El siguiente texto fue escrito por Carlos, ex-alumno de mi escuelita que ahora cursa tercer año en algún lugar de Veracruz, para el concurso de símbolos patrios. Creo que vale la pena dar un vistazo al sentir de un chavo que apenas empieza a entender de qué se trata esto de ser mexicano, sobre todo en estos días de furor bicentenario. Va pues...
Cuando era pequeño admiraba mucho los colores y el escudo de nuestra bandera; me parecía tan bella que cada vez que volteaba a verla mi corazón palpitaba tan fuerte, que parecía se me saldría del pecho sin entender por qué. Cuando comencé a estudiar y aprendí sobre ella: de dónde vino, y cómo se ha transformado en su imagen propia y en la imagen que la gente tiene de ella, logré admirarla más que al principio.
Muchas noches sueño que viajo en el tiempo y que soy testigo del momento en que los aztecas encontraron a esa águila majestuosa posada sobre un nopal mientras devoraba a la serpiente. Tengo la idea de que hoy no seguimos el espíritu de ese acto, siento que no hacemos lo mismo que el águila: enfrentar lo que daña a nuestra patria sin importar en qué situación estemos, un águila que con su vuelo simboliza la libertad de un pueblo, libertad que sobrepasa cualquier crisis y que nos impulsa a seguir adelante sin importar los errores cometidos por nosotros y nuestros gobernantes; águila plasmada en nuestra bandera como escudo que nos legaron nuestros antepasados.
Me emociona escuchar la historia de los niños héroes, sobre todo la parte de aquél que murió envuelto en la bandera para salvarla de las manos enemigas; aunque me apena que en nuestra historia se haya derramado tanta sangre y que mucha de ella se estampara en nuestro lienzo tricolor para dar esperanza de paz a cada mexicano y mexicana, cuando era suficiente el respeto, el diálogo y la tolerancia.
Nuestra bandera es hermosa y aprenderé a defenderla a toda costa, con la vida si es necesario, pues no por nada es la más bella del mundo, y aunque nos encontremos sumidos en la corrupción, el vandalismo y el crimen organizado, y aunque los países vecinos nos vean como un país inestable o poco seguro, y aunque nosotros mismos nos demos de zancadillas para hacernos caer, nada se puede interponer entre ese sentimiento que crece en el fondo de cada compatriota con sentido común, amor a su familia y a su nación.
Cuando en la escuela hacemos honores a nuestros símbolos patrios, me enorgullece la bandera que me hace soñar, que me inspira a seguir preparándome que me lleva a escribir estas líneas con la idea de que dejen algún día de ser un relato simple y se conviertan en la inspiración de otros como yo, o de aquellos que han olvidado el dolor y el sufrimiento de quienes dieron la vida para que pudiéramos tener la nuestra.
Como mexicanos necesitamos ponernos la pilas, alimentar la esperanza y el valor para seguir adelante, para unirnos en una sola lucha contra lo que daña a nuestro país: drogas, miseria, injusticia, impunidad, corrupción. Lo importante es trabajar para que nuestra patria sobresalga y sobreviva como tal, para no volver a vivir la guerra entre iguales; para no dividirnos por causa de la ideas, sino para reunirnos en torno a ellas y discutir las que mejor nos convengan; para no perder la vida de niños inocentes, ni de mujeres maltratadas, ni de hombres que trabajan por mantener vivo su sueño, nuestro sueño y el de nuestros antepasados, el de nuestros hijos y nietos.
Dejar huella para el futuro depende de lo que hagamos en nuestro presente, y hacerlo como aquellos que lucharon bajo la sombra de nuestra bandera será nuestra tarea, antes de que se siga destiñendo por la maldad y la inseguridad en este México que parece romperse y que resucita cuando las manos se unen con un mismo fin. Tenemos mucho trabajo por hacer, tenemos mucho por qué luchar, nuestro México es grande y su gente lo demuestra con la bondad y la confianza que comparte. Ahora es el tiempo de luchar por ti mi bandera, por ti mi México. En nuestras manos está hacer el cambio.
Hasta luego.