vi, unos metros más adelante cómo una policía apuntaba en nuestra dirección, donde estaba también un tipo armado que apuntaba al conductor del carrito atravesado, supongo que con la intención de tomar el coche y salir de allí, pero no lo hizo y siguió corriendo al norte de la avenida, hacia los rieles.

Tomada de Milenio.com
Le pedí a mi mujer que se agachara mientras me preparaba a acelerar, meter reversa o detenerme, según se ofreciera, pero no hizo nada, se quedó quieta viendo cómo la oficial disparaba: me orillé a la izquierda sin detenerme y pasé la línea de tiro de ambos armados. En el otro carril, una camioneta negra estrellada contra un taxi y un señor, supongo conductor del carro de alquiler, veía cómo huía aquél que lo había chocado.

Conté cinco patrullas tratando de pasar una fila de traileros que obstruían el tráfico de V. Carranza, en dirección al sur; y observé los rostros asustados de unos trabajadores que viajaban en la caja de una camioneta que veían seguramente los rostros asustados de mi  mujer y mío. Por el retrovisor alcancé a ver que el carro atravesado se movía errático en nuestra dirección con su conductor original.

Cambiamos la plática, llegamos a casa, cené y me dormí. Soñé con mi Monterrey, sus calles, su gente, la de deveras; soñé que caminaba de noche rumbo al cerro de las Mitras, sin prisa, sin miedo y sin sueño.

Hasta luego.